En el patio de butacas no queda ningún asiento libre. Es 1944 y la gente está impaciente, saben que lo que van a ver es un espectáculo único, del que se hablará durante décadas. Hombres con sombrero de copa y señoras emperifolladas cuchichean mientras se acerca la hora marcada. Se abre el telón y en el centro del escenario aparece ella: Lady Florence, como a ella le gusta que le llamen.
Acompañada de su pianista de confianza y vestida con su traje de plumas levanta la mano y abre la boca para cantar su pieza clave. Uno de esos éxitos que nunca falla. Se trata de La reina de la noche, el aria de La flauta mágica, un reto que no está a la altura de cualquiera. Cinco notas son suficientes para que el público lo descubra, el rumor es cierto: Florence Foster Jenkins es la peor soprano del mundo, una entre un millón, capaz de reventar los tímpanos de los más descuidados.
Parece una historia inventada, pero Lady Florence existió, y fue una de las cantantes operísticas más populares de su época, tanto que su leyenda ha durado hasta ahora, cuando se estrenarán dos películas basadas en su vida. La primera, la francesa Madame Marguerite, llegará el 1 de abril y se inspira libremente en la soprano. El plato fuerte vendrá según se aproxime la temporada de premios, cuando Meryl Streep se enfunde el disfraz de Florence Foster Jenkins en busca de otro Oscar. Por si el papel fuera poco goloso se ha puesto a las órdenes de un especialista en sacar lo mejor de sus actrices, Stephen Frears (La reina).
Éxito a golpe de herencia
41 años tardó en que su sueño se hiciera realidad. A pesar de dar clases de música de pequeña su padre vio la que se avecinaba y se negó a pagarle más estudios y a que fuera al extranjero para convertirse en profesional. Tampoco su marido Frank Thornton Jenkins (del que se divorció en 1902) le concedió el capricho. Tuvo que morir su padre en 1909 y heredar su fortuna para poder comenzar su carrera musical. Pronto se introdujo en los círculos artísticos de Filadelfia y comenzó a dar clases de canto.
Otra muerte, la de su madre en 1928, le dio más recursos para poder pagarse una carrera que todo el mundo veía abocada al fracaso. Ella continuó con sus recitales, y daba igual que el público muriera de risa delante de sus narices, o que Cosmé McMoon, su pianista, la traicionara por la espalda poniendo caritas para dejarla en evidencia, ella creía en lo que hacía. No tenía voz ni ritmo, pero la gente quedaba prendada de esa señora que desafinaba como nadie, pero que no era consciente de ello. Es más, ella se ponía a la altura de los grandes nombres de la época, como Frieda Hempel y Luisa Tetrazzini. Si alguien la abucheaba o la criticaba había dos opciones: o que fuera un ignorante o alguien mandado por la competencia para boicotearla.
Y así Lady Florence se hizo una celebridad a la que todos querían ver en directo para comprobar que el rumor era cierto. Mozart, Verdi, Strausss… todos pasaban por su garganta en un repertorio que se completaba por canciones compuestas por ella misma. La guinda del pastel era cuando cantaba Clavelitos enfundada en una mantilla y con una peineta mientras lanzaba flores al público. Era tal el estruendo que la gente pedía que la repitiera en los bises. Uno de los atractivos de sus actuaciones era la puesta en escena que preparaba Florence Foster Jenkins. Espumillones, alas, pelucas, sombreros, todo valía para desplegar su talento.
El concierto estrella
Parecía una broma de mal gusto, pero Florence Foster Jenkins siempre se consideró una gran voz, y sus anécdotas eran tan surrealistas que cada una superaba a la anterior. En 1943 fue atropellada por un taxi. ¿Demandó la soprano a la compañía? No, le mandó una caja de puros al conductor ya que el grito que soltó en el accidente le hizo darse cuenta de que podía llegar a notas más altas de las que imaginaba.
A pesar de su creciente éxito Jenkins siempre limitó mucho sus actuaciones en directo. Un recital anual en el auditorio del Hotel Ritz-Carlton de Nueva York y listo. De hecho se hacía un casting previo para seleccionar a los afortunados. Sólo una vez cedió a la presión y dio un gran concierto. Fue con 76 años. El 25 de octubre de 1944 Lady Florence colgó el cartel de 'No hay entradas' en el Carnegie Hall, y allí estaban celebridades como la actriz Marge Champion, el cantante Cole Porter o la soprano Lily Pons con su marido André Kostelanetz, que incluso compuso una canción para que 'la Jenkins' la cantara esa noche. Las críticas de los medios especializados fueron devastadoras.
Dos días después del concierto Florence Foster Jenkins sufrió un infarto y un mes después murió. Muchos creen que fue al ser consciente de que no tenía talento cuando su cuerpo quebró, otros creen que nunca dudó de su peculiar don.