Me cae bien Javier Bardem. Al principio, y gracias a Las edades de Lulú y Jamón Jamón, alimentaba alguna que otra fantasía sexual. Luego, sin menospreciar ese matiz, me emocionó en Los lunes al sol y Mar adentro. Después llegaría Hollywood, el Oscar y todo lo demás pero a mí eso tampoco me condicionó mucho porque ya me caía bien antes. Antes incluso de que le cayese bien a todo el mundo y después de que empezase a caerle mal a todo el mundo.
Me cae bien Javier y los Bardem porque ellos, entre otros y sin pretenderlo, sanaron mi entendimiento, víctima de una leyenda negra de esas que enferman a toda una nación y que yo creí con más ingenuidad que confianza. Porque… no sé si lo saben pero… los Bardem simpatizan con el comunismo.
Aún hoy haya quien ve en los Bardem esa imagen demoníaca y fantasmagórica del comunismo. Unos por la herencia recibida, otros por mero fanatismo
Escribo esto porque me sorprende que a día de hoy, en este país, todavía se demonice el comunismo como si se tratase del lema de un discurso político de 1945. Me choca que nos enorgullezcamos de nuestra transición democrática, de nuestro progreso, de nuestra capacidad para mirar al futuro sin rencor y sigamos invocando miedos de hace más de setenta años.
La primera conciencia que tuve de que los comunistas eran personas corrientes, como yo, que no tenían hocico, ni colmillos afilados, ni garras ensangrentadas, fue a través de los artistas. En una fiesta del PCE, allá por los primeros ochenta, cuando acudí con un grupo de amigos a un concierto de Ana Belén y Víctor Manuel y a otro de Radio Futura. Confieso que lo que nos interesaba era la música y nos daba igual si el escenario formaba parte de la fiesta del PCE o de la verbena de la Paloma. Pero lo cierto es que todo aquello, esos artistas, sus canciones, su discurso, su actitud, me ayudaron a desmontar todo un catálogo de mentiras con las que nos intimidaron durante mucho tiempo.
Para mí, como para muchas otras personas de mi generación, los comunistas eran personajes de un cuento de Edgar Allan Poe o Ray Bradbury. Seres violentos, amorales, oscuros, sin rastro de sensibilidad ni capacidad para generar afecto. Personas que eran capaces de devorar a sus propios hijos. Existía el cielo, el infierno y luego, el comunismo. Eran peor que los cenobitas de Hellraiser cuando aún ni siquiera sabíamos quienes eran los cenobitas. Hasta que un día dejas de hacer tuya la opinión de los demás y comienzas a elaborar un parecer propio.
Aún hoy haya quien ve en los Bardem esa imagen demoníaca y fantasmagórica del comunismo. Unos por la herencia recibida, otros por mero fanatismo pero hay una sospechosa mayoría que evidencia ese prejuicio ideológico iniciando un debate tan absurdo como irritante. Según algunos, curiosamente muchos, en España solo puedes tener conciencia social, defender a los más débiles, denunciar las injusticias y los abusos de poder, si eres pobre, tu ropa está zurcida y hace años que no puedes pagarte una cena en un restaurante. Si no es así, si tu trabajo te permite tener un buen sueldo, si te gusta disfrutar de una buena cena, si puedes y quieres gastarte doscientos euros en una botella de vino o tres mil en una cazadora de Balmain, entonces no estás autorizado para hablar de justicia social. Solo los que piensan como ricos pueden vivir acomodadamente. La solidaridad, la empatía, el compromiso se convierte, para estas personas, en una mera cuestión de clase, no de Derechos Humanos. Tan hiriente, tan idiota y tan vigente como eso.
Para una parte de la sociedad, si eres de izquierdas no puedes abrir un negocio porque entonces te convertirás en empresario y eso hará que inmediatamente pierdas tu conciencia social
En esta década, donde los Bardem han sujetado muchas pancartas, he leído informaciones en las que se pretendía poner en evidencia el compromiso de la familia hablando del piso con vistas al parque del Retiro que disfrutaban Javier y Penélope. He leído sobre fiestas, vestidos de firma, joyas y sueldos millonarios en un intento por desactivar un discurso social y venderlo como una incongruencia o, lo que es peor, una hipocresía. Para esa parte de la sociedad, sin distinción ideológica, si eres de izquierdas no puedes abrir un negocio porque entonces te convertirás en empresario y eso hará que inmediatamente pierdas tu conciencia social. No puedes reclamar derechos para los más débiles porque tienes calefacción y una buena cama. No puedes solidarizarte con una causa porque tienes dinero en el banco. Por eso me caen bien los Bardem. Porque han sido honestos consigo mismos, con su memoria histórica, sin permitir que el éxito profesional les condicione el compromiso cuando lo más cómodo hubiese sido dejar de manifestarse en público, cerrar la boca y vivir ajenos a sus contemporáneos.
Me cae bien Javier Bardem. Y su madre. Y sus hermanos. Porque cuando los veo me viene a la memoria aquel chaval que escuchando a los artistas comprendió un poco mejor de qué iba la vida. La cultura y sus creadores son vehículos de nuestro aprendizaje. Son un grado especial que irrumpe en nuestra mente cuando ya creemos que no caben más lecciones de padres y maestros. Ellos contribuyen, con su vida y su trabajo, a crear un universo nuevo que, en ocasiones, resulta determinante. Los artistas pueden reeducarnos e incluso maleducarnos, en el mejor sentido de la palabra. Por eso debo ser uno de esos raros que ven a los Bardem manifestarse, reivindicar, solidarizarse, y sonríe con aprobación. Porque aunque no comparta la causa, aunque mi opinión sea otra, siempre respetaré la dignidad de una mirada honesta.