Todo empezó, si el hechizo no me engaña, en 1917. Era entonces cuando la insoportable niña prodigio Jane Hudson triunfaba en el mundo del espectáculo mientras Blanche Hudson aguardaba su oportunidad soportando la desatención de su padre y la insolencia de su hermana. Como todo en esta vida, incluso en aquella que nos inventamos, había que darle un espacio al tiempo. Dieciocho años después, cuando Blanche es una actriz valorada y respetada y su hermana Jane ha caído en el más devastador de los olvidos, el vínculo afectivo, que por defecto se instala en el ADN de las familias, comienza a pelarse como un cable mordisqueado por una rata. Tendrán que pasar veintisiete años para que veamos a Jane convertida en una madura alcoholizada y a Blanche debilitarse sobre una silla de ruedas, víctima de un misterioso accidente en el pasado. El resto de la historia, si es que han visto ¿Qué fue de Baby Jane?, deberían conocerlo.
Siempre me asalta esa película, aunque solo sea durante un frame, cuando pienso en hermanos que desean lo mismo. Eso que anhela tanta gente. Ese deseo construido con el material con el que se fabrican los sueños y que tienen en común la Eva Harrington de Eva al desnudo, la Mia Dolan de La La Land o todo el elenco de Chorus Line. Síganme el juego y contesten a esta pregunta: ¿no les encantaría ver una versión de ¿Qué fue de Baby Jane? protagonizada por Ben y Casey Affleck? Lo difícil no sería saber quién podría interpretar a Jane y quién a Blanche sino quién de los dos hermanos se parece más a Joan Crawford o a Bette Davis.
¿No les encantaría ver una versión de ¿Qué fue de Baby Jane? protagonizada por Ben y Casey Affleck? Lo difícil sería saber quién de los dos hermanos se parece más a Joan Crawford o a Bette Davis
Vale, es broma. O no. Pero en cualquier caso, pocos acontecimientos en la vida generan tanta envidia como el éxito y el reconocimiento profesional, que no siempre caminan al compás. Compartir un sueño no es conflictivo hasta que conoces a otros que desean lo mismo que tú. Y están en el mismo espacio que tú, peleando por la misma oportunidad que tú. Pues ahora imaginen que esas dos personas son hermanos.
El mundo del espectáculo es donde más veces hemos tenido que escuchar eso del ‘peso del apellido’. Son muchas las profesiones y vocaciones que se heredan de padres a hijos –muy común entre abogados, farmacéuticos y políticos– pero son las artísticas en las que ponemos el foco. Quizá por la confrontación que generan. No ya entre los propios familiares –ahí tienen Postales desde el filo- sino entre el propio hecho artístico y el espectador. A nadie se le ocurriría comparar la valía de un prestigioso abogado con la de su hijo pero nada se la pone más dura a la audiencia que juzgar el talento del hijo de un gran actor o cantante.
A nadie se le ocurriría comparar la valía de un prestigioso abogado con la de su hijo pero nada se la pone más dura a la audiencia que juzgar el talento del hijo de un gran actor o cantante
Lo hemos hecho con los Sheen, con los Fonda, con los Roberts o con los Baldwin. Y en España con los Gutiérrez Caba, los Guillén Cuervo o los Larrañaga/Merlo. Hemos observado como el peso del apellido se soporta mejor entre hermanos de distinto sexo (los Gyllenhaal o los León) que cuando son dos hermanos o dos hermanas –se traslada la absurda idea de que no hay mercado para ambos- o es un hijo el que debe estar a la altura de la trayectoria de un padre o una madre.
El prestigio del apellido puede pesar quintales pero también es una llave que abre todo tipo de cerraduras. Sin embargo, ¿qué sucede cuando es precisamente el apellido el que se convierte en un lastre? ¿Se imaginan lo que le costaría ser actriz, demostrarlo siquiera, a Andrea, la hija de Belén Esteban? Piensen en tener que dotar de prestigio al apellido Matamoros o ser el hijo de Rafa Mora y querer estrenar un Arthur Miller en el CDN. Ahí es el apellido, y todo lo que le rodea, lo que es difícilmente superable. En esos casos funciona mejor el segundo apellido o el nombre artístico, seudónimo que algunos echamos un poco de menos.
Y ahora, con un par, figúrense a los Affleck en el final de ¿Qué fue de Baby Jane? Imaginen que Ben arrastra a Casey hasta la playa y allí le confiesa que no podía soportar los comentarios que le apuntaban como ‘el malo’ de los Affleck. Ver como tu fama abandona el prestigio, convirtiendo nombre y apellido en parodia de series de animación para adultos. Asistir al aplauso unánime como recompensa al talento interpretativo de tu hermano pequeño mientras tú destruyes tres premios Razzie al peor actor -solo superado por Sylvester Stallone con nueve estatuillas-. Pero ya saben que al final de la famosa película de Robert Aldrich hay un giro de guión y en eso Ben es mejor que Casey. En eso y en la dirección. Un Affleck para detrás (de la cámara) y otro para delante. Tal vez por eso, en todos estos años, los hermanos Affleck siguen siendo amigos.