De todas las facetas de Quentin Tarantino, tal vez la menos comentada sea la que tiene que ver con su sentido del humor. Tal vez porque nunca ha dirigido una comedia y tal vez porque tampoco ha hecho lo que podamos llamar una película seria. Por eso mismo, Los odiosos ocho y su recital de parloteo amenazante, girando alrededor de una ejecutoria sostenida por la tortura y los disparos,llevan a preguntarse qué ha pasado con un cineasta que ha limitado decisivamente su imaginación.
Parece la película querer evocar las texturas de Reservoir Dogs, su debut de hace ya 25 años y de la que recupera los espacios cerrados y el grupo de bandidos temibles en una trama de lealtades enfrentadas y variables. Pero allí estaban también elementos que se han ido diluyendo: el sentido del humor, lleno de diálogos que parecían intoxicarse de todo lo liviano y banal de nuestras vidas, como los cómics de Estela Plateada o Like a Virgin de Madonna.
Tarantino parece reiterar todo el tiempo que en un mundo sostenido por mentiras de toda clase, el sadismo es la única verdad firme de los seres humanos
Su celebrada Pulp Fiction (1994) combinó un gusto muy adolescente por las bromas de corte anal (relojes escondidos, habitaciones con sorpresas), un gusto admirable por los sobreentendidos y los diálogos sutiles. En ese sentido, el chiste malo de los tomates que cuenta Mia Wallace (Uma Thurman) a Vincent Vega (John Travolta) funcionaba como pequeña broma encantadora, a propósito de Hollywood, y sus periferias de la fama y también como revelación de una complicidad que nunca podría culminar.
Su tercera (y mejor) película Jackie Brown (1997) ofreció un retrato de raza y clase totalmente inusual, dando todo el protagonismo a una mujer afroamericana madura de más de 40 años, todo un desafío al sistema. Tal vez porque adaptara una de las obras de su maestro, Elmore Leonard, en esta película Tarantino se mostró con la mejor de sus inteligencias, por supuesto también en su humor.
Chistes de blanco y negro
En medio de esta trama de enfrentamiento, entre dos afroamericanos y por una cantidad de dinero que permite la jubilación en un sistema cruento, hay espacio para una broma sofisticadísima que parece sintetizar las relaciones de raza en la América moderna: mientras conducen juntos, Ordell, el peligroso capo afroamericano, celebra que Max Cherry, el prestamista blanco que le ayuda, escuche a los Delfonics, reyes de la balada soul y melódica. Lo ve sorprendente para un blanco. Pero el prestamista conoce al grupo gracias a Jackie, la heroína negra del filme.
La broma es divertida porque el público ha visto la recomendación musical en una bonita escena de cortejo y también ha visto al maduro cincuentón buscar el casete en una vieja tienda de discos de Los Ángeles. Los supuestos se suceden ante nuestros ojos, que juzgan y observan a todas las criaturas con una piedad que Tarantino ha ido perdiendo desde entonces.
Todo hacía pensar que Tarantino parecía haber encontrado en el western un lugar donde abrir sus registros y volver a su mejor forma
Después de aquella película, la venganza. Cada vez más sanguinaria. Operística. Rimbombante. En todas sus películas, sin excepción. Los contrastes de Kill Bill (2003-2004) o las pequeñas conversaciones sentimentales de Death Proof (2007) dejan paso a Malditos bastardos (2009) y Django desencadenado (2012) donde un supervillano sádico, nazi o esclavista, encarna el Mal y, además, parece disfrutar enormemente en su actitud.
Con todo, la amistad improbable entre el cazarrecompensas y el esclavo liberado y el juego de honor que desencadena el baño de sangre hacían pensar que Tarantino parecía haber encontrado en el western un lugar donde abrir sus registros y volver a su mejor forma.
Los odiosos ocho juega con ironías y con tretas, con el idioma francés - marca de la casa del director - y con gestos exagerados. Pero todo en ella es sangre, desparrame gratuito, y cada secuencia parece justificarse para acumular voladuras de cabeza.
Como todos sus personajes son viles, y la única distinción en su carácter es mínima (los tontos y los elocuentes parecen ser los dos grupos), ninguna broma tiene efecto alguno. Tarantino parece reiterar todo el tiempo que en un mundo sostenido por mentiras de toda clase, el sadismo es la única verdad firme de los seres humanos.
Y esa es una ironía sorprendentemente simple y parca. Indigna de quien durante tanto tiempo ha organizado tantas fiestas con y alrededor de las palabras.