São Paulo, Brasil. Un hombre debe abandonar lo único que sabe hacer, lo que ha hecho toda su vida. Años noventa, favela de Heliópolis. La policía mata a tiros a una chica, su barrio se levanta y, por una vez, la policía tiene miedo.
El hombre es Silvio Baccarelli, uno de los mayores violinistas que ha dado Brasil. Desde que era un niño a Baccarelli se le había considerado una promesa, hasta que el mito pudo más que el hombre y fue incapaz de seguir tocando el violín. La vida lo llevó a un colegio público en Heliópolis, la mayor favela de Brasil (tiene cerca de 100.000 habitantes en menos de un millón de metros cuadrados). Se encontró con una clase llena de chavales que pretendían tocar música clásica, pero que no sabían cómo se agarraba un instrumento.
Lo más curioso de dar oportunidades es devolverlas. Ramos, el protagonista, vivió en una favela gran parte de su vida, su madre murió cuando tenía cinco años y fue un profesor de danza quien lo sacó de la calle y le ayudó a desarrollar su talento
Este es el argumento de El profesor de violín, la última película del director Sérgio Manchado, que se estrena en España el próximo 12 de agosto. La cinta está basada en la vida de Baccarrelli, quien después de comenzar a dar clases a los niños de las favelas montaría el Instituto que lleva su nombre, para el desarrollo de habilidades artísticas, y la Orquesta Sinfónica de Heliópolis. Actualmente, una de las mejores del país.
El actor Lázaro Ramos da vida al violinista y los alumnos de las favelas son ellos mismos: 24 adolescentes que han tenido la oportunidad de rodar una película, 24 adolescentes que han tenido una oportunidad. La misma que tuvieron en su día los chicos a los Baccarelli, en los años ochenta, similar a la de miles de niños que acuden al Instituto desde 2004. Dar oportunidades es devolverlas. Ramos vivió en una favela gran parte de su vida, su madre murió cuando tenía cinco años y lo sacó de la calle un profesor de danza que le ayudó a desarrollar su talento.
El director de la película cuenta que la primera semana de rodaje “Lázaro tuvo una conversación personal con los chicos, ellos le dijeron que la película era muy importante para sus vidas pero que ellos querían que él tuviera el mismo nivel de compromiso”. “Me impresionó mucho, primero por la audacia de los chicos y por la actitud de Lázaro, porque seriamente les dijo que iba a dar lo mejor de él”, cuenta Mancacho.
Sin artificios
A partir de ese momento se creó un vínculo muy importante entre los actores y el protagonista, porque “no estaban actuando, estaban interpretándose a si mismos”, sentencia el director. “Me di cuenta que no tenía que hacer una película que se viese en otros países o que fuese para los festivales, era para ellos para que se sintiesen orgullosos y representados”, dice Manchado.
Quizá ese sea el mayor acierto de la cinta, los personajes son personas que hablan de si mismas. De la violencia, de lo difícil de ser mujer, de las drogas, de los padres que deciden que sus hijos no son libres… En esta película la realidad y la ficción se mezclan sin cesar. No sólo por las escenas que el director decidió suplir con momentos reales, que son imperceptibles, sino porque los niños tomaron incluso las riendas del guion y contaron sus propia historia.
En esta película la realidad y la ficción se mezclan sin cesar. No sólo por las escenas que el director decidió suplir con momentos reales, que son imperceptibles, sino porque los niños tomaron incluso las riendas del guión y contaron sus propia historia
“Una de las escenas que más nos marcó fue cuando el profesor le dice a los alumnos que van a tener clases los sábados, una de las chicas dice que no. Comienza a gritar, a llorar y cuenta su propia vida: la abandonaron en la basura y no tiene madre… Lázaro comenzó a llorar y no conseguía seguir porque estaba hablando también de su vida”, cuenta el director.
Ramos es uno de los actores más importantes de Brasil y “un ídolo para los niños”, afirma Manchado. Sin embargo, no era el candidato principal para interpretar el papel del profesor, el director quería que Wagner Moura (Pablo Escobar en Narcos) lo hiciese. “Baccarelli es blanco y Lázaro negro, yo no lo veía en el papel pero él insistió muchísimo en que quería hacerlo. Nos suplicó hacer la película, porque era la película que contaba su vida”, narra el director. Sin embargo, la elección ha resultado el acierto del filme, no sólo por su actuación sino por la conexión que se aprecia entre los chicos y el actor.
