Mentiroso, hipócrita y genio: Neruda revoluciona Cannes
El chileno Pablo Larraín sorprende a todos con su película sobre el artista, que ha levantado pasiones en el certamen.
14 mayo, 2016 17:56Noticias relacionadas
Pablo Larraín, chileno director en un dulce momento creativo (la anterior El Club, sin ir más lejos, se llevó el Oso de Plata el año pasado en la Berlinale) se atreve con todo, especialmente cuando se trata de hablar de la historia de su país. Ha optado por Neruda, nada menos, dando por fin forma final a un proyecto que llevaban siete años macerando él y su equipo. Resulta que lo que le ha salido, como nos cuenta después de la proyección del filme en la Quincena de los Realizadores, la más prestigiosa sección paralela del Festival de Cannes, no es exactamente una obra sobre el esencial poeta, sino sobre cómo ésta figura ha trastocado a la nación, a cada uno de sus miembros, desde su inherente contradicción vital, como nos recuerda Luis Gnecco, el personaje a cargo de encarnar al senador.
Neruda es una antología poética hecha cine y no en cualquier período, ya que el cineasta no buscaba hacer un “biotopic”, sino algo que va más allá, algo que es una celebración del autor de Canto General. Estamos en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, después de que Pablo y los comunistas hicieran ascender a González Videla e instante en el que arranca la persecución del artista, al que empujarán a una difícil vida en la clandestinidad. Le persigue el policía Oscar Peluchonneau (Gael García Bernal), un agresivo perro sarnoso demasiado bruto como para apreciar el arte. Pero que, como nos cuenta Larraín, es en esencia otra faceta más de la propia idea de Neruda.
En Neruda todo son fantoches. En sus formas, como esa estética thriller llena de ostentosamente evidentes cromas (homenaje al período más reconocible de este género) o el surrealismo del segundo tercio, en el que cada criatura se convierte en alegoría. También en sus diálogos, cargados de un lirismo poseído por el estilo del poeta pero que prescinden de mostrar sus versos, cuyas lecturas quedan, de hecho, tapadas por la voz en off o directamente ridiculizados por su creador.
Neruda tenía algo de mentiroso y de hipócrita, pero como dice Larraín, sí supo hacer algo importantísimo, algo a lo que no se atreve nadie, que es “rendirse a la tentación de crear su propio destino, de convertirse en mito”. Dice el director que para hablar bien de Neruda había que alejarse, dejarse llevar por la “libertad del cine” y “no obsesionarse con la imposibilidad de estar a la altura del objeto de estudio”. En el set, en la sala de montaje han logrado hacer de la vida de este exponente de la literatura y la política chilena un accidente, toda ella llena de versos relamidos y militantes que ahora vemos trasladados con coherencia del papel a la pantalla. Si hacemos caso de la visión que tiene Larraín del poeta, Neruda está en Neruda. La satisfacción que produzca en cada uno esta oferta, a criterio de cada uno.
Alemania quiere la Palma
Primera gran sorpresa de la Sección Oficial: la alemana Maren Ade rompe mandíbulas y presenta Toni Erdmann, la comedia favorita vista de momento por los críticos (este año parece que todo son comedias, nadie se explica el milagro). Sorpresa porque ella, junto con Kleber Mendonça Filho, son los únicos dos cineastas que no repiten en la sección de entre los 20 candidatos a optar por la Palma. Pero no será ninguna revelación su talento para quienes hayan podido catar con anterioridad Forest for the trees, una comedia incómoda muy a lo The Office, y Entre Nosotros, una joya de hace siete años (sí, la espera de lo nuevo de la directora se ha hecho larga) que hacía una exhaustiva exposición sobre las conflictivas situaciones que pueden producirse dentro de las relaciones parejiles con aspiraciones a ser la definitiva.
Toni Erdmann hace trampas, va directa a atacar al corazón creando dos irresistibles personajes sumidos en dinámicas que hace tiempo les distanciaron para siempre. La hija, una desalmada yuppie al borde de provocarse una úlcera por estrés; el padre, un anciano bonachón de gran sonrisa y una senectud que nos confronta. En la película nos iremos adentrando en el teatro dispuesto por el padre en su empeño por reconducir el vínculo con su hija haciendo de la vida laboral de ésta un imprevisto campo de experimentación infantil donde caben dentaduras de broma, suplantaciones de coachers y chistes de pedos.
Maren Ade demuestra una gran astucia para que todo funcione en las dos dimensiones del ritmo de la peli, la de los gags, dilatados y muy norteños, y la de sus secuencias, que por momentos respiran drama mientras que en otros puntos (la mayoría) se sostiene un altísimo pulso cómico que sigue y sigue, dilatando la risa hasta provocar un cortocircuito. El difícil público de Cannes estaba desbordado de felicidad, hasta el punto de hacer que en las dos horas y tres cuartos se aplauda tres veces, cosa que esta cronista no ha visto allí en ninguna de sus visitas. Un fiel estudio de personajes, una maestría para golpear el lado emocional y también una galería de ocurrencias perfectamente factibles pero imposibles en nuestro estresante y desamado mundo. Ade ha ofrecido un entretenimiento tan refrescante como calculado, y es con ella con su película, esta sí, con la que los adultos hemos salido sonrientes del cine.