Paesa y el maletín de Roldán
Ante el estreno de 'El hombre de las mil caras', el próximo viernes 23, el periodista Manuel Cerdán, que cazó a Paesa en París, analiza las diferencias entre su libro y la película.
8 septiembre, 2016 01:01Noticias relacionadas
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Querido lector si decide ir al cine a ver El hombre de las mil caras, la última película de Alberto Rodríguez - goya por La isla mínima-, buscando un thriller de corte hollywoodense, pierde el tiempo. Se va a encontrar con algo mucho mejor, de mayor calado: con todo un daguerrotipo de la España de la corrupción de los años noventa. De la corrupción política y de la corrupción económica. Todo ello visto a través de la óptica de dos personajes de la época: Francisco Paesa y Luis Roldán. Dos pícaros que pararon las rotativas de los periódicos en más de una ocasión y que, a lo largo de la película, juegan como el gato y el ratón.
Están unidos por cientos de millones de pesetas provenientes de las comisiones ilegales y de los fondos reservados de Interior, pero también separados por un maletín lleno de documentos que el ex director de la Guardia Civil nunca suelta de su mano. Cree que es su salvaconducto para negociar su futuro pero, finalmente, pasa a manos de Paesa. De la única persona que salió vencedora del caso Roldán: alejado de la cárcel, blanqueado judicialmente y con doce millones de euros en una cuenta corriente de un banco de Singapur.
Esta es una de esas películas que los espectadores conocen la mayoría de sus pasajes
El espía se hace millonario con el dinero de Roldán, pero logra también su blindaje ante el poder con tan apreciado maletín. Y el director Alberto Rodríguez lo capta con inteligencia y aplomo. En una de las escenas finales, antes de su entrega en Bangkok, Roldán le da el maletín a un colaborador de Paesa y le espeta: "Esto es para Paco". Lo desvelo porque la opinión pública ya conoce que tal cual fue en la vida real. Esta es una de esas películas que los espectadores conocen la mayoría de sus pasajes, pero que logran mantener la atención del espectador con tensión hasta el final. El director, al menos, lo ha conseguido conmigo que la he visto dos veces.
A través de los ojos de Guimerá
Me imagino a Alberto Rodríguez, tras leer mi libro, dirigiéndose al coguionista Rafael Cobos, y exteriorizando su preocupación: "¿Y ahora qué?". ¿Cómo trasladar a la pantalla las mil faces burlonas e intrigantes del espía Paesa? ¿Cómo condensar en algo más de cien minutos la trepidante vida de nuestro 007 del madrileño barrio de Chamberí? ¿Dónde colocar el objetivo para condensar la trama del filme a partir de los cincuenta años de acción de un personaje de película?
El director, atraído por la necesidad de encontrar a ese narrador que sirva de nexo de la trama, concede al ex piloto de Iberia el protagonismo que nunca tuvo
Rodríguez y Cobos lo resuelven con gran acierto: se centran en la fuga de Roldán en 1994, el pasaje más trepidante y corrupto de la reciente historia de España, y convierten a uno de los más estrechos colaboradores de Paesa en el guía, en el narrador, de una trama de tono sainetesco. Posiblemente, el ex piloto de Iberia, Jesús Guimerá -convertido en el filme en Jesús Camoes- haya sido el personaje más zarzuelero de la vida de Paesa.
Guimerá se erige en la película en uno de aquellos historiadores ambulantes medievales, que desplegaban en las plazas de los pueblos sus lienzos con viñetas y narraban lo acontecido en el lugar. Rodríguez no se equivoca porque, como aquellos cuentahistorias callejeros, Guimerá tiene facilidad para fabular historias tanto en la ficción como en la vida real. El director, atraído por la necesidad de encontrar a ese narrador que sirva de nexo de la trama, concede al ex piloto de Iberia el protagonismo que nunca tuvo. Como un elemento narrativo de ficción acierta en su apuesta, independientemente que Paesa siempre lo tratara como un mercenario, como un fiel escudero que ejecutaba sus órdenes sin rechistar.
Un año después lo cacé yo en París donde tuve la oportunidad de mantener con él una entrevista de dos horas
El espía lo conocía desde la etapa de éste en el Batallón Vasco Español (BVE), pero jamás exhibió ante él una mueca de cariño ni de gratitud. Incluso, lo dejó fuera de las exequias como al resto de sus allegados, cuando en 1998 se hizo el muerto en Bangkok con una esquela publicada en la prensa por su hermana. El hombre de las mil caras permaneció desaparecido hasta finales de 2004, cuando una agencia de detectives británica lo localizó en Luxemburgo. Un año después lo cacé yo en París donde tuve la oportunidad de mantener con él una entrevista de dos horas. Y así es como acaba la película cuando lo abordo en medio de la calle, con mi pregunta y su respuesta: "Yo no soy Paco".