Los pobres no cuentan
Rodar con niños suele ser complicado pero si, además, son niños sin ninguna formación artística parece una tarea hercúlea. Pero Manchado afirma que los 24 estaban convencidos de que aquella era su oportunidad y no la iban a desperdiciar.
La película cabalga entre dos mundos. El de las favelas, con la pobreza en cada esquina, las drogas y la violencia. Y la zona rica de São Paulo, donde vive el profesor. El mayor contraste se aprecia en los suelos, de la limpieza a la suciedad en un momento. Dos mundos que coexisten pero que no conviven.
Es un retrato a escala de América Latina y similar al resto de los países del mundo, donde los pobres no cuentan, mientras que los ricos toman decisiones para ellos sin pensar que repercute más en otros. El profesor de violín hace un experimento de lo que pasa cuando los mundos se encuentran y comienzan a convivir.
“Supuso un esfuerzo no valorar los dos mundos que habitábamos, en Brasil cada vez se construyen más muros y lo que había que demostrar es que se pueden construir puentes”, dice Manchado, como hizo Baccarelli, “Es posible tender puentes porque las necesidades que tiene la gente son las mismas”. Pero los puentes que construyeron Manchado y su equipo no son unidireccionales, “no se trata de contar la historia de un profesor que lleva la cultura a la favela, porque en la favela ya hay una cultura muy rica”.
Se trata, por tanto, de convivir. El profesor lleva la música clásica a la favela, pero los niños le dan al profesor la confianza suficiente como para vencer sus propios miedos y le muestran los verdaderos ritmos de Brasil. Las escenas donde toca la Orquesta de São Paulo, dirigida por Marin Alsop, se contraponen con el break dance con la música popular brasileña, donde un ukelele y un violín pueden renovar un allegretto.
La película pretendía “hablar de los problemas del país de una manera verdadera y honesta, pero que también hablase de esperanza”, cuenta Manchado. “Si uno acredita que no hay manera de cambiar las cosas, entonces no se hace nada. Me molesta que las grandes películas brasileñas, como Ciudad de Dios, muestren una situación que no tiene salida. Si muestras que no hay otra manera de hacer las cosas, estás dando una invitación para que no se haga nada”, sentencia el director.
Manchado habla con conciencia porque la historia no es utópica, es real. Tan real que pasa cada día en la favela de Heliópolis. “No conozco a nadie que haya ido al Instituto Baccarelli y no haya llorado. En medio de las favelas ves a los niños tocando el violín, cantando… Es muy bello pero a la vez te da mucha rabia porque te das cuenta de que se pueden cambiar las cosas, que los niños sólo necesitan una oportunidad”.
En los años 90, cuando Baccarelli llegó a Heliópolis, la violencia campaba a sus anchas. Casi 20 años más tarde la situación no ha cambiado mucho. “En una de las semanas del rodajes, mataron a tres niños en la favela. Tuvimos que rodar una persecución de un coche de policía a los chicos y teníamos miedo de que alguien creyese que no era una película, sino la realidad y que matasen a los chicos”, cuenta Manchado. “Es muy frecuente el asesinato a jóvenes negros, como en Estados Unidos pero en Brasil pasa diariamente. No es peligroso ir a Brasil si no eres joven y negro, es un ciclo vicioso de odio que nadie cambia, porque la policía los odia y les tiene miedo” y en consecuencia, los mata.
El levantamiento de la favela contra la policía en tiempos de Baccarelli por el asesinato de una niña a manos de la policía supuso un trauma para el barrio que sigue vivo. Tanto que el rodaje de esa escena se tuvo que hacer fuera del barrio. “Rodamos en otro sitio pero llevamos mucha gente de Heliópolis, en plena escena nos dimos cuenta de que la gente, los actores, tenían tanto odio a la policía que había que calmarlos, había que parar y explicarles que no era de verdad”, cuenta el director. La ficción y la realidad se mezclan hasta tal punto que hay veces que no se pueden distinguir, sobre todo cuando la realidad parece surrealista. El profesor de violín no es una película bonita, es una película necesaria porque muestra en la gran pantalla las cosas que no queremos ver en el día a día.