Pedro Almodóvar es probablemente el cineasta español más reconocido fuera de España. También uno de los más esquivos con la prensa cuando no está de promoción. Por eso, su participación ayer en una master class en el Círculo de Bellas Artes, cobró tintes de concierto de estrella del pop. Hubo una larga cola para acceder a la Sala de Columnas -llegaba desde la puerta del Círculo hasta el metro de Sevilla-, donde la entrada era gratis hasta completar aforo, y se habilitó otra sala para seguir el encuentro desde una pantalla.
No faltaron las declaraciones de amor/odio de fans y hasta las proposiciones laborales con beso en la boca de actrices. Y un buen repaso a su vida y obra, a algunos de sus hábitos e intimidades. Más que una master class -organizada por la Cátedra Acciona de la Escuela de Profesiones Artísticas-, fue una entrevista con público en la que el cineasta pareció cómodo ante un auditorio entregado.
Cinéfilo casero
De su nueva película, Julieta, que ha terminado ya de rodar, contó algo, aunque poco: será una historia de “dolor, y la superación de ese dolor que nunca es absoluta. El dolor por una ausencia, que no es una tragedia, sino la de alguien con quien ha convivido la protagonista”. Un dato que no se sabía: esa ausencia será la de “una hija que se va sin decir una palabra y no se vuelve a saber de ella”. Y un apunte más: “La historia es cómo sobrevive y convive con eso la protagonista, Julieta”.
Almodóvar habló de nuevas tecnologías, cómo no. Los tiempos cambian. La forma de ver el cine también. “Sigo siendo un gran cinéfilo”, asegura. “Cada vez es menor la posibilidad de ver películas que te impacten en un sala sala. Ahora sigo viéndolas en la zona VIP de mi casa”.
Cromos de estrellas
De su vida, mucho humor, algún recuerdo sin censuras: su madre, contando en una entrevista cómo el bebé Pedro le llevó tres días de parto. “Y lo primero que hizo nada más salir fue echar una meada que llegó hasta las cortinas”. Había que empezar por algún sitio. “Siempre tuve claro, desde mi mas tierna infancia, que quería pertenecer al mundo del cine. No sabía todavía en qué lugar exactamente. Pero recuerdo que, con menos de 10 años, nos daban de comer en La Mancha pan y chocolate, como en toda España. Hablo de los años 50. Las onzas de chocolate llevaban detrás cromos. Ése fue mi primer contacto, grasiento, suntuoso, con las estrellas del cine, otro universo que no era estrictamente el manchego”.
Los cines de verano, donde con 8 o 9 años ya veía spaguetti westerns, conforman sus primeros recuerdos. “Si hay un icono que yo tengo es el de la pantalla del cine de verano. Era sólida, un muro. A sendos lados del muro, los niños y las niñas orinábamos mientras veíamos las películas. Todas estas sensaciones, la suntuosidad del chocolate, el olor de la orina y la propia magnitud de la pantalla, que era inmensa y yo no dejaba de mirarla ni cuando estaba orinando, me hicieron soñar con pertenecer alguna vez a ese universo”.
Lo logró. Estudió en Cáceres, luego en Madrid, puso su mirada en el Londres de David Bowie -era obligado el recuerdo- y en Nueva York. Aprendió, recuerda, con las películas de Welles, Antonioni, Fellini, parte del neorrealismo... Vino a Madrid queriendo estudiar cine en la escuela que Franco cerró. “Mi escuela fue la filmoteca”. Eso y rodar al comienzo con el súper 8. Después el underground de finales de los 70, la Warhol Factory, o el cine inglés pop de los 60, la Nouvelle Vague. “Sigo yendo mucho al cine y hay directores que están en un pequeño altar: Hitchcock siempre. Para mí es como el padre del cine. Todos los directores le debemos algo”. Buñuel, Berlanga, Lang, Bergman, Melville, Chabrol… “Y el cine español de los 60”, una gran época.
Ahora mismo el cine lo vemos en múltiples pantallas, desde el móvil, el iPad… Eso devalúa el hecho cinematográfico
En su infancia, recuerda, la pantalla “era una galaxia en la que podía meterme y desaparecer dentro. Las pantallas en las que veíamos el cine eran tremendamente mayores que nosotros. El poder de hipnosis, de ensoñación y de creación de auténticos universos paralelos tenían mucho que ver en que tú estuvieras sentado ahí, más allá del talento de los directores. Ahora mismo el cine lo vemos en múltiples pantallas, desde el móvil, el iPad… Eso devalúa el hecho cinematográfico”. Y añadió, “por no hablar de la piratería”.