Un nuevo género
Rodríguez, con un medido flashback, se adentra en otras dos importantes escenas de la biografía del espía. Dos hazañas en las que se reflejan la cara y la cruz del espía. La cara: el plan más brillante de la lucha antiterrorista, en la que Paesa consiguió vender a ETA dos misiles SAM-7, con unos microchips ocultos en el fuselaje, que acabó en la conocida como Operación Sokoa. La cruz: su incursión en el lodazal de los GAL cuando intentó presionar a una testigo que iba a declarar ante Garzón.
Pretendía proteger a sus jefes y amigos del Ministerio del Interior y de La Moncloa, que habían colaborado en la perpetración de 27 asesinatos. Son aquellos camaradas de Paesa que, como resalta con ironía unos de los personajes más oscuros del filme, portaban chequera y no armas. Creo que con la inclusión en el guión de ese agente, sacado de la chistera de la ficción, Rodríguez pretende reflejar las alcantarillas de los servicios secretos. Otro de sus grandes aciertos.
Manda narices, esa sí era la España de las tinieblas. Si la comparamos con la actual, la dimisión del ministro Soria es una anécdota
Quizás a la película le falte alguna imagen del interior del complejo de La Moncloa donde entonces moraban los superjefes de Paesa y Roldán, el presidente Felipe González y el vicepresidente Narcís Serra. Otro personaje que ya se movía por las sombras del poder era José Enrique Serrano, secretario general de la Vicepresidencia del Gobierno y, hoy día, convertido en uno de los negociadores de Pedro Sánchez en pro de la regeneración y la transparencia política. Ayer, viendo la película por segunda vez, me comentaba mi vecino de butaca: "Manda narices, esa sí era la España de las tinieblas. Si la comparamos con la actual, la dimisión del ministro Soria es una anécdota".
Otro de los muchos aciertos del director es la definición de los personajes de la película. Los borda él y los actores logran darles credibilidad: Fernández/Paesa, Santos/Roldán o Coronado/Camoens/Guimerá. Con casi todos los protagonistas históricos del filme he compartido durante años mesa y mantel y me atrevo a decir que el trabajo de los actores es espectacular. Logran meterse en la piel de Paesa, Roldán y Guimerá con una nota de excelencia.
El trabajo más duro es el de Carlos Santos a quien le toca dar vida a un Roldán abatido y agónico
El trabajo más duro es el de Carlos Santos a quien le toca dar vida a un Roldán abatido y agónico. Posiblemente, sea con el ex director de la Benemérita con quien Alberto Rodríguez se ha mostrado más duro en la recreación de su papel. En varias escenas lo presenta como un algarrobo inculto y acomplejado. Le obliga a confundirse entre Brahms y Haendel y le hace decir por teléfono que está leyendo cuando, en la escena, aparece viendo la tele. Ahí se equivoca Rodríguez: Roldán era un gran conocedor de la música clásica y un ávido lector de libros de historia y ciencia política.
Tampoco podemos olvidarnos de los papelazos de Marta Etura -borda el personaje de Nieves/Blanca-, Luis Callejo, Emilio Gutiérrez Caba, Mireia Portas y Alba Galocha, en su primera película. Y de Antonio Asensio, el presidente del Grupo Zeta, que apostó por este proyecto hace diez años y no ha cejado hasta que lo ha visto en las pantallas.
Cine de picaresca
Rodríguez, con su Hombre de las mil caras, nos introduce en un nuevo género cinematográfico. Si en la literatura existe la novela picaresca habría que convenir que Rodríguez ha logrado lo que podríamos definir como el cine de picaresca. Traslada a los personajes al patio sevillano de Monipodio y los convierte en los personajes cervantinos de Rinconete y Cortadillo. No se equivoca porque Roldán y Paesa siempre se movieron en un mundo de trileros.
Paesa ese día estaba en Madrid a la espera de recibir las sacas con los 300 millones de pesetas en billetes de diez mil
Eso la película se aleja de la realidad, sin ninguna necesidad, cuando Paesa le manda en un sobre a la mujer de Roldán los papeles de Laos -la verdad es que hizo todo lo posible para que no se publicaran-, cuando en la entrevista de El Mundo con Roldán en París sitúa en la habitación del hotel Marignan a Blanca Rodríguez Porto -Nieves en la versión cinematográfica- y a Jesús Guimerá, convirtiendo la escena en una especie de camarote de los hermanos Marx, o cuando sitúa al espía en París el día de la entrega del ex director de la Guardia Civil. Paesa ese día estaba en Madrid a la espera de recibir las sacas con los 300 millones de pesetas en billetes de diez mil que había pactado con Belloch.
Ni que decir tiene que el camaleónico Paesa coge el dinero y corre fuera de España, sin que nadie lo impida. Y, lo más chocante, siga en libertad hasta la fecha gastándose el botín. Roldán se equivoca cuando en varias ocasiones lo amenaza: "Está esposado a mi. Si caigo yo cae usted conmigo". Pero la historia no acaba así: se estrella él y Paesa se queda con su dinero y con el maletín del chantaje.