Estudia, trabaja, forma una familia, pide un préstamo, compra una casa, ahorra… El patrón está escrito. La sociedad actual ha decidido por nosotros lo que tenemos que hacer. Salirse del guion marcado no está bien visto. Sólo unos pocos se atreven a hacerlo, a decir 'No' a las reglas del juego, a hacer lo que les dé la gana. Por eso está bien que de vez en cuando alguno de ellos se encargue de abrir los ojos del resto.
El último en hacerlo es El principito, el personaje de Antoine de Saint-Exupéry, que en su última adaptación cinematográfica ha llegado con el puño en alto para decirles a los niños que ya llegará el tiempo de las normas y que disfruten mientras puedan. El responsable de esta nueva versión es Mark Osborne, director con bagaje en la animación gracias a títulos como Kung Fu Panda y que aquí logra su mejor película al traer al presente el texto de Saint-Exupéry sin perder el encanto del original.
Es difícil versionar un clásico como El principito, idolatrado por millones de personas, por lo que siempre se tira de la adaptación clásica, intentando plasmar punto por punto el texto. Osborne ha preferido arriesgar y usarlo como motor de la historia. Cede el protagonismo a una niña atada a las normas de su estricta madre. Su vida está planificada hasta los próximos diez años. Estudiar, ir a la escuela de artes más prestigiosa del país… nada entra en una rutina que también llevan los adultos, porque como dice la obra: “Las personas mayores son muy extrañas”.
Por casualidad llegará a sus manos una hoja escrita a mano con un dibujo que llamará su atención. Se trata de la ilustración original de El principito y a una de las primeras páginas de la obra. Leerla la trasladará al mundo de la novela y así el espectador podrá disfrutar del clásico desde los ojos de un niño que la descubre por primer vez. La rosa, el zorro, la serpiente… todos los personajes aparecen (simplificados) recitando sus versos y hablando del amor, de la soledad y de la pérdida de la inocencia. Unos relatos que servirán para que la niña abra los ojos en el mundo real y se rebele contra el orden establecido.
Una de las decisiones más polémicas del filme sitúa al príncipe ya crecido y víctima del propio sistema. Trabaja como limpiador y los adultos ya no le parecen tan extraños. Un movimiento arriesgado que, sin embargo, sirve para llevar su tesis hasta las últimas consecuencias: vivimos alienados por las normas de la sociedad. Aquí los 'malos' son los altos ejecutivos encorbatados que incluso acaban devorados por una máquina en un homenaje a Chaplin y sus Tiempos modernos.
Un principito antisistema que reivindica el placer de ser niño y de no seguir las normas, pero también la importancia de contar historias, de escribir, de leer y de imaginar.
Un príncipe de papel maché
Uno de los principales aciertos de la película y uno de las decisiones más arriesgadas es el estilo de animación elegido. Mientras que la historia de la niña opta por una animación en 3D cuidada, pero nada sorprendente viendo el despliegue técnico al que ya estamos acostumbrados, la parte de El principito se decanta por el stop motion. Personajes hechos con papel maché que respetan el imaginario desplegado por Antoine de Saint-Exupéry, que encuentra en la animación hecha fotograma a fotograma la horma de su zapato.
En una película con un alto presupuesto lo más fácil hubiera sido hacer todo de la misma forma, pero el encanto que impregna el stop motion a la historia es esencial. Los personajes y sus formas casi poliédricas, así como esos escenarios hechos con papel hacen volar nuestra imaginación y le sirven a Mark Osborne para entrar y salir en la historia de una forma ágil.
Lo tradicional para traer la obra a la modernidad. Una paradoja con la que se juega y que resulta encantadora. Es curioso que las dos mejores películas de animación del año (esta y Kubo, las dos cuerdas mágicas) usen la misma técnica y apuesten por la vuelta a los orígenes en vez de por el más difícil todavía. Puede que este mundo se haya “vuelto demasiado adulto” y aburrido, pero leer El principito o ver esta adaptación hacen que lo olvidemos, aunque sea por un rato.