Todo parecía bonito en Disney desde que compraron a George Lucas la franquicia de Star Wars. Reactivaron una saga que parecía olvidada y cuyas últimas películas no contentaron a los fans. El despertar de la fuerza fue su carta de presentación y no pudo ser mejor. Los seguidores dieron palmas con las orejas, les encantó lo que había hecho J.J. Abrams, que recuperaba la esencia de la primera trilogía y se olvidaba de los delirios digitales de Lucas en la segunda.
Fue la película más taquillera del año pasado, las ventas de merchandising reventaron las arcas de Disney y el futuro para La guerra de las galaxias parecía un camino de rosas. Desde la productora anunciaron desde el principio que querían ampliar el universo Star Wars. No limitarse a los episodios VII, VIII y IX, sino estrenar entre ellos nuevas películas centradas en personajes y eventos de la saga. Lo que en Hollywood llaman un 'spin-off'. El primero se centraría en los rebeldes que robaron los planos de la Estrella de la Muerte, esos que servirían a Luke Skywalker para destruirla en Una nueva esperanza. Es decir, también sería una precuela del capítulo original.
El reparto incluía a caras jóvenes y prometedoras, como Felicity Jones (Un monstruo viene a verme), y veteranos como Mads Mikkelsen, Forest Whitaker y Ben Mendelsohn. Para dirigir el barco siguieron la senda de los últimos blockbusters de Hollywood: contratar a cineastas criados en el cine de autor de bajo presupuesto a los que les dan la oportunidad de sus vidas. Lo hizo Jurassic World con Colin Trevorrow y ahora Star Wars con Gareth Edwards, que despuntó con Monsters y fue el responsable de la última versión de Godzilla.
Un director con personalidad para el primer paso en esta expansión comercial, una decisión interesante, pero también arriesgada. Por ello, los rumores de que Disney no estaba contenta con el resultado no tardaron en llegar. Las malas lenguas decían que el tono que le había dado Edwards, más cercano a una película bélica que a otra cosa, no convencía a los productores, que temían que la gente no asociara el filme a la franquicia. Esos rumores cobraron más fuerza todavía cuando se supo que habían encargado varias escenas adicionales.
Un re-rodaje no tiene por qué ser malo. Las grandes producciones reservan una parte de presupuesto para arreglar alguna escena que en montaje no quedó como ellos esperaban, el problema es que aquí se iban a grabar bastantes momentos otra vez y hasta se empezó a especular con directores de relumbrón a los que Disney habría llamado para arreglar la papeleta. Un segundo director para cambiar la película original. La casa del ratón Mickey confirmaba estas nuevas escenas, pero aseguraba que era algo ya previsto y quitaba hierro al asunto, pero en los medios de cine de EEUU aseguraban que era para incluir más humor y acción a la película. Algunos decían que la película no estaba a la altura y otros que todo se debía para incluir al nuevo Han Solo que aparecerá en el siguiente spin-off preparado.
El nombre al que, supuestamente, le encalomaron la misión fue Christopher McQuarrie, ganador del Oscar por el guion de Sospechosos Habituales y director de la última entrega de la saga de Misión Imposible. El realizador negaba estos rumores en Slashfilm diciendo lo siguiente: “Si hay reshoots de Rogue One no los estoy supervisando, así que lo que se ha dicho no es sólo incorrecto, sino que también es irresponsable. Gareth Edwards es un director con talento que se merece el beneficio de la duda. Hacer una película ya es lo suficientemente complicado sin internet tratando de tirar por la borda un año de trabajo. Dejémosle hacer su película en paz”.
Al final salió a la luz el nombre del responsable del contenido adicional. Tony Gilroy, guionista de varias entregas de la saga de Jason Bourne y director de Michael Clayton, fue el elegido. Su labor se limitaba a ayudar a escribir los diálogos y las escenas que se rodarían de nuevo y por ello cobraría unos 200.000 dólares. Al final su trabajo se complicó y acabó trabajando desde junio hasta agosto y siendo la mano derecha de la productora en las labores de posproducción, según informa The Hollywood Reporter.
Esta toma de responsabilidades se debe a que las nuevas tomas habrían afectado hasta el final de la historia, por lo que Gilroy se quedó ayudando al montaje final de la película. Así su salario aumentó hasta los cinco millones de dólares según el mismo medio, lo que confirmaría que su trabajo ha sido fundamental en el resultado definitivo de este Rogue One. Queda sólo una semana para comprobar si la mano de Gilroy se nota, y si queda algo de la personalidad de Gareth Edwards en esta primera aventura de Star Wars fuera de las trilogías planeadas.