Esther Miguel
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Keywan Karimi debería estar en Pamplona. Debería estar aquí, en el festival de Cine Documental Punto de Vista, presentando Writing on the city, su última película. Pero este cineasta de 30 años no puede salir de su país. Está en Teherán a la espera de sentencia de un juicio que tiene bastante claro que no va a ganar. La primera república islámica de Oriente Medio le condenó, en septiembre de 2015, a dos años de cárcel y 90 latigazos por la realización de su propuesta cinematográfica, un recorrido cronológico por el uso de las pintadas políticas en las tres últimas décadas de la historia de su ciudad, pero él decidió apelar ese dictamen que veía como abusivo.

La respuesta del poder judicial, endurecer sus condiciones y reclamarle ahora 6 años de prisión y 226 latigazos. Los asistentes al festival pamplonés hemos podido ver en primicia mundial la conflictiva película a las autoridades islámicas, que ven en ella “propaganda contra las decisiones del gobierno” e “insultos a los símbolos sagrados”.

Un momento del rodaje de la película de Karimi.

Writing of the City arranca con un joven impregnando con aerosol un muro. Un rótulo nos indica que estamos en mitad de la Revolución Iraní de 1979. Son imágenes de archivo, planos recurso de las calles sumidas en una agitación política sin precedentes. El espíritu subversivo, nos cuenta la voz en off, se propagó entre los ciudadanos en buena parte gracias a la palabra escrita por toda la ciudad, con esas miles de paredes que hacían de la urbe un gigantesco periódico compuesto sólo de titulares.

Las paredes como espacios críticos quedaron neutralizadas tras una ley por la que los teheraníes debieron blanquear su ciudad

“No nos fiamos de la televisión ni de la radio, sólo de los grafitis”, le comentan los insurgentes del lado del imán Jomeini a un entrevistador internacional. El Sha cayó, la revolución pasó, y aunque el arte de la pintada vino para quedarse su narrativa dio un brusco giro poco tiempo después. Las paredes como espacios críticos quedaron neutralizadas tras una ley por la que los teheraníes debieron blanquear su ciudad. En 1981 y con una Guerra de Irak-Irán en marcha, las voces contrapuestas y los mensajes revolucionarios pasaron a un lado para dejar entrar el fervor nacionalista, que llenó los tabiques de retratos de héroes que sólo lograban serlo tras la muerte en combate.

Vemos a varios niños, de entre 9 y 16 años, luchar en la Guardia Revolucionaria. Algunos llevan ya varios meses. Ellos también quieren ser héroes. La cámara se ralentiza al recoger a un puñado de adolescentes divertirse en la frontera, como si la visión de estos pequeños mártires enturbiase el juicio.

Las paredes eran los espacios críticos en Teherán antes de prohibirse pintarlos.

Tras la guerra, el desarrollismo. Y con él tenemos rascacielos, autopistas enormes, pero también brutales diferencias económicas. El espíritu de la revolución islámica parecía haberse traicionado a sí mismo y a su pueblo. El paisaje es feo, con un panorama urbano marrón e irregular. A los rostros de los líderes políticos de las fachadas les acompañan vistosos anuncios de champús multivitamínicos. El consumo y el glamour empezaban a ocupar el lugar de la discusión política o la religión.

El espejismo

Para los 90 la forma más extendida en que los ciudadanos captan las frases que tatúan la ciudad han dejado de ser las palabras de sus compatriotas escritas a toda prisa con aerosoles, sino radiantes carteles consumistas que ocupan invasivamente la vía pública, exactamente igual que sucede en nuestras ciudades, a este lado del laicismo gubernamental. Perviven en las calles persas algunas pinturas, de trazo realista en lo que parece la tradición cultural.

Pero los líderes retratados ya no son rostros poderosos llenos de virtud, sino cálidas figuras que intentan sentirse cercanas del pueblo. Los dirigentes son benevolentes, algunos hasta sonríen. El registro con el que la República Islámica se comunica con los iraníes ha cambiado para siempre.

