Lo peor que le puede pasar a una película que supuestamente vaya de subversiva, es que termine siendo terriblemente reaccionaria. Que intente aparentar ir de una cosa y que en realidad su mensaje sea el contrario. Es decir, que sea una auténtica tomadura de pelo.
Es lo que le ocurre a Malas madres. ¿Por qué?
Porque intenta ser gamberra y en el fondo es mojigata
En los últimos tiempos cualquier comedia que llega de Estados Unidos parece tener que cumplir una serie de requisitos entre los que irremediablemente se encuentra ser deslenguada y tener un punto vándalo. Eso lo han sabido imprimir bien aquellos directores y actores capacitados para realizar un tipo de humor subversivo e iconoclasta que sirviera para desmontar los valores prestablecidos y darles la vuelta a ritmo de cachondeo y gags corrosivos.
Las protagonistas intentarán desbancar del puesto a la rubia elitista que ha convertido la escuela en una rígida institución donde no hay opción de salirse del yugo de las normas establecidas
Pero también los hay que se suman al carro de la moda copiando los clichés y los arquetipos más convencionales para construir en realidad un altar al puritanismo más retrógrado.
Malas madres es una película ultra conservadora que lo que pretende es desmontar toda una serie de mitos en torno a la maternidad para en el fondo ofrecer una mirada autocomplaciente y timorata. Pero que, sin embargo, estalla en la última escena en la que las madres de las actrices protagonistas se sientan a hablar con ellas para venir a decirles lo buenas hijas que han sido, en lo buenas madres que se han convertido y lo orgullosas que se sienten de ellas.
En realidad, el discurso que contiene la película, firmada por el tándem conformado por Jon Lucas y Scott Moore, está más cerca de una cinta reciente que no esconde su espíritu conservador: Feliz día de la madre, del fallecido Garry Marshall. Pero al menos ésta era honesta con los planteamientos que el director siempre ha preconizado a la hora de modelar una sociedad utópica llena de princesas por sorpresa y prostitutas que encontraban el príncipe azul. Feliz día de la madre era artificial, ñoña y antigua, pero en ella no había signos de postureo. En Malas madres, sí.
Porque utiliza a la mujer para lanzar mensajes confusos
Por un lado están las comedias de hombres, los Supersalidos, Superfumados, los Resacones… en el que el papel de la mujer se encuentra en un segundo plano. Son películas llenas de testosterona en las que prima la masculinidad, el espíritu de la manada de los machos alfa. Afortunadamente también comenzaron a aparecer sus versiones femeninas que, de alguna manera, intentaban reivindicar su espacio dentro de ese heteropatriarcado. Un machismo construido en torno a un género que necesitaba un nuevo impulso donde la mujer ocupase el lugar que merecía a través de buenas dosis de cinismo y posthumor.
Si en 1988 Melanie Griffith se ponía los tacones para pisar con fuerza dentro del despiadado mundo laboral en Armas de mujer, ahora toda una nueva generación que quiere tomar el relevo exponiendo los problemas inherentes a la época en la que viven.
Si la verdadera rebelión de las mujeres consiste en emborracharse y hacer el idiota en el supermercado como propone la película, mal vamos
Ser madre y conjugar la vida laboral siempre ha sido un hándicap, hoy todavía más con la era del empleo precario. Y Malas madres parte precisamente de esa premisa, la imposibilidad del personaje, que interpreta Mila Kunis, para abarcar todas las facetas de su vida como madre, esposa y trabajadora a tiempo parcial. Sin embargo, este punto de partida se va difuminando a partir del momento en el que la trama deriva en una absurda batalla por hacerse con el control de la asociación de madres de alumnos en un colegio donde las actividades extraescolares se centran en la elaboración de cupcakes.
Kunis y sus amigas intentarán desbancar del puesto a la rubia elitista que ha convertido la escuela en una rígida institución donde no hay opción de salirse del yugo de las normas establecidas. Y esto no estaría mal del todo si no fuera porque en realidad, los conflictos que se plantean en la película también se parecen demasiado a los propios cupcakes que elaboran. Vistosos y apetitosos por fuera y empalagosos por dentro. No hay profundidad, tampoco vitriolo y verdadero espíritu reivindicativo. Todo revestido de una falsa pátina de fingida rebelión en torno a las presiones cotidianas a las que está supeditada la mujer en nuestro tiempo.
Porque atrasa en lugar de adelantar
Se lleva poner el “Bad” (“malo”), delante del título de cualquier película. Malos vecinos, Bad Teacher o lo que sea para aportar el toque de incorrección. Pero en realidad, lo que hace Malas madres es tirar de clichés, de escenas sobadas hasta la extenuación y exprimir arquetipos formularios que no hace más que ofrecer una imagen convencional y cansina de una sociedad estancada en los patrones tradicionales.
Los hijos son modélicos, las madres son abnegadas, su vida es cómoda y sin más preocupaciones que alcanzar esa perfección a la que parece que estemos destinados a sucumbir. No hay verdaderos conflictos dentro en ella. Si la verdadera rebelión de las mujeres consiste en emborracharse y hacer el idiota en el supermercado como propone la película, mal vamos.