El cine de género en su vertiente más lúdica y salvaje aterrizó este miércoles en la Berlinale de la mano de Álex de la Iglesia. Presentada fuera de competición, El bar es un compendio de las motivaciones artísticas del realizador vasco, un retrato de la nueva fauna urbana española. Una mañana cualquiera, un variopinto grupo de personas desayuna en ‘El Amparo’, clásico bar del centro de Madrid. De pronto, un hombre aquejado de un ataque de tos se encierra en el lavabo. Poco después, uno de los clientes abandona el establecimiento y recibe un tiro en la cabeza. Lo mismo le sucede al que intenta socorrerle. El pánico sacude a los que se encuentran dentro, atrincherados en el bar por temor a ser asesinados. La situación se vuelve más desconcertante cuando observan que los cadáveres y la sangre han desaparecido repentinamente. Los teléfonos móviles no funcionan, nadie queda en las calles, la televisión no se hace eco de las dos muertes. Este vibrante planteamiento conduce hacia una trama en la que la comedia negra se funde con el terror, la acción y el subgénero de infecciones virales.
De la Iglesia se introduce metafórica y literalmente en las cloacas de nuestra sociedad a partir de un grupo de personajes reconocibles, una mezcla de la vieja España castiza con las nuevas tribus: la pija que busca desesperadamente un primer amor profundo (interpretada por Blanca Suárez), la dueña del bar, explotadora pero maternal (Terele Pávez), el hipster habilidoso con la tecnología pero cobarde cuando afronta los problemas reales (Mario Casas), un ex policía que representa la mirada fascista (Joaquín Climent), una desencantada mujer madura a la que ya solo le ilusiona jugar a las tragaperras (Carmen Machi), el camarero noble pero pesado (Secun de la Rosa), o el mendigo con pretensión de profeta (Jaime Ordóñez).
Todos los integrantes de este amplio elenco de caras conocidas cumplen admirablemente con su cometido. Más que profundizar en ellos, el director opta por definirlos con rasgos muy marcados para después romper sus corazas. Lo que les asemeja es su existencia fracasada, las heridas del pasado, las dificultades para afrontar el presente. Sobre el carácter de sus criaturas, de la Iglesia afirmó en rueda de prensa: “Hay una larga tradición de lo grotesco en nuestra cultura. Quevedo, Goya, Valle Inclán... El cine de Berlanga y Azcona no es que me haya influido, es que me ha construido. Creo que la película no refleja tanto una situación política sino emocional. Europa se encuentra encerrada en una situación que no tiene salida. Quizás en el pasado había una salida religiosa, que es la que simboliza el personaje del mendigo, luego está la visión más racional, que es la que buscan los otros personajes, pero creo que solo nos queda una vía, que está en la mirada del espectador: el sentido del humor”.
A medida que avanza la trama y el panorama se vuelve más apocalíptico, el egoísmo, la desconfianza y el arte del engaño empiezan a proliferar. El bar es una película sobre las luces y miserias del comportamiento humano ante la llegada de una situación límite. “Fundamentalmente la vida es un encierro, eso es un hecho. Vivimos encerrados en nuestra propia identidad. Esto que parece tan serio y tan terrible, en mi cine no lo es. La comedia de terror es un género que me ha dado muchas alegrías desde El día de la bestia y La comunidad, quizás porque explica mejor mi forma de ver el mundo".
Fundamentalmente la vida es un encierro, eso es un hecho. Vivimos encerrados en nuestra propