Si me diesen un céntimo por cada ocasión en la que he debatido sobre las fórmulas del éxito, el mecanismo de las audiencias y el interés del público, ya atesoraría lo suficiente para dar la entrada de un piso. Precisamente el estreno de “Animales fantásticos y dónde encontrarlos” me ha llevado a pensar de nuevo en la alquimia del éxito pero, sobre todo, en su maldición. Y la autora de la saga literaria más famosa del mundo, J. K. Rowling, se me antoja una buena anfitriona para este paseo.
Vaya por delante mi absoluta admiración a la fantástica mente de la escritora y, llámenme materialista, a su cuenta corriente. J. K. Rowling es la primera persona que se convirtió en multimillonaria escribiendo libros. Hace unos años, la franquicia mediática de Harry Potter estaba valorada en 670 millones de dólares. Pero tengo la sensación de que la autora cedería una fracción importante de ese liderazgo a cambio de libertad.
Vivimos unos tiempos neoliberales en los que todo se acaba reduciendo al ‘yo’. Se lanza un mensaje global, enfocado a la colectividad pero con un discurso individualista
Vivimos unos tiempos neoliberales en los que todo se acaba reduciendo al ‘yo’. Se lanza un mensaje global, enfocado a la colectividad pero con un discurso individualista. Tratamos al grupo como si fuese un individuo, empujándole a pensar que lo importante es lo que le pasa a él y los demás, que arreen. En la era del ‘yo’, del ‘a mí’, se ha creado una especie de máxima universal por la cual la gente, la sociedad, nunca se equivoca.
Esa cuestionable autoridad, la misma que afirma que si millones de personas optan por algo inmediatamente dotan de respetabilidad a su decisión, gestiona la culpa endosándole la responsabilidad a los demás, ya sean políticos, discursos o la misma televisión. Como si se tratase de un colectivo de seres humanos sin sensatez ni criterio, vulnerables al enredo y susceptibles a cualquier discurso, por ridículo que sea, que les venda promesas como quien vendía elixires mágicos en la Gran Depresión. El pueblo es soberano. Pero soberano también fue un brandy que era cosa de hombres.
El vacío
Ese poder del colectivo, reaccionando como un solo individuo, se ha transformado casi en un privilegio y el grupo acaba reaccionando como un niño emperador. Y ahí es donde J. K. Rowling se convierte en la escritora atada a la cama de millones de hogares habitados por la Kathy Bates de Misery. El 21 de febrero de 2008, la autora cerró la saga de Harry Potter con Harry Potter y las reliquias de la muerte. Ella misma reconoció que la sensación de vacío fue inmensa pero poco después, respiró libertad. El éxito masivo hace que aquello que creaste, que te llenó de felicidad y satisfacciones, se convierta en un monstruo más grande que tú y, sobre todo, insaciable. Si dependiese de la industria y el público, Rowling estaría condenada a escribir sobre Harry Potter hasta su último aliento.
La nueva Rowling, falsamente liberada de la sombra de Hogwarts, comienza a escribir una literatura que la industria define, con cierta desconfianza, como ‘de adultos’. Como si el género fantástico fuese cosa de niños. Tras la muy discreta acogida de “Una vacante imprevista”, la autora acaba por ver que su propio nombre se convierte en estigma cuando no va acompañado del de Harry Potter y se adentra en el seudónimo –Robert Galbraith- para poder dar salida a su serie de novela negra protagonizada por el detective Cormoran Strike. Pero a los lectores todo eso les da igual.
Les importa muy poco lo que el autor desea; solo les importa lo que cada uno de ellos, desean. Y el público quiere su dosis de Harry Potter mientras la industria se frota las manos. Es curioso como al principio, el mismo sistema que te exprime fuese quien manifestase que tu trabajo era poco comercial, que no funcionará. En esos casos, solo puedes creer en ti. Y para detener todo lo que sucede después, solo puedes confiar en ti.
Conservadurismo
Los colectivos, ya sea la sociedad, la audiencia o el público, son extremadamente conservadores. Y el sistema les apoya porque el conservadurismo es rentable. Si un disco les gusta, querrán que siempre hagas el mismo tipo de música. Si tu cine les gusta, querrán que siempre hagas la misma película. Si tus libros les emocionan, querrán leer siempre al mismo personaje. Conan Doyle mató a Sherlock Holmes porque no aguantaba más la presión y tuvo que acabar resucitándolo porque la insatisfacción del público era aún más insoportable. Stephen King, otro creador masivo, es de los que opina que si los lectores quieren más, hay que darles más.
Si un disco les gusta, querrán que siempre hagas el mismo tipo de música. Si tu cine les gusta, querrán que siempre hagas la misma película
Animales fantásticos y dónde encontrarlos es el dulce sometimiento de J. K. Rowling a su público. Lo intuimos cuando la obra de teatro escrita por Jack Thorne (Harry Potter y el legado maldito) llevaba el nombre de Rowling impreso en la cubierta a un tamaño más grande que el del propio autor. Ahora es el cine el que seduce a la autora para convertir al magizoólogo Newt Scamander en el nuevo Harry Potter, jugando con los nexos en común entre ambas historias. “Responsabilidad con tu público”, así lo llama la industria. Y Rowling lo entiende. Ella mejor que nadie sabe que nunca hay que hacerle cosquillas a un dragón cuando está dormido.