Hace tiempo escuché al actor Will Smith comentar en un programa de televisión estadounidense que lo único que le hacía sentirse diferente al resto, era la entrega con la que vivía su trabajo, reconociéndolo como soporte de su éxito. Y empleaba el símil de una competición sobre una cinta de correr de esas que colonizan los gimnasios. Decía que no tenía miedo a morir sobre la cinta. Afirmaba que podrían existir en el mundo personas con más talento, más inteligentes, pero no más tenaces. Si competían con él a ver quién aguantaba más tiempo corriendo sobre la cinta solo consideraba dos finales posibles: o la otra persona abandonaba o él moriría antes de renunciar. Para Will Smith su deseo por triunfar y por mantener lo que había logrado era así de simple. Y a mí aquello me pareció espeluznante.
No conozco a nadie a quien le caiga mal Will Smith. Es uno de esos actores que ha desarrollado una especie de vínculo con sus contemporáneos que hace que únicamente genere sentimientos positivos hacia su persona. Desde la admiración a la asequible simpatía. Incluso el público que no ve sus películas siente que Will Smith es un buen tío. Un tío majo de verdad. Que no es una pose. Y aquellos que lo conocen en persona así lo confirman. No seré yo quien discuta ni una palabra de todo eso. Pero hay algo en el pensamiento de Will Smith que a mí, personalmente, me turba. Y no es que uno de sus libros favoritos sea El alquimista, de Paulo Coelho. O sí. Tal vez sí sea eso. O lo que significa eso.
No conozco a nadie a quien le caiga mal Will Smith. Es uno de esos actores que ha desarrollado un vínculo con sus contemporáneos que hace que únicamente genere sentimientos positivos
Will Smith lleva con mucho orgullo ser un ejemplo vivo del sueño americano. Nació en un barrio humilde de Philadelphia, en el seno de una familia pobre. Sus padres se divorciaron cuando él tenía trece años. Se ha hecho a sí mismo. Hoy es uno de los actores más poderosos del mundo (eso lo afirmó la revista Newskeek) y el único actor que ha logrado ocho películas consecutivas que han generado más de 100 millones de dólares en taquilla (aunque la última, Belleza oculta, la película que se estrena hoy, haya roto esa buena racha). Y es negro. Dato muy importante para Will Smith y para mí. Digo esto porque cuando el pueblo estadounidense se apropió de conceptos como la igualdad de oportunidades, la determinación y el esfuerzo como motores para lograr tus objetivos en la vida y revestir así tu ‘sueño americano’, también creó una trampa.
El propio significado del sueño americano ha ido cambiando a medida que Estados Unidos evolucionaba. La tierra de las oportunidades lo primero que hace es marcar el éxito profesional como un fin en sí mismo, sometiendo el éxito personal. Y cuando perteneces a una minoría potencialmente discriminada, ya sea por tu raza, por tu país de origen, por tu orientación sexual, incluso por el hecho de ser mujer, ese discurso se transforma en un reto que debes superar para simplemente sobrevivir. Y ahí es donde el sueño americano, que no es otra cosa que un pensamiento alentador del capitalismo más implacable, se acaba apoderando de tu conciencia hasta anularla. Will Smith lo ha dicho en muchas entrevistas. Tiene una ética del trabajo casi salvaje. Cuando los demás duermen, él trabaja. Cuando los demás comen, él trabaja. Afirma que, en su infancia, su padre le dijo: “Jamás digas que hay algo que no puedes hacer”.
El esfuerzo y el trabajo como el único camino para lograr el éxito en cualquier aspecto que desees en la vida. Y esa es la trampa. Es un discurso que te pone en valor, que niega que el lugar en el que estás sea el lugar en el que debes estar, que alberga una intención loable pero que puede provocar un resultado muy perverso. ¿Qué pasa cuando no lo puedes hacer? ¿Qué pasa cuando no hay talento, cuando sólo hay habilidad? ¿Y cuando no hay nada? ¿De verdad sólo tengo que trabajar con vehemencia para lograr mi sueño? ¿Está preparado el manual de autoayuda del sueño americano para afrontar la quiebra que supone no lograrlo tras una vida de trabajo y esfuerzo?
El sueño americano ya no es exportable. Ni siquiera con embajadores como Will Smith. El sueño americano les pertenece en exclusiva que para eso tiene denominación de origen. Eso ha vendido Trump en su campaña electoral. De hecho, ser extranjero en Estados Unidos es sinónimo de querer robarle ‘el sueño’ a algún estadounidense. De ahí las trabas que el sistema y su política migratoria impone a todos los que pretenden trabajar allí, vengan del país que vengan, incluida la Unión Europea. Y segundo, porque cuando te dicen que la única manera de conseguir el éxito es esforzándote hasta tu último aliento, todo el mundo se esforzará hasta ese último aliento, las minorías potencialmente discriminadas más si cabe, aunque sepamos que solo un uno por ciento logrará el éxito. Pero así se construye una gran potencia. Haciéndote creer que dejándote la piel lograrás tu sueño. Que le cuenten lo del sueño americano a las Kardashian, a ver qué opinan.
Will Smith siempre estuvo dispuesto a morir por un sueño. Una vez el actor Jorge Calvo me comentó que no había que estar dispuesto a morir por nada; que hay que vivir por algo. Y en ese matiz está la clave del éxito. Puede que ese sueño no sea americano pero, en cualquier caso, soporta mejor las pesadillas.