En Todos dicen I love you, la película de Woody Allen, un personaje padece un coágulo en una arteria que impide que su cerebro reciba el oxígeno suficiente. El personaje comienza a comportarse de un modo distinto al habitual y se afilia al partido conservador republicano. Cuando el coágulo se disuelve y su cerebro vuelve a funcionar con normalidad, el personaje se borra del partido republicano y empieza a compartir una filosofía liberal democrática de izquierdas.
Salvando el gag, uno de los mejores de la filmografía de Allen, confieso que a veces he pensado que en el discurso de la defensa de las armas o en el rechazo a los derechos civiles de una minoría hay una disfunción cerebral más que una ideología. Un error provocado por un tumor, un coágulo en una arteria o el influjo de sustancias psicotrópicas y bebidas espirituosas. Espero que hayan captado la ironía, que corren malos tiempos para el discernimiento, pero les prometo que cuando leí que Hasta el último hombre, la reciente película de Mel Gibson como director, tenía un discurso pacifista pensé que era la lógica conclusión a la que podría llegar un alcohólico tras diez años sin probar el alcohol.
Confieso que a veces he pensado que en el discurso de la defensa de las armas o en el rechazo a los derechos civiles de una minoría hay una disfunción cerebral más que una ideología
Mel Gibson pasó de ser una promesa a una ofensa. El joven con inquietudes artísticas pronto advirtió que hay un cine que da prestigio y otro que proporciona dólares. Eligió el segundo. Tardó algo más de una década en querer demostrar que además de un héroe de acción, era un buen actor. Pero la industria es bastante rencorosa en ese aspecto. No tolera muy bien que te hayas forrado pegando tiros y luego quieras ganar un Oscar a la mejor interpretación. Digamos que no te lo va a poner fácil. Y entre todo ese conflicto personal, Gibson opta por rodar sus propios proyectos. Su filmografía no son películas de encargo. Son de autor. Tienen su alma. Y lo que vemos, ya sea culpa de un coágulo en una arteria o consecuencias del alcohol, es turbio.
Cine de alma y coágulo
Como el personaje de la peli de Allen, puede que Mel Gibson actuase como un racista, misógino, homófobo, antisemita y violento porque era alcohólico. Tal vez diez años sin probar el alcohol le hayan convertido en un ser democrático, respetuoso y pacifista. ¿Ustedes qué opinan? Si analizamos la filmografía del Gibson director vemos que ha lanzado un alegato contra los prejuicios (El hombre sin rostro), para adentrarse después en un sermón nacionalista (Braveheart), un mensaje ultracatólico (La Pasión de Cristo), un discurso racista y xenófobo (Apocalypto) hasta llegar, con El último hombre, a un argumento pacifista, desde la religión (la película cuenta la historia real del objetor de conciencia Desmond T. Doss que, en la sangrienta batalla de Okinawa, salvó a setenta y cinco compañeros sin sostener un arma ni disparar una sola bala).
Hay dos maneras de retratar la violencia en el cine: justificándola o mostrándola como el auténtico horror que es. Las películas de acción suelen participar más del primer supuesto. El segundo, acostumbra a caer en un conflicto ético: regodearse en la violencia para condenar la violencia. En esa liga juega El último hombre y, por supuesto, el propio Gibson. Ya no hay cine bélico como el que se rodaba en la segunda mitad del siglo XX, un cine patriótico y propagandístico.
Desde los años noventa, el cine bélico es antibélico pero mucho más violento y descarnado. Exactamente igual de cruel y sangrienta que lo fue su versión de la Pasión cristiana donde, como apuntó Brad Pitt, parecía que estuvieses viendo un filme de propaganda de L. Ron Hubbard, el padre de la Cienciología. Alguien dijo una vez que es bastante habitual esconder tus demonios tras una confesión ultrarreligiosa. A veces, basta con tener a mano una botella de whisky para conseguirlo.
El cine a veces se regodea en la violencia para condenar la violencia. En esa liga juega El último hombre y, por supuesto, el propio Gibson
Puede que Gibson sea la persona que pretenda dignificar un género –con el permiso de Clint Eastwood- pero lo cierto es que sorprende que los protagonistas de las películas de acción, desde Arnold Schwarzenegger hasta Sylvester Stallone pasando por el mismísimo Chuck Norris o Steven Seagal, siempre apoyen al candidato conservador. El propio género de acción juega con unos valores patrióticos que justifican lo moralmente indefendible y convierten la violencia extrema en el único lenguaje válido. El propio John McTiernan, el creador de La Jungla de Cristal, declaró hace unos meses que prácticamente todo el cine de acción que se hace en Hollywood, incluido el de superhéroes, estaba rodado por fascistas.
Me gustaría pensar que detrás de las declaraciones crueles de personas como Andrea Fabra –gritó “¡qué se jodan!” cuando Rajoy anunció un recorte en las prestaciones por desempleo-, Rafael Hernando –dijo de las víctimas del franquismo que “algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones”- o Christine Lagarde –como directora gerente del Fondo Monetario Internacional pidió bajar las pensiones por “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”-, hubiese un diagnóstico médico. Sería esperanzador saber que pueden curarse. Pero me temo que solo era un gag. Un maravilloso gag que nos anima a reír para no tener que volver a llorar.