A los niños les encanta jugar con la plastilina. Dan vida a sus fantasías con las manos. En esa sustancia blandita y maleable descubren posibilidades infinitas. Hay también algo físico que le otorga un encanto especial. Esas manos manchadas de decenas de colores se sienten realizadas tras crear cualquier criatura informe.
El cine también ha sentido esa fascinación por la plastilina. Que se lo digan a Ray Harryhausen, que con ella provocó las pesadillas de millones de espectadores gracias a sus esqueletos en Jasón y los Argonautas. O a los genios de Aarmand. O a Henry Selick y Tim Burton… Y es que el stop-motion, o el crear la sensación de movimiento animando figuras de plastilina (u otros elementos como la resina) es tan antiguo como la historia del cine. Su uso no está extendido y sólo unos pocos guerrilleros mantienen su esencia. El laborioso trabajo de creación de un film usando muñecos a las que remodelar para cada nuevo fotograma es demasiado laborioso para una época en la que los efectos digitales pueden conseguir lo que sea con la mitad de esfuerzo.
Uno de esos supervivientes es el estudio Laika, que llegó a las salas en 2009 con Los mundos de Coraline, por la que consiguieron una nominación al Oscar a la Mejor película de animación, igual que la lograron después con todas sus obras: Paranorman y Los boxtrolls. Hoy llega a las salas españolas su nueva joya: Kubo y las dos cuerdas mágicas. Una historia inspirada en Kurosawa y las historias de samuráis que se ha convertido en la película animada con mejores críticas del año, por encima de Zootrópolis de Disney y Buscando a Dory, de Pixar.
Kubo es una película inusual dentro del trillado cine de 'dibujos' familiar. Es oscura, melancólica y con elementos que la convierten en el reverso perverso de la compañía que trajo Toy Story. El protagonista del filme de Laika es un niño tuerto que toca el shamisen y que se gana la vida contando historias con figuras de origami. Una película sobre la familia, el pasado y el poder de la narración. Escondida en su estructura de viaje clásico de todo héroe hay una obra que, como todas las de Laika, conectará mejor con los adultos que disfrutan del cine de animación.
Esto se ve desde el primer minuto en el diseño de los personajes, de rasgos marcados y excesivos, de una belleza alejada del canon marcado por Disney y a veces rozando lo tétrico y gótico, sobre todo en sus antagonistas. La animación es fluida aunque siempre mostrando ese toque tradicional y artesano que es marca de la casa. Si Kubo está hecho de plastilina ha de notarse que es así. Hasta el maestro Harryhausen encuentra su homenaje en ese esqueleto que parece el padre de los de Jasón y los argonautas.
Los principios para Laika no fueron fáciles. Su estilo cuidado y sus tramas adultas no encajan en los grandes blockbusters, y de hecho hasta en dos ocasiones la compañía ha tenido que recortar personal. Ahora se centran exclusivamente en sus proyectos de stop-motion para el cine y la maquinaria empieza a funcionar. Sólo ellos se atreven a mirar a la cara a Pixar en cuestión de calidad técnica y narrativa. Su arma: la plastilina y la paciencia para desarrollar cada proyecto tomándose mucho, mucho tiempo. Así lo planteó desde sus inicios Phil Knight, cofundador de Nike y propietario del estudio, y así lo entiende también su hijo Travis, jefe de animación de Laika y director de Kubo y las dos cuerdas mágicas.
Nada de secuelas
En su página web Laika deja claro su pasión por la tradición: “Somos una comunidad de contadores de historias, artistas, inventores, técnicos y artesanos de todo el mundo comprometido con fusionar las nuevas tecnologías artísticas con una animación tradicional hecha a mano y tan antigua como el propio cine. Nuestra misión es llevar a la pantalla esa clase de emoción, innovación e historias emocionantes con las que hemos crecido”.
El nivel artístico de Laika es impecable, pero es que narrativamente son más adultos sin abandonar nunca ese toque familiar. Su poder va más allá de la técnica
Lo que de momento no han conseguido es el Oscar a la Mejor película animada. Nominados con todas sus obras nunca se han llevado el preciado galardón. Kubo puede ser esa primera vez que se confirme que Laika vence a Pixar. Para Manuel Cristóbal, productor de El lince perdido y Arrugas, la empresa propiedad de Disney todavía “sigue estando por encima” de Laika, pero cree que ambas hacen un bien necesario por el sector. “La animación familiar es un pasillo muy estrecho, y que haya gente como Laika o Pixar, hacen que ese pasillo se ensanche un poco y que todos nos beneficiemos de ello”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Para el productor lo que diferencia a la compañía de Coraline es su madurez. “Su nivel artístico es impecable, pero es que narrativamente son más adultos sin abandonar nunca ese toque familiar. Su poder va más allá de la técnica, ya ni parece stop-motion”, explica el experto en animación. A España le queda un trecho para llegar a este nivel, y no por sus profesionales, sino por la poca apuesta institucional al sector. “Tenemos que tener las mismas herramientas fiscales que otros países, porque esto es una losa que nos impide crear muchos puestos de trabajo. Técnicamente ya tenemos el nivel”, añade.
Otra de las cosas en las que se destaca de sus competidores es que no busca sólo el impacto comercial de sus películas. Hubiera sido muy fácil rodar secuelas de sus títulos más populares, pero en Laika están en contra de estas maniobras comerciales. “No me interesa hacer secuelas. Entiendo desde un punto de vista económico por qué son necesarias. Odio las secuelas, aunque eso no quiere decir que no puedas contar una buena historia en ellas. Algunos de los mejores filmes de la historia son secuelas como El padrino 2 o El imperio contraataca… Hay motivos artísticos ahí, pero generalmente, la mayoría de ellas son para hacer dinero rápido”, contaba recientemente Travis Knight en una entrevista a Slashfilm.
Quizás por ello todavía no han encontrado la clave en la taquilla. Todas tienen un público fiel que les hace superar los 50 millones de dólares en EEUU, pero siguen sin arrasar como lo hacen películas de estudios menos arriesgados como Dreamworks o Illumination. Su nombre suena más como estudio de culto entre los adultos, una especia de estudio Ghibli de plastilina que ha enamorado una vez más a los espectadores.