El profesor Raffaele Pinto departe y comparte, más que imparte. La clase en la que se cuela la cámara de José Luis Guerín no es de jovencitos, ni siquiera de universitarios al uso: es un foro especial, la academia de las musas. Una especie de postgrado donde alumnas, sobre todo, también algún alumno, acuden voluntariamente a profundizar en ideas clásicas: literatura, arte, pensamiento... Y en estos encuentros que recuerdan a los de Aristóteles con sus discípulos, participativos, dialogantes, se cuelan los conceptos del amor, el deseo, la seducción, el papel de la mujer... El director de Tren de sombras, Innisfree, En construcción y En la ciudad de Sylvia, entre otros títulos, ficciona en La academia de las musas sobre una base real y el resultado es una de las películas más arriesgadas del año, un viaje de autor a la relación profesor-alumno, la esencia del conocimiento y la búsqueda de la felicidad, con parada en Cerdeña. El filme llega este viernes, el primer día de 2016, y cumpleaños del cineasta, que celebrará 56 años con el Giraldillo de Oro del Festival de Cine Europeo de Sevilla bajo el brazo gracias a esta película, tan inclasificable y personal como buena parte de su filmografía.
"Los trovadores y los poetas han construido este sistema llamado amor", dicen en la película. ¿El amor es un invento de la literatura?
No, yo creo que no. Es importante clarificar que lo que dice este profesor, por más que sea el protagonista de la película, no se corresponde con mi forma de pensar. Una cosa es la enunciación del personaje y otra es la cinematográfica. Ese profesor que dice cosas muy bellas es un hombre al mismo tiempo que plantea muchos problemas Se siente que yo no soy el profesor, como cineasta. Atendiendo a esa frase muy bella, es desorbitada. Pero sin duda nuestra educación sentimental está configurada por nuestros referentes artísticos: las novelas, la literatura, el cine… El arte siempre ha creado imaginarios del amor. Tiene un punto de verdad: inventado, no, pero ha conducido, gestado, una manera de sentir el amor.
¿Usted cree en el amor?
Oh, y cómo no. ¿Cómo iba a hacer películas si no?
La Academia que plantea el profesor sería un poco un macguffin. El profesor es una especie de demiurgo que genera que pasen cosas alrededor suyo
La teoría del profesor Pinto es que las mujeres lideren el cambio a través del deseo. Sobre el papel, en el terreno académico y literario, suena revolucionario. Pero, en la realidad social, ¿no han liderado las mujeres ese cambio ya? ¿No son dueñas de su sexualidad, de ser esas musas activas que dice el profesor?
Sí, así es. La idea de una academia de musas que cambiarían el mundo a partir de su compromiso con la literatura es un gran disparate. No lo veía en absoluto como fundamento para hacer ninguna película. El punto de partida no fue mío, sino del profesor y las alumnas, que me invitaron a que experimentara en sus aulas. Cuando me empecé a tomar en serio ese material, cuando empecé a excitarme como cineasta, fue cuando constaté cómo un punto de partida tan irracional daba lugar a situaciones emocionantes y vivas que establecían relaciones de poder, de amor, de deseo, de celos y tocaba la literatura, la creación y la vida. Algo que podía ser tan trasnochado como una reivindicación de las musas clásicas se convertía en un pretexto que generaba situaciones extraordinarias y llenas de vida sobre temas vigentes y eternos. La Academia que plantea el profesor sería un poco un macguffin, en palabras de Hitchcok: ese profesor es una especie de demiurgo que genera que pasen cosas alrededor suyo.
Para alguien bregado en el documental, ¿distinguir lo real y lo ficticio, vuelve a ser la clave?
En esta película, todo es una fantasía. No es un documental.
Pero parte de una invitación real, la de este profesor y sus alumnas…
Lo que es real es el estatuto de cada uno. El profesor es profesor realmente, de Filología y Literatura. Su esposa es su esposa, sus alumnas son sus alumnas… A partir de esa base real, de esa comunidad preexistente, todo lo demás es mentira. Mi propuesta cinematográfica es, a partir de hipótesis ficticias, crear emociones verdaderas. Ésa es la verdad que importa.
¿Le gusta el término 'falso documental'?
No, me parece confuso. Para mí es muy importante, cuando abordo una película, por más que a veces sean esquivas las catalogaciones en mi filmografía, pensar si estoy en una lógica de cine documental o en una de cine de ficción. A veces el resultado puede no ser visiblemente distante uno de otro, pero para mí es esencial, porque es una moral distinta. Por ejemplo, esta película me la han solicitado en festivales de cines de no ficción muy importantes, y les he dicho que no, porque no quería crear ninguna ambigüedad a ese respecto. Si se viera desde esa perspectiva, yo sentiría como una mirada voyeur. En un documental, nunca me consentiría licencias tan libres con los personajes. En una película de ficción, puedes decir que un personaje es un criminal y no pasa nada. Si lo haces en un documental, eso como mínimo tendrá consecuencias legales, pero, sobre todo, tiene consecuencias morales para ti como cineasta.
Vi un documental de Michael Moore. Me pareció interesante su existencia. Cinematográficamente, es irrelevante. Es una obra coyuntural
¿Le interesan esos documentalistas que toman partido, al estilo de Michael Moore?
