Jason Bourne cae bien, de primeras, por el peso de la tradición: el escritor estadounidense Robert Ludlum lo dio a luz en 1980 con El caso Bourne, lo engordó con El mito de Bourne (1986) y lo remachó en forma de El ultimátum de Bourne (1990). Luego pasó lo de siempre: que el personaje -de un vigor que ya apuntaba maneras cinematográficas- se independizó de su carne primigenia, como la sombra de Peter Pan yendo a su rollo. Ya los millenials mamaron esas películas veloces de tiros, bombas y estoicismo protagonizadas -excepto una- por Matt Damon y dirigidas por Paul Greengrass. Ahí el curtido Damon dando vida a ese ex miembro élite de la CIA que sufre episodios de amnesia traumática, lucha por descubrir su identidad y, mientras, hace de raspa en el ojo de la manipuladora red de espionaje de Estados Unidos. Es un antihéroe con conciencia: quiere desaprenderse y dejar de ser esa máquina de matar para la que fue entrenado.
Esta entrega (Jason Bourne, 2016) está salpicada de guiños a la actualidad, dado que poco queda que rascar en el viaje interior del titán-que ahora dice que lo recuerda todo y que ya sabe quién es-: se trata la cuestión de las libertades que cedemos por la seguridad -ficticia- que nos ofrecen, la protección de derechos civiles frente al control de los gobiernos, la polémica Snowden, el capitalismo y las mentiras y los abusos de los poderosos. Bourne por Grecia, escondido entre los manifestantes de la Plaza Sintagma; Bourne en la frontera con Macedonia, aludiendo a la tragedia de los refugiados; Bourne en Londres y en Las Vegas, iconos del neoliberalismo.
El agente 007 pertenece a otra era, al hombre ese que dispara en todas las direcciones pero que no quiere salpicarse el traje; un icono de hermosura que rodea la cintura de demasiadas mujeres
James Bond se queda mirando y soplando tristemente el rastro de humo que deja su pistola: se ha quedado anticuado. El agente 007 pertenece a otra era, al hombre ese que dispara en todas las direcciones pero que no quiere salpicarse el traje; un icono de hermosura que rodea la cintura de demasiadas mujeres -cosificándolas- y que está muy preocupado por no desmarcarse del dandy que le late dentro. Matt Damon lo ha dicho claro: "Estoy seguro de que en una pelea entre los dos, ganaría Bourne".
Él es omnipresente, está confundido, es valiente y bondadoso -en el fondo-. Un tipo de pocas palabras en estos tiempos de charlatanes, ya que Matt Damon sólo tiene 25 líneas de texto en toda la película. Arrostra, sólo existiendo, una sociedad hiperdigitalizada, sumergida en la crisis económica y en el cerumen moral. Por todo eso nos gusta. Nos gusta muy en serio Jason Bourne porque -dentro de la poca hondura filosófica de la historia- alude a una parte anárquica de nosotros muy difícil de sacar a flote sin que nos despidan del trabajo o nos deje la pareja o avergoncemos a nuestros padres.
1. Es un antisistema
Bourne no está ni dentro ni fuera del orden establecido: resulta un extraño, un anacoreta en los dos lados del río. No es un tipo underground -a él le mueve su historia personal, no va buscando la salvación del mundo a toda costa- pero, obviamente, repudia el sistema que le ha engañado, el que le utilizó y le puso una trampa para que trabajase para la CIA. Pocos amigos tiene el bueno de Bourne: lo persiguen asesinos profesionales, mercenarios paramilitares, ex compañeros de los cuerpos de inteligencia. Y él ahí, todo resistencia. Representa esa fuerza bruta y honesta fuera de la ley que a todos nos gustaría ser durante un rato, ese plantar cara cuando el mundo nos achanta y los intereses de otros tratan de oprimirnos. Dentro de su rebeldía, encima es un crack. Antes que matarlo, la CIA prefiere convencerlo de que vuelva con ellos. Toda la película se desarrolla en esa dicotomía: si te volamos la cabeza, bien, porque molestas menos, pero si te lo piensas dos veces, aquí estaremos.
2. Respeta el legado de su padre
Esta historia de la herencia emocional siempre vuelve esponjoso al público. Bourne no es de estos villanos insensibilizados que han dejado de tener lazos con familia y amigos. Él está solo, claro, él es su propio equipo, pero lo acompaña el recuerdo de su padre, un antiguo agente de la CIA. Muchas de las decisiones que va tomando están condicionadas, primero, por su deseo de que su padre se sintiese orgulloso de él, por su afán de recoger la enmienda del progenitor asesinado. Y, después, por encontrar al culpable de su muerte y hacer justicia.
3. Defiende la libertad de los ciudadanos
Bourne está del lado del débil. En este caso, de la población que se deja engañar por los servicios de inteligencia, que cede su intimidad y engorda el poder de los de arriba sin saberlo por la vía digital. En la película aparece una suerte de Snowden -que acaba de inventar un sistema de bloqueo del espionaje en dispositivos- contra quien el gobierno quiere atentar y al que nuestro protagonista protege. El mismo Matt, personalmente, se ha manifestado al respecto: "Me alegraron las filtraciones de Snowden y Assange. Me siento agradecido por saber lo que está pasando".
4. No es un sanguinario
Al menos, no en esta película. El hombre se cuida de liarse a tiros a la primera de cambio, y eso que le buscan la boca: tiene un francotirador todo el día detrás. Pero él, nada. No pierde los nervios. No tiene inquina, no va buscando venganza. Tampoco hace excesivos alardes de fuerza. No es como Cristiano Ronaldo cuando marca un gol: no peca de sobreactuación ni brama como un gorila. Jason Bourne elige ser un ser humano en vez de un primate con arma. Y eso -dentro del contexto violento del filme- es de agradecer.
5. Respeta a la mujer
Aquí Matt, en su papel de tipo algo perturbado pero íntegro, no está pensando en líos de faldas. Ni siquiera cae rendido ante la inteligencia, la audacia y la belleza de esa Alicia Vikander que interpreta a Heather Lee, una experta informática de la CIA que pretende regenerar los servicios de inteligencia y quiere darle una oportunidad a Bourne. Damon define su personaje como "monógamo en serie " y lo contrapone con James Bond, del que dice que es "un misógino al que le gustan los martinis y matar gente y no le importa nada más".