En España es bastante habitual que si un actor canta e interpreta, o un guionista hace cine y televisión, le pregunten con qué se queda. Se me escapa ese subconsciente que siempre nos obliga a elegir, como si fuese La decisión de Sophie, entre aquello que amamos como si estuviésemos condenados por los dioses a una insatisfacción eterna y la renuncia fuese un hábito. Es algo antropológico, algo que relaja nuestras conciencias, que condiciona la pregunta y la respuesta con un mismo fin: no puedes tenerlo todo, no te puede gustar todo, no puedes hacerlo todo (bien).
Hoy se estrena Un monstruo viene a verme, la última película de Juan Antonio Bayona. Y el director tendrá que elegir. Ya sospechamos, tras su paso por el Festival de San Sebastián, que podría ser entre el aplauso del público o el elogio de la crítica, pero el debate podría darse con cualquier otra opción. No se puede tener todo. Estoy convencido que ante esa disyuntiva, Bayona no alberga duda. Es el director español de cine que más claro lo ha tenido desde sus orígenes. Bayona ya quería ser mainstream cuando rodaba los clips de Camela.
Pero en España ser parte de la tendencia dominante tiene castigo. Porque si disfrutas de un buen presupuesto (25 millones de euros), si eres el niño mimado de una televisión (hoy en día, tener una cadena apoyando tu película es imprescindible para sobrevivir en la taquilla), si tus películas son muy rentables (Lo imposible es la segunda película española más taquillera de la historia de nuestro país con 41 millones de euros), si se venden fuera de nuestras fronteras (Lo imposible recaudó 131,1 millones de euros en todo el mundo),… ya veremos qué te quitamos porque todo no lo puedes tener.
No creo que responda a ese tópico de que la envidia es el deporte nacional. La envidia es un sentimiento universal que lo sufren los franceses, los argentinos y los sudafricanos. Aquí también lo sentimos pero no creo que con mayor intensidad que el resto. En España lo que arrastramos es mucha posguerra en el carácter. Mucho enfrentamiento, revanchismo y tarjetas de racionamiento. No queremos elegir para sentirnos más libres sino que elegimos para aprender que siempre hay que renunciar a algo, que no podemos tenerlo todo.
En España lo que arrastramos es mucha posguerra en el carácter. Mucho enfrentamiento, revanchismo y tarjetas de racionamiento
El castigo más habitual es el de la crítica, pero, como ya he mencionado antes, a Bayona debe preocuparle poco porque siempre soñó con la clasificación ‘para todos los públicos’, no ‘para todos los críticos’. Otro castigo al mainstream es negarle los premios. Con Bayona tampoco ha funcionado. El orfanato se llevó siete premios Goya. Lo imposible, cinco. Es cierto que la mayor parte en categorías técnicas pero premios son. Y en 2013 recibió el Premio Nacional de Cinematografía. Tal vez por esta sorprendente capacidad de Bayona para huir del castigo que debería imponerle el éxito, se han impuesto dos nuevas penitencias a su obra: el compromiso y la autoría. La primera es opinable; la segunda, errónea.
No es una cuestión ideológica, pese a que recordemos su crítica a la política cultural de Wert en la recogida del Premio Nacional. Se trata de un compromiso con el cine español. Aunque todos aplaudamos el papel de Bayona como embajador no ya de nuestro cine, esa embajada tiene muchos embajadores, sino como representante del cine espectáculo hecho en España, también sabemos que ese cine, en el mercado actual, elige a Sigourney Weaver y no a Blanca Portillo. Y, evidentemente, no es una cuestión de talento. Es ahí donde Bayona tiene que elegir. Y lo hace. Como lo hizo en su momento Amenábar. Solo su primera película tiene reparto artístico español. A medida que aumenta el presupuesto, el reparto se internacionaliza. A diferencia de otro embajador, Pedro Almodóvar, que exporta su cine con actores y actrices españoles, Bayona opta por el mainstream más rotundo: Naomi Watts, Ewan McGregor, Liam Neeson o Sigourney Weaver.
Respecto a la autoría, pienso que es erróneo negársela a Bayona. Su cine es tan de autor como puede serlo el cine de Spielberg, de Shyamalan o de J.J. Abrams. En el cine de Bayona, más allá de que interesen sus propuestas y alardes técnicos, hay todo un discurso sobre la infancia, la maternidad y la gestión del dolor que sería una frivolidad pasarlo por alto.
Puede que sea cierto. Tal vez no se pueda tener todo y siempre haya que elegir. O puede que haya llegado el momento de dignificar la capacidad de adaptación. En cualquier caso, Juan Antonio Bayona ya irrumpió en el cine español con la vocación de un deportista de élite: superar marcas personales. Por eso siempre alude a lo importante que es enseñarle al mundo lo que somos capaces de hacer aquí. Quién sabe. Tal vez sea Bayona la persona que separe nuestro carácter de la interminable posguerra.