Despedida: y por todo lo alto. Este fin de semana se estrenan en nuestro país las dos últimas gemas que quedan en el baúl del Studio Ghibli, la mítica casa de animación japonesa que durante sus 30 años de historia ha sabido desplegar las obras de mayor esplendor de su industria. Se cierran las puertas al país de las maravillas, aunque no han echado la llave al río. La retirada de Hayao Miyazaki, el fracaso en taquilla nacional de El cuento de la Princesa Kaguya y la ausencia de algún proyecto rentable en la recámara les ha llevado al cierre del equipo de producción, que podría retomar los pinceles y las tabletas de dibujo cuando vuelva a merecer la pena.
Tal vez, en el futuro, con algún nuevo talento por descubrir que sepa incorporar fuerza al estudio, compuesto ahora por un equipo creativo notablemente envejecido. Mientras tanto, nos queda disfrutar de El recuerdo de Marnie y El cuento de la Princesa Kaguya.
La madurez de la niña asmática
Cliffhanger: la de Marnie es la historia de una niña asmática que necesita salir del túnel de la autoindulgencia y dar el paso definitivo hacia la madurez. Desde el momento en el que sabemos que hay algo paranormal en El recuerdo de Marnie, las ideas sobre su final se nos adelantan, más cuando, a medida que avanza el relato, vemos esas referencias a El Viaje de Chihiro y a Rebecca, de Hitchcock. Pero los que no hayan leído la novela de Joan G. Robinson en la que se ha basado Hiromasa Yonebayashi para realizar esta película se encontrarán con un sorprendente giro dramático en su último acto que hará que cobre un cariz más seductor del que le achacábamos a mitad de partido. Es una película que crece.
Folclore: el que tratan en El cuento de la Princesa Kaguya, que es una adaptación más, dentro del amplio catálogo de adaptaciones que se han hecho en suelo nipón, del relato popular El cuento del cortador de bambú. Una hermosa y diminuta princesa selenita nacida de una planta de bambú es cuidada por dos ancianos campesinos que, sin querer, confunden las necesidades de la pequeña y la enjaulan en la fastuosa y rígida vida de la nobleza japonesa.
Esta takenoko, a la que Isao Takahata llena de vida interior con una economía del lenguaje y un lirismo que sólo podía provenir de este país, luchará con todas sus fuerzas por no consumirse a sí misma, buscando una adaptación imposible entre su silvestre vitalidad y el deseo de sus cuidadores.
La presión del patriarcado
Vientos feministas: como los que siempre soplan en las producciones de esta casa. Esa pequeña diosa llamada Kaguya sentirá la presión del patriarcado que hace de las princesas literalmente objetos decorativos. En la escena más brava de la película, cuando la pintura se vuelve bosquejo expresionista, Kaguya se fuga del castillo en un torbellino de furia antisistema que va montaña arriba, sin cesar. El dibujo de un grito. La atormentada Anna de la película de Yonebayashi encontrará en su nueva compañera de juegos su red de apoyo emocional. Una amistad femenina tan tierna que podrá llegar a incomodar a cierta parte de la audiencia alérgica a la delicadeza.
La pequeña diosa llamada Kaguya sentirá la presión del patriarcado que hace de las princesas literalmente objetos decorativos
Fantasmas: sus presencias se sienten por igual en las películas de Takahata y Yonebayashi. En el caso del primero lo descubrimos hacia el final, cuando comprendemos que la propia preservación de lo humano, es decir, de lo caduco, sólo se queda en una bruma lejana cuando lo ponemos frente a frente con la eternidad de la naturaleza, con lo divino.
Más terrenal es la metáfora de El recuerdo de Marnie, quien vive una aventura en la que el supuesto espectro de una niña acecha a su protagonista para ayudarla a superar sus traumas como adoptada y ponerla en paz con sus antepasados.
Animación poética
Trazo: del tradicional al fantástico. Para el caso de El recuerdo de Marnie sus responsables han aplicado la paleta de sus producciones más reconocidas y reconocibles, con un renderizado exquisito y el mismo acierto estilístico que siempre se le ha exigido a su estudio. Sorprende y emociona más la opción de Takahata, maestro artesano de 78 años que ha optado para esta ocasión por la animación fantástico-poética que también han empleado otros directores como Mizoguchi o Kobayashi, como de dibujo a mano acuarelado.
Esta decisión no sirve sólo para traducir de una forma más hermosa este relato fantástico en el que se basa su historia, sino también para hacer una demostración de la humildad que hasta los más veteranos deben rendirle no sólo al arte de la animación, sino también a los mitos de los que nacen nuestras diferencias culturales.
La Princesa Kaguya es uno de los filmes más hermosos de los últimos años, como si la obra fuese en sí misma un sueño lúcido de la situación del propio estudio Ghibli
Consciente canto de cisne: es pura melancolía la que cruza de lado a lado ambas películas, pero muy especialmente la de la Princesa Kaguya, una de las grandes cumbres de la animación y, sin medias tintas, uno de los filmes más hermosos de los últimos años, como si la obra fuese en sí misma un sueño lúcido de la situación del propio estudio Ghibli, de quien los mortales hemos reconocido su grandeza pero no hemos sabido tratar como se merecía. Tal vez no podremos reparar el daño que nuestra falta de atención ha causado sobre esta casa de artistas, pero sí podemos consolarnos sabiendo que Takahata se ha ganado la luna.
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