El título de la película parece escogido para despistar. Porque en el equipo comandado por Raúl Arévalo hay momentos para casi todo menos para la ira. Antes de salir hacia la alfombra roja, le toman el pelo al guionista con que según la prensa especializada la interpretación de Antonio de la Torre sostiene una última parte en la que el texto decae. El actor malagueño se ocupa de adecuar el vestuario de su amigo el director. A Luis Callejo le sugieren que con las pintas que va al Palazzo del Cinema parece un productor de cine porno. Pero ojo, porque en la pantalla Tarde para la ira deja lugar para pocas bromas.
El film representa la puesta de largo de Raúl Arévalo como director. Ni más ni menos que en Venecia, sin competir por el León de Oro, pero al lado de colegas como Mel Gibson, Terence Malick o Wim Wenders. Confiesa Arévalo que es “bastante ecléctico en sus gustos”, pero que para hacer esta película se ha fijado especialmente en Michael Haneke, los hermanos Dardenne, Jacques Audiard o Peter Mullan.
Pero su obra, aplaudida en Venecia, desprende un aire inconfundiblemente español. Desde ese flamenco agitanado, a las conversaciones de barra de bar. Sin ánimos de proseguir, si anticipamos que el film comienza con la secuencia de un atraco grabada desde el interior de un coche, nos encontramos, como reconoce el propio Arévalo, con “muchas reminiscencias del cine quinqui de los 80”.
El cine negro de Venecia
Dicen en Venecia que España se ha inventado una nueva forma de cine negro que no para de cosechar éxitos. Aunque para el director sea sólo una casualidad, que “coincide que han aparecido varios thrillers y han gustado”. “No es que yo haya vivido nada parecido a la trama, pero sí que conozco bien esos bares de serrín en el suelo y partida de mus, a la gente que iba al bar como el de mi padre o esas carreteras de pueblo que aparecen en la película”, sostiene.
Conozco bien esos bares de serrín en el suelo y partida de mus, a la gente que iba al bar como el de mi padre o esas carreteras de pueblo que aparecen en la película
Un debate que parece apasionar a Antonio de la Torre. Porque dentro de su habitual buen humor, dedica a él la mitad del tiempo concedido para la entrevista. “Llevo escuchando que en España se hace muy buen cine de género desde hace muchos años y creo que no es algo nuevo, pero lo que sí me da la sensación es de que ha cambiado la forma de interpretarlo”. Y aunque es innegable que ha estado presente en todos los éxitos patrios recientes, ya no sale del chascarrillo para valorar lo que él representa a ese nuevo modo de interpretación. “Eres el adalid, la punta de lanza del cine español”, le espeta su compañero de reparto Luis Callejo, quien se considera a sí mismo un “utilitario” que obedece órdenes.
Lo malo, según él, viene cuando las instrucciones proceden de “un actor de los buenos”. “Cuando trabajas con otro director, tienes la oportunidad de reírte de él porque te pide una cosa y él te la enseña. Entonces tienes dos posibilidades, o que lo haga mal o que no lo haga. Raúl, que se ha pasado al lado oscuro, llega y te lo hace”, cuenta Callejo.
Tarde para la ira
Y lo que parece haber hecho el debutante director de 36 años es trasladar su buen hacer como intérprete a la dirección de una película en la que nadie se extrañaría si lo encontráramos delante de la pantalla. El personaje impenetrable que representa, por ejemplo, en La isla mínima se percibe en toda esta Tarde para la ira, que narra los ánimos de venganza de un personaje inmerso en un insondable triángulo amoroso. Siempre claro, con la ayuda de su inseparable Antonio de la Torre en el papel principal.
Lo suyo esta vez es más una sucesión de arranques de vehemencia en medio de una calma turbadora. “Decía Raúl Arévalo de mi una cosa muy bonita y de la que yo no era consciente, que actúo como un niño”, afirma el actor. “Y ojalá sea así, porque es la única forma de comunicar”, subraya. De la Torre es el perfecto exponente para sostener una historia de rabia contenida. “De la España negra”, califica Callejo, el otro peón que interpreta a un delincuente apocado recién salido de la cárcel. Según él, “si en una película española un hombre encuentra a su mujer en la cama con otro, hay bofetones, cuchillos o pistolas. En otra francesa, se resolvería de un modo intelectual y con la pareja durmiendo de nuevo en la misma cama”.
Decía Raúl Arévalo de mi una cosa muy bonita y de la que yo no era consciente, que actúo como un niño. Y ojalá sea así, porque es la única forma de comunicar
Por eso es distinto el cine con el que Arévalo se presenta en Venecia y del que habrá que estar muy atento en los Goya. Quien ya se impuso en estos premios con Gordos, piensa que este tipo de film es “fácilmente exportable”, aunque augura que tendrá también buena acogida en nuestro país.
“Creo que en los últimos años, por suerte, hay una esperanza. Durante mucho tiempo ha habido un rechazo de la gente, apoyado por algunos medios o partidos políticos, pero creo que la gente se ha reconciliado un poco con el cine español”, opina. Rechazando esa etiqueta ibérica que les ponen, aunque aquí en Venecia sea ya considerada sello de calidad.