Sólo vi un documental suyo, no recuerdo el título. Me pareció muy interesante su existencia. Cinematográficamente, es irrelevante: cuando pase, felizmente, la memoria de Bush, también pasará la de la película. Es una obra coyuntural: debe existir pero no tiene ningún compromiso con el cine como medio. Hay películas activistas bellísimas de los años 60. También películas como Octubre, de Einsestein, que puede pasar el tiempo y las circunstancias políticas y sigue siendo estremecedoramente bella. Pero no es el caso de este tipo. Es un documental cuyo espacio más lógico es la televisión.
Una película como la suya, que retrata una academia donde se habla de Dante, Aristóteles, las idas y venidas intelectuales de un profesor de filología y sus alumnas… ¿es casi subversiva hoy en día?
Probablemente, sí. Pero déjame advertir que es cierto que están hablando de poetas, de Lanzarote y Ginebra, del Renacimiento… pero siempre sentimos que se está librando otra batalla entre personas. Aparentemente hablan de sonetos, pero en el fondo lo que vemos son tensiones, relaciones de poder, de celos, de deseo. Es eso lo que nos incumbe. Hay un decalage. La palabra filmada es muy tramposa, no es como la literaria. Pueden estar hablando de una cosa y, en el fondo, lo que está sucediendo es otra. Es una de las cosas que creo que hacen cinematográfico el diálogo.
Resistir hasta el final es una opción política. 'Star Wars' es preciosa, pero está en 15 salas en un cine de 18. Queda muy poco espacio para lo otro
De hecho, el profesor dice: “Somo prisioneros del lenguaje”...
Sí, es rotundo: “¡Del lenguaje no se sale!”. Pero me da miedo reproducir una cita, porque en cine no es como leer esa palabra escrita, sino que cuenta cómo mira el que dice esa frase, cómo es el contraplano de quien la escucha… Todo eso mediatiza el sentido de las palabras. Es uno de los dramas que se viven en la película, que no pueden salir del lenguaje.
Me ha respondido sólo a medias sobre el carácter subversivo de su película. Su cine va un poco contracorriente siempre...
Sí, eso es esencialmente la subversión: defender a ultranza tu individualidad, tu espacio, tu modo de ver el cine, más que el hecho de la creación de una academia de las musas. Para mí, la subversión es permanecer aquí, en la pantalla. Tengo amigos cineastas que ya han renunciado al cine, que les es suficiente con ir a festivales, con los DVDs, y dan la batalla por perdida. Para mí, la sala de cine es un espacio simbólico esencial. Y estar en los estrenos de los viernes. Yo no me quiero ir. Si quieren echarme… Me parece incluso una opción política la de resistir hasta el final. Star Wars es preciosa, pero está en 15 salas en un cine de 18. Queda muy poco espacio para lo otro. Estar en los medios para mí es el espacio más duro e lo que hago, porque yo me siento natural haciendo películas y no tanto hablando de ellas, pero lo veo como una obligación moral y parte del oficio. Forma parte de ese ejercicio de resistencia con la pantalla, que es donde yo aprendí a a amar el cine y el espacio simbólico en el que las cosas tienen sentido para mí.
He aprendido a desear hacer sólo películas que son realizables para mí. Muchas veces, como en este caso, surgen casi accidentalmente, sin plantearme hacerlas
Me hablaba de compañeros que tiran la toalla. ¿Se refiere los nuevos contextos y el momento que vive el cine hoy?
Es complejo. En la medida en que las nuevas tecnologías posibilitan hacer una película con prácticamente nada, como la que he hecho yo, eso da lugar a que se hagan muchísimas, y de ellas muchas son muy vulgares. Hace unos años podías preguntar en Brasil, en Portugal, en España, cuántas películas se rodaban al año y te podían dar una cifra más o menos cabal: 20, 60, 80… Hoy eso es imposible de cuantificar. Antes de una conferencia, casi siempre me viene algún chico con un pen drive para que vea su película. Cualquiera puede hacer una. Nunca habían tenido los festivales y los comisarios una responsabilidad tan importante para decidir lo que es importante que se vea. Pero la mayoría ya renuncian al espacio simbólico del cine: se plantean en redes de internet, festivales alternativos, etc. Para mí el espacio que otorga todavía tensión, sentido de las cosas, sigue siendo el de la sala. Necesito creer que el cine todavía cuenta socialmente. Por más que sea un espacio periférico, respecto a los años 50, cuando ocupaba un espacio central. Hoy no es así: el espacio central es para el fútbol. Pero me resisto a creer que el cine es algo que concierne sólo a los blogs de cinéfilos, un tema de revistas que se nutre sólo a sí mismo.
¿Consigue hacer los filmes que quiere o tiene también problemas de financiación?
He aprendido a desear hacer sólo películas que son realizables para mí. Muchas veces, como en este caso, surgen casi accidentalmente, sin apenas plantearme hacerlas. Esta cinta nace de una invitación de un profesor de literatura a que experimente cinematográficamente en su aula. Yo voy allí como un juego. A ver si sale un cortometraje o una experiencia interesante, y poco a poco voy descubriendo que es una película realmente, pero sin imponérmelo de antemano. Eso para mí es lo más valioso que nos han dado las nuevas herramientas. La cultura digital, mucho más importante que los efectos y todo eso, ofrece esa posibilidad de trabajar como un escritor: empiezas con una página, la guardas, la recuperas un tiempo después, o no, sin tener que dar explicaciones a nadie. Ese formato de trabajo íntimo es una opción maravillosa que nos brindan las nuevas tecnologías. No satisface del todo mi deseo de cine. Porque yo deseo que mi próxima película sea con equipo, actores, iluminación, técnicos… Me gusta mucho el intercambio. Pero la alternancia entre películas con equipos y soliloquios como éste es muy estimulante.