Después de 12 temporadas, Salvados, en La Sexta, hace cumbre. Lo consigue con un reportaje que rebautiza la cabecera: si en los orígenes, hace ocho años, Salvados era una apelación irónica a nuestra propia situación, la de los españoles, los europeos del sur que viven en la cuerda floja y al borde del desahucio, hartos de corrupción y de paro, con los más jóvenes huyendo de este futuro, ahora, este domingo, el programa de Jordi Évole ha salido a salvar a otros y ha triunfado.
Primero, por dejar de mirarnos como el maillot amarillo de la clasificación general de invisibles e indignados (aunque tengamos opciones al liderato). Y segundo, por afinar en la narración de los hechos y (casi) desaparecer del relato hasta dejar el protagonismo a ellos: los que salvan y los salvados. Al retratar al grupo fundado por Óscar Camps -cuya implicación humanitaria ha reconocido EL ESPAÑOL-, Évole podría haber firmado la sentencia de muerte de Salvados.
Por un lado, incumple con éxito todos los recursos propios y habituales. Por otro lado, salva en su mejor pieza a su mayor enemigo: la lacra ya no es Mariano Rajoy, sino Europa. La denuncia del documental se resume en esta frase categórica de Camps: “Alguien no está haciendo el trabajo que debe, no es difícil no tan caro”. Alguien no es Mariano Rajoy. Aunque podría poner medios y remedios, ese alguien, de hecho, es cualquiera.
¿Europa?
La mayor desazón de Astral, el documental, no es la historia de las vidas de cada uno de ellos, ni la mujer que da las gracias por seguir viva, ni el que habla de su talento sin oportunidades. Tampoco lo es la lucha voluntaria y ejemplar de los componentes de Proactiva Open Arms (necesitan sus donativos aquí: ES59 1491 0001 2121 8580 1020). La mayor decepción de todas es Europa, ese alguien, esa nada, ese silencio, esa ausencia. El vacío humanitario que deja a la iniciativa civil el rescate de cientos de refugiados en un día, que renuncia a salvar 15.000 vidas en cuatro meses. Europa, ese alguien, es algo parecido a dios: hay que creer en él, porque no sabemos si existe. Y cuando se presenta, al final del filme, va armado y cachea.
Astral no ha sido un reportaje más, en los que Évole exhibe sus dotes de juglar para desmontar Matrix. A bordo del barco de lujo para pobres, perdidos a su suerte en el Mediterráneo, el periodista abandona el ruido y el chascarrillo, se centra en el silencio de las imágenes y los testimonios. Se retira. Hablan ellos y les escuchamos.
Tampoco es otro reportaje más de los suyos porque no habla de nosotros, esta vez quiere que seamos ellos. Otros. Hombres y mujeres libres encerrados en países demenciales. Hombres y mujeres libres encerrados en cuerpos negros. Hombres y mujeres libres que se creen blancos mirando un documental y llorando por lo privilegiados que son, siendo refugiados en su propio país.
Évole quiere la conciencia y la consciencia del que mira, le fuerza a subirse a esas lanchas de goma endebles, le empuja a sentir el miedo, la falta de fortuna, la pobreza, la desesperación, la docilidad, el agradecimiento, la humildad, la honestidad, la extenuación, el peligro, el hambre y la sed.
Lo dijo en una entrevista con este periódico: “Cuando los tienes delante y ves que cualquiera de ellos podrías ser tú… es lo que nos falta, no somos conscientes de que podríamos serlo. Ojalá durante diez minutos nos pongamos en una de sus barcas y sintamos lo que ellos”. Hasta comprender que todos hemos sido salvados en algún momento, porque somos, como ellos, los que no tienen privilegios.
Y ahora, ¿quién salva a Évole? ¿Volveremos a pensar que realmente estamos muy jodidos?