El cine de acción ha vivido años convulsos. Los 90 acabaron con la hegemonía del héroe tal y como lo conocíamos. De repente Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone y compañía no valían. La gente buscaba otro perfil, alguien más blandito, más reconocible e incluso con el que se pudiera identificar. Ese cachas de malas pulgas y poco don de la palabra desapareció por completo. Con su fin se vivió el declive de las carreras cinematográficas de estos actores, que ya habían enterrado a otros héroes pasados como Jean-Claude Van Damme, Chuck Norris, Kurt Russell o Dolph Ludgren.
Las formas se endulzaron y llegaron otros ídolos. Los golpes ya no eran toscos y rudos, sino que todo vivió una estilización. James Bond se convirtió con Pierce Brosnan en un galán finolis alejado de lo que Ian Fleming escribió. Matrix convirtió las escenas de acción en una coreografía imposible en la que para dar un puñetazo había que trepar por una pared y dar mil volteretas y gente como Keanu Reeves y Tom Cruise (con la saga de Misión Imposible) se adueñaron del trono.
Nadie se atrevía a recuperar la acción pura y dura de los años 80, y hasta directores muy dotados para el género, como Doug Liman o Paul Greengrass, elegían a actores más asociados al cine de autor. Para El Caso Bourne, las adaptaciones de las novelas de Robert Ludlum, eligieron a Matt Damon. El mismo Matt Damon del que se reían en Team América: la Policía del mundo. En menos de cinco años El indomable Will Hunting había pasado de genio de las matemáticas a máquina de matar adiestrada por el Gobierno de EEUU.
Al ostracismo de las viejas figuras de acción han contribuido las sagas adolescentes, que han rebajado la edad de los protagonistas para convertirlos en portada de la Súper Pop. Desde hace unos años las estrellas de antaño han resucitado en una operación de nostalgia que ha traído la aparición de nuevos personajes que perpetúan el mismo estereotipo de actor. Mientras Arnold Schwarzenegger intentaba resarcirse como Terminator, Sylvester Stallone decidió homenajear al antiguo cine de acción reuniendo a todas las estrellas de antaño y aportando alguna novedad. Entre ellas un nombre que ya se había consolidado como su sucesor: Jason Statham, que estrena Mechanic: Resurrection, la secuela de uno de sus pelotazos.
Jason Statham, con su calvicie, huye del ídolo metrosexual que enterró al héroe de acción de los años 80 y 90 y del que es heredero
El británico fue descubierto por Guy Ritchie en Lock & Stock. Fue el director el que le puso en el radar de Hollywood gracias a sus papeles de matón socarrón en Snatch: cerdos y diamantes o Revólver. Su imponente físico y su rostro de pocos amigos eran perfectos para devolver vitalidad a un género que parecía olvidado. Un enamorado de la acción, Luc Besson, lo vio claro, Statham no estaba hecho para ser el secundario de lujo, sino para repartir mamporros. Para él creo la saga Transporter, donde era un mercenario que transportaba todo tipo de mercancía hasta que se involucra personalmente en un trabajo. Un topicazo que sirvió para confirmar que el cine de acción sólo estaba dormido. Hasta dos veces volvió al personaje, que cuando cambió de actor se estrelló en la taquilla
El público conecta con Statham por su falta de ínfulas. No tiene pretensiones de ser un gran actor, ni de construir un personaje profundo, sólo de dar los mejores puñetazos en la gran pantalla. Una de las señas características del británico es su calva. No es una calva cualquiera, no es una de esas lustrosas cual bola de billar, sino que el actor lleva su poco pelo con la mejor dignidad. Rapado, pero sin ocultar su evidente alopecia. Esto, que puede parecer una cosa baladí, no lo es. Statham huye con su aspecto del ídolo metrosexual que enterró al héroe de acción del que él bebe. Su calvicie lo une, además, con otro de los mejores ejemplos que dio el género en los años 80 y 90: Bruce Willis.
Menos corpulento, pero Willis fue aceptando sus cambios físicos con socarronería y mostrándolos en pantalla. John McClain se quedó calvo, como todo hijo de vecino, y eso le dio una humanidad que no mostraba en plena pelea. Los dos, además, han demostrado que saben reírse de sí mismos y parodiarse. Willis se coronó con uno de los mejores episodios de Friends, en el que daba vida a un padre blandito que aparentaba ser un hombre duro, y Statham lo ha hecho en Espías, una comedia en la que interpretaba a un agente malhablado que presumía de sus miles de logros aunque siempre metía la pata.
Jason Statham, Vin Diesel y Dwayne Johnson forman el triunvirato de cachas y calvos que reinan en el cine de acción actual
El nuevo héroe de acción no tiene un tupé repeinado ni viste esmoquin, es una mala bestia con alopecia. Statham no es una excepción, sino uno de los varios ejemplos que han surgido en estos últimos años. A la par que el británico nacían otros dos mamotretos que pronto reventarían las taquillas. Dwayne Johnson y Vin Diesel conforman, junto a Jason Statham, el triunvirato del Hollywood actual. Los dos primeros a un nivel superior, ya que ya son las estrellas absolutas de superproducciones de cien millones de presupuesto que arrasan en todo el mundo. Johnson, antes conocido como The Rock, comenzó como luchador profesional de la WWE y tras ser el villano en El regreso de la momia se vio su potencial como protagonista.
El mismo caso que Vin Diesel, que tras un personaje terciario en Salvar al soldado Ryan y una de ciencia ficción de bajo presupuesto (Pitch Black) se puso a las espaldas una de las sagas más lucrativas de los últimos años: Fast & Furious, la franquicia que más ha hecho por el cine de acción en los últimos años. Tanto que en su última entrega (y las que vendrán) ha conseguido juntar a los tres calvos cachas que han resucitado el género.