En un estupendo capítulo de Studio 60 on the Sunset Strip (la fantasía de Aaron Sorkin sobre la trastienda del Saturday Night Live), un personaje afroamericano se quejaba de la falta de diversidad de la sala de guionistas y arrastraba al productor ejecutivo a un espectáculo de monólogos que resultaba ser un rollazo. El cómico al que iban a ver no era un talento en ciernes, sino un tipo que explotaba clichés sobre los negros, chistes facilones a base de tacos y violencia doméstica. Los dos protagonistas, desde la displicencia más sorkiniana, decidían contratar a otro guionista de color, uno que hacía bromas sobre los esclavos pero tiraba de referencias clásicas en lugar de palabrotas. Chris Rock lleva equilibrando la balanza entre lo tópico y lo sofisticado toda su carrera profesional.
De qué se ríe cada uno es un misterio. El domingo por la noche yo me tronché con la ceremonia de los Oscar. Eso es algo que no había pasado desde que Billy Crystal perdió su “mojo” (ese 2012, ay). Tanto el monólogo inicial como las intervenciones de Rock diseminadas por la gala fueron una apuesta kamikaze que acertó de pleno. Las cuatro horas estuvieron dedicadas a chistes de negros, más o menos burros, una apuesta clara por hacer un revival de In living color transmitido a nivel planetario.
El objetivo estaba claro: demostrar que los negros no son el único colectivo discriminado en Hollywood
Probablemente, Bill Cosby estaría en su casa espantado. El otrora representante del afroamericano ejemplar (el legado de su serie y de los Huxtable debe permanecer aislado de la escabrosa vida de su actor protagonista) tuvo el cuajo de echarle la bronca a Rock a mediados de los noventa por su polémico y deslenguado segmento Negratas Vs Gente de color (“Niggas Vs Black people”).
Este año, el ambiente era perfecto para aliviar la presión de la polémica #OscarSoWhite con un buen golpe de incorrección política no apto para violadores melindrosos. Chris Rock se sirvió a gusto, y no sólo con los chistes sobre la raza, también sobre la identidad de género, la falta de empleo, el sexismo, la explotación infantil, el arribismo político. El objetivo estaba claro: demostrar que los negros no son el único colectivo discriminado en Hollywood y que todo el mundo es material cachondeable, no hay segregación que valga.
Chris Rock se sirvió a gusto, y no sólo con los chistes sobre la raza, también sobre la identidad de género
Los que trasnochamos año tras año le agradeceremos eternamente al cómico de Brooklyn que nos ahorrase la enésima gracieta sobre la cirugía estética o los señores mayores acompañados por jovencitas. No estuvo solo durante la gala. Entre otros, sus coleguitas de Nueva York, Sarah Silverman y Louis C.K., que brillaron con dos petardos de mala leche en sendos momentos estelares de las cuatro horas de premios.
Tres estilos distintos de humor sin miedo, que, como no podía ser de otra forma, se hacen gracia entre sí. Lo de las risas une mucho. Fantaseo con un capítulo de Louie en el que esta pandilla se sienta en un restaurante vegano de Los Ángeles a hacer chistes de judíos, de gordos y de negros. Con grandes risotadas, para escandalizar a los parroquianos.
Chris Rock siempre se ha negado a quedar bien o a ser un ejemplo. Produjo una serie de televisión para desmitificar su infancia de niño negro en un barrio de blancos. Vaya si se metían con él en el colegio, pero Todo el mundo odia a Chris era una comedia, provocadora, irónica y negra. Habrá quien diga que Rock no cumplió el domingo con lo que se esperaba, que no se tomó en serio la protesta, que sus chistes menosprecian una injusticia evidente. En realidad, Chris Rock es un cómico ejemplar que remata aquello que el extraterrestre le aconsejaba a Sandy Bates en Stardust memories: “¿Quieres hacer un buen servicio a la humanidad? Cuenta chistes más graciosos”.