Hoy, lamenta, “hay mucha gente que ve las películas comprándolas en unas condiciones absolutamente de subproducto. Internet tiene cosas maravillosas, pero lo peor es que una película, por mucho que le hayas dedicado dos años de tu vida, acaba convertida en chatarra. Eso es terrorífico”.
Más atrevido
Asegura que en su cine “soy más atrevido que nunca, más cruel conmigo mismo, más autocrítico. Algo que no sucede en mi vida”. Y tiene claro que “por muchos estudios que se hagan, nadie sabe cómo es el espectador. El espectador no tiene cara”. Habla de los productos concebidos en despachos para llenar las salas que a menudo, lo demuestran las cifras globales de los últimos años, sirven de poco. “No es un secreto que a los cines va cada vez menos gente”, reconocía, mientras su hermano Agustín, el productor prudente, desde la primera fila, le decía que mejor no hablar mucho de eso…
¿Su método para captar historias? “Estar despierto y registrar lo que ocurre a tu alrededor. A veces ha sido un suceso que venía en un periódico. A veces que alguien está hablando en un bar, en la televisión”. Ahí estaba la escena de Tacones lejanos que nació así. “Las páginas de sucesos son un material riquísimo. Ahora las leo menos, pero me siguen inspirado”.
El cineasta recordó su interés en hacer una película sobre al memoria histórica.'Por ahí tengo el guion. Pero no acabó de gustarme', reconoce
De donde no bebe demasiado, y lo reconoce, es de la realidad socio-política. Lo que ocurre en el mundo, en España, le interesa. Ha hecho públicas sus simpatías políticas y participado a menudo en manifiestos y campañas. Pero su cine va aparte. “Casi todos los días me levanto pensando: 'Sobre esto habría que hacer una película'. Pero casi nunca: 'Sobre esto debería yo hacer una película'. Que la hagan otros”. Recordó que hace dos o tres años “estuve empecinado en hacer una historia que tuviera algo que ver con nuestra memoria histórica. Uno de los protagonistas es forense. Por ahí tengo el guion. Pero no acabó de gustarme”.
Lo que no significa que no sea un personaje político. No perdió ocasión para dejarlo claro: “Si en estos momentos tenemos vociferando a tanta gente -estoy tratando de decirlo de forma educada- en contra de los trajes de los Reyes Magos, que dirían si vieran hoy a Julieta Serrano pinchándose con otra drogadicta”. En su cine se repite quizá un denominador común: “Un mensaje de libertad y autonomía moral. Eso es algo importantísimo para mí, que respiran las 20 películas que he hecho”. Y sí, claro, las mujeres como heroínas, la paleta cromática tan particular, el mundo gay… “Desde antes de que Katheleen Jenner se cambiara de sexo, en mis películas ya aparecían transexuales y mi corazón estaba con ellos y con todo tipo de opciones sexuales”.
Dio más de sí la hora y cuarto larga de charla con un público que preguntó por sus procesos creativos, sus guiones, sus anécdotas -bueno, esto no se lo preguntaron, pero él lo contó: su morreo con una Katheleen Turner con dos copas de más entre bambalinas en Cannes-, sus películas favoritas -Tacones lejanos, reconoció, con un largo montón de matices- y sus fiascos, como La mala educación, que el cineasta no ve como tal.
Hubo quien le echó en cara que su cine de ahora, con más medios, no tenga la frescura del de sus comienzos. Almodóvar respondió con paciencia y buenas formas: “No sé si me he perdido por el camino o no. Si me he perdido, no he sido consciente. Me siento muy representado por mis películas. Lo que sí ha ocurrido es que éstas han ido cambiando. Las de los 80 no sé si parecen o no del mismo director, pero te aseguro que sí lo son”. Y matizó: “En lo que va de siglo, mi cine ha cambiado mucho respecto al de los 80, pero es voluntario, y además en eso soy muy espontáneo conmigo mismo”. No se dicta de qué debe filmar. Los temas surgen y él se zambulle en ellos.