Algo tiene Raúl Arévalo que cae bien a todo el mundo. Puede que sea por su papel en comedias como Primos o AzulOscuroCasiNegro, su cercanía en cada entrevista o ese aspecto de chico normal y no de estrella de sonrisa perfecta carne de instagram. Esa simpatía que hace que uno se alegre de que las cosas le salgan bien. El público le ha visto en televisión -ha estado en series como Velvet o La embajada-, en teatro con obras como Urtain y, sobre todo, en cine, donde logró el Goya al Mejor actor secundario por Gordos y protagonizó una de las mejores películas de los últimos años, La isla mínima.
En ese ascenso constante faltaba una parada. Una con la que llevaba soñando desde hace ocho años y que no terminaba de cuadrar. Raúl Arévalo quería dirigir. La película estaba en su cabeza, iba creciendo, se escribía sola. Tanto que hablaba de ella con una claridad meridiana. Se la contaba a los directores con los que trabajaba, como a Alberto Rodríguez, que en la presentación de su nueva serie contaba a EL ESPAÑOL que el actor le hablaba de Tarde para la ira y de sus planes de rodarla. El momento no llegaba y parecía que sería uno de tantos proyectos y guiones que acaban en un cubo de basura.
Al final todo es cuestión de un golpe de suerte, y el de Raúl Arévalo tiene nombre de mujer: Beatriz Bodegas, la productora de La canica que creyó en ese guion seco y oscuro, que hablaba de venganza, de sentimientos primarios. “Bea Bodegas fue un golpe de suerte fundamental, sin ella no se podía haber levantado esta película, porque muchos productores dijeron que no. A ella le debo todo. Ese fue mi golpe de suerte y luego entran mucho factores hasta que salen las cosas”, cuenta el director a EL ESPAÑOL. Lo hace en plena resaca de los Premios Feroz, donde su ópera prima arrasó con todo y se llevó los galardones a la Mejor película, dirección, guion, actor y actriz de reparto.
Lo que comenzó como un rumor el día de las nominaciones a los Goya ahora se confirma: Arévalo es el gran favorito a triunfar la noche del cuatro de febrero. Sería el cuarto novato que se lleva el máximo galardón del cine español tras Agustín Diaz Yanes (Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto), Alejandro Amenábar (Tesis) y Achero Mañas (El Bola). Empieza a sentir esa presión de los premios en la que hasta ahora prefería no pensar.
Yo he aprendido a hacer cine de los directores con los que he trabajado. Aprendí de ellos en su día y ahora son amigos que en algún momento del proceso de creación han sido muy importantes
“Me imagino que sí… es que yo no iba preparado, pensé que nos podía caer algo, algún premio para algún actor o algo, pero los gordos no los esperaba… Todavía lo estoy encajando, la verdad”, explica en uno de los pocos ratos libres que tiene estas semanas entre galas y entrevistas. Prefiere no hablar de los Goya, “ahora no estoy ni pensando en eso… Imagino que a partir de ahora irán llegando más nervios”, dice sobre esa etiqueta de favorito que le han colocado.
Amigos, maestros y rivales
Todas las quinielas le dan como el futuro ganador del premio a la Mejor película. Lo haría por encima de tres realizadores que le han dirigido como actor. No son nombres cualquiera, sino gente a la que considera “compañeros, cómplices y maestros”. “Tengo la suerte de estar nominado con Alberto Rodríguez, Pedro Almodóvar o Rodrigo Sorogoyen, que han sido cómplices para mí en algún momento del proceso de la película. Es muy bonito compartir esto con ellos”, apunta sin considerar que sea también agridulce el hecho de que uno acabará venciendo a otro.
Este año el alumno superará a sus maestros, y él sabe que en su película hay mucho de ellos, aunque no sea en cosas concretas, sino en el aroma que desprende. “Yo he aprendido a hacer cine de los directores con los que he trabajado. Aprendí de ellos en su día y ahora son amigos que en algún momento del proceso de creación han sido muy importantes. No creo que haya algo concreto de ellos en Tarde para la ira. No he cogido nada de ninguno, pero son tantos años escribiendo el guion y soñando con la película que todo se ha ido incorporando de una forma muy orgánica. De todos he aprendido, pero no copiando, porque su personalidad es inimitable, lo he asimilado en mi forma de contar sin saber separar lo que es de cada uno”, zanja.
Los sueños se cumplen… o no
En plena fiebre de La La Land, un musical que habla de seguir y luchar por los sueños hasta el final, parece que el ejemplo de Raúl Arévalo sea la confirmación de que es así, pero él se encarga de bajar la realidad al barro. “A ver, luchar por los sueños es muy bonito, y me encanta la película, pero eso de poner la etiqueta de 'luchó por su sueño y lo consiguió' no es verdad. No tiene porque ser así. Mucha gente lucha por sus sueños y no los consigue. En la vida hay que luchar por todo, pero el factor suerte es imprescindible. No creo que yo sea un ejemplo de eso, cada uno que luche hasta cuando le compense”, dice a este periódico.
Mucha gente lucha por sus sueños y no lo consigue. En la vida hay que luchar por todo, pero el factor suerte es imprescindible
El quinteto de películas finalistas es uno de los más jóvenes en mucho tiempo. Raúl Arévalo y Rodrigo Sorogoyen no llegan a los cuarenta, Bayona los pasa por poco y Alberto Rodríguez se queda en los 45. Sólo Almodóvar supera los 60 poniendo la nota 'veterana' de la lista. Sin embargo para Arévalo no se trata de un cambio generacional, sino que “siempre ha habido nuevas voces, ese cambio lo hemos vivido ya antes, estuvo Álex de la Ilgesia, luego Amenábar, Bayona...”.
Todavía quedan unas semanas frenéticas, pero Arévalo ya tiene ganas de que pase para poder descansar y dar el siguiente paso. Ni se le pasa por la mente dejar la interpretación para seguir dirigiendo, sino “compaginar mi carrera de actor con la de director”. En su cabeza ya hay otra historia, sólo queda sentarse a escribir y encontrar otro golpe de suerte.