Agarrar un clásico de los ochenta y hacerle el boca a boca hasta la resurrección es algo así como incrustar en la vida adulta aquel amor de verano adolescente: un despropósito. La nostalgia sólo nos recuerda que somos más viejos y cada vez menos impresionables. Todos lo sabemos y por eso intentamos alejarnos del vicio del remake, esa comparación -siempre- tan dolorosa. Pero es peor aún cuando ni siquiera esperamos que las nuevas versiones nos emocionen como el original: cuando dejamos de exigir la genialidad, la frescura, la perfecta extravagancia, para acomodarnos en el "bueno, como rollo estival está bien". Lo mismo pasa con las películas.
La recién estrenada Cazafantasmas, dirigida por Paul Feig y protagonizada por mujeres -para disgusto de Donald Trump, que ya se ha manifestado en contra-, es intachable sobre el papel, pero le falta la magia antigua de la de Ivan Reitman; eso que pone en relieve una obra y le da vida propia. Las buenas intenciones casi nunca son lo que cuentan, especialmente si no se saben ejecutar: en definitiva, el feminismo no hace buena a una película. Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Kate McKinnon y Leslie Jones -las heroínas- son cómicas deliciosas, actrices valientes que han ido a romper de una patada todos los estereotipos hollywoodienses.
Feig ha superado recurso tan manido de "no importa que sean graciosas, sólo que estén buenas" y es cierto que el resultado es agradable
Feig buscó -gracias- la calidad interpretativa por encima de la estética -por ese recurso tan manido de "no importa que sean graciosas, sólo que estén buenas"- y es cierto que el resultado es agradable: un elenco de mujeres fieras, carismáticas y diferentes entre sí, huyendo del "efecto animadora". Sólo una de las cuatro es menor de 40 años, otra de ellas es la primera lesbiana declarada que formaba parte del Saturday Night Live -tras más de 30 años en antena-, una es negra y a ninguna se le quiebran las uñas a la hora de echarse al lomo el disparador nuclear de protones.
Linchamiento sexista
El hecho de que se hayan sacudido los cánones, lejos de causar lecturas positivas sobre los nuevos modelos de mujer que se hacen hueco en la industria, ha provocado una avalancha de críticas machistas, misóginas y sexistas: "Menuda mierda, y encima una de ellas es una puta ballena"; "Viendo las gordas que salen sin darle al play, como que paso de darle... franquicia de mierda"; "Joder, es difícil que en todo Hollywood no encontrasen una tía buena para poner en esa película: ¿a qué mercado va dirigida: gordas acomplejadas, feas sin remedio, amas de casa llenas de gatos y que creen en el esoterismo?"; "Estas tías feas necesitan que les echen toneladas de semen por la cara". El acoso ha llegado a tal punto que Jones -que, además, ha recibido insultos racistas- ha tenido que cerrar su cuenta de Twitter.
"Menuda mierda, y encima una de ellas es una puta ballena"; "Estas tías feas necesitan que les echen toneladas de semen por la cara"
El concepto -sólo el concepto- de la película está bien atado y al usuario neandertal -que acude al cine dejando el cerebro en casa, sólo dispuesto a salivar- le molesta: el carácter de las cazafantasmas dista mucho de caer en estereotipos de género.
Tres de ellas son científicas y una, trabajadora del metro -aporta el vigor y el conocimiento de la ciudad-; no están casadas, no tienen pareja ni hijos, pero sí un férreo sentido de la fraternidad. En ningún momento hay alusión al cuidado del físico ni guiño a la hipersexualización. Es más, cuando Leslie Jones les consigue a las chicas los monos de trabajo, McKinnon le dice, aliviada: "Gracias por no hacerlos femeninos".
Hombre-objeto
La secretaria del equipo -que en el Cazafantasmas de 1984 encarnaba Annie Potts- es ahora un secretario hermoso al que le faltan un par de hervores, Chris Hemsworth: se le quiere, a pesar de todo, con su dulzura y su estupidez. Ah, un hombre objeto. Se giran las tornas. Incluso Kristen Wiig le babea al verle aparecer, porque -vaya- las mujeres también pueden dejarse embobar por la belleza.
Feig ha dicho, en un comunicado, que si Sony les ha dado un voto de confianza es porque la película no es "barata ni ortodoxa": "Presenta a cuatro mujeres en todas sus dimensiones y complejidades. Es una mirada nueva, puesto que Hollywood sólo enseña una de sus caras, quizá por ello está fracasando, porque enseña su propia versión idealizada o lo que los hombres quieren que las mujeres sean. La comedia ha sido durante demasiado tiempo un club masculino, lo cual ha generado relaciones insanas". Katie Dippold, la guionista, ha resaltado que, sencillamente, han hecho Cazafantasmas "para los mejores cuatro cómicos que hay ahora mismo, y da la casualidad de que son mujeres".
Se han perdido los tiempos y la intencionalidad del guion para confiárselo todo a la parodia. Demasiado superficial, poco redondeada
Bien. Pero estas buenas intenciones -personajes femeninos fuera de tópicos que, con todo, han tenido que sufrir el repugnante linchamiento de un sector del público- no pueden opacar la realidad: la mediocridad del filme, a pesar de la profesionalidad individual de las integrantes del grupo. Es cierto que se pone sobre el tapete un tema del que hay que hablar, pero no basta. La película intenta parecerse demasiado a la original, en trama y escenarios, cuando es imposible volver a aquellas bibliotecas polvorientas, a aquellos hoteles enmoquetados hasta la lámpara, a aquellos fantasmas cutres y encantadores, a aquel Bill Murray tirándole los trastos a la magnífica Sigourney Weaver.
Era un no sé qué lo que residía en la fiesta ochentera del vecino Louis Tulley, el vecino de Dana Barret; en aquel Nueva York amenazado; en aquella barra de bomberos que todos quisimos tener en nuestro piso. Esa fórmula ya no vale, ya no sorprende, ya no sirve. Se han perdido los tiempos y la intencionalidad del guion para confiárselo todo a la parodia. Demasiado superficial, poco redondeada. Da igual que estos monstruos sean más fuertes, más tenebrosos y digitalmente mejores, porque ya no nos los creemos. Aquí el que siempre fue el peor enemigo de los Cazafantasmas: las cejas que se levantan con escepticismo.