En el texto fílmico de Karimi se manifiesta que la falta de libertad que se respira ahora podría ser tan acusada como lo era en tiempos de la dictadura anterior a la revolución. Mientras se anima al consumo y se le habla a la sociedad como si fueran votantes, el libre pensamiento está prohibido. Las paredes se visten con laboriosos murales, ocupando con frecuencia caras completas de los edificios. Es impensable que estas pintadas puedan realizarse sin someterse a la atenta mirada del estado y por eso sus dibujos reflejarán los ideales del poder.

El de Karimi es un documental frágil, breve, de apenas una hora y realizado con ese estilo no-cost que su director defiende

Para el cineasta, esa capa de pintura oficial que ha tapado los mensajes de la gente encuentra un símil en la obligación del pueblo a cubrir su profundo descontento con una fachada de normalidad. Nos trasladamos a la época actual y en sus pintadas seguimos viendo a los líderes del mundo islámico, pero también está Obama. Una obra dice “Down with the USA”, sobreexpuesta al dibujo de una bandera estadounidense invertida. Una vez más, notamos la intencionalidad por parte de Karimi en este crucial momento de la política exterior iraní.

Pulso revolucionario

Avanzamos hasta los años 2000. La cosa no parece cambiar demasiado y todos los tipos de murales de la década anterior se combinan. Pero el documental se interesa ahora especialmente por un tipo de pintada que no habíamos visto hasta ahora. Son estampas naturales, árboles y flores, imágenes de vivos colores pero vacuas y sin fuerza, perfectas para acompañar la vida de una ciudad que, como se lamenta la voz en off, ha perdido para siempre el pulso revolucionario y vive en la conformidad.

La película retrata el aliento crítico de las calles .

Vemos también dibujados retratos de la vida rural, humildes campesinos acompañados de animales y niños que trabajan en los arrozales. Como animando a ese tipo de vida sencilla y modesta y castigando a los ocho millones de teheraníes que han sucumbido a la pérdida de valores tradicionales. “This is the expression of hopeless and defeat”, sentencia Writing on the City.

Al principio era simplemente la historia de las paredes de Teherán y sus graffitis, pero con todo lo que ha pasado ahora hay a su alrededor otra historia

Llegamos indefectiblemente a 2009. La primavera árabe. El aliento crítico ha vuelto a las calles y con ella la felicidad a la vida de los ciudadanos. Ya no cabe ninguna duda de que se trata de un panfleto, un filme político como los que recorrían la sociedad occidental en los años 60 y que eclosionó en Mayo del 68. Imágenes de diferentes períodos de convulsión social se combinan durante unos minutos en un collage agitprop, y con ellos los eslóganes, que han vuelto. “No podréis blanquear nuestro pensamiento”.

“Este documenta ha mutado. Al principio era simplemente la historia de las paredes de Teherán y sus graffitis, pero con todo lo que ha pasado ahora hay a su alrededor otra historia: el arresto, la pérdida de material, la sentencia”, ha declarado el documentalista en más de una ocasión. Su obra ha nacido castrada. Mientras en estos días los cinéfilos de otras zonas del mundo podemos presenciar esta personal radiografía de Irán, son los persas, su público objetivo, al que se le roba la oportunidad de conocer este punto de vista sobre la política de su país.

La más pequeña manifestación de disidencia ideológica puede demostrar la debilidad de los valores sobre los que se fundamenta la vida iraní

Ahora que lo hemos visto, sabemos qué es eso que tiene tan asustado al régimen en Writing on the City. No lo es tanto la historia de los eslóganes en Teherán, ni siquiera esa indagación sobre la alienación a la que está sometida su gente, sino el ánimo que se transmite por abandonar ese estadio y rebelarse. El de Karimi es un documental frágil, breve, de apenas una hora y realizado con ese estilo no-cost que su director defiende.

La decisión de censurar y castigar a su realizador no hace más que confirmar la tesis oculta de Writing on the City, que hasta la más pequeña manifestación de disidencia ideológica puede demostrar la debilidad de los valores sobre los que se fundamenta la vida iraní, que unas frases pueden hacer temblar los cimientos de todo un sistema político. Keywan Karimi no ha venido al festival en el que se estrena su película, pero está en Teherán. Es, en realidad, donde Karimi quiere estar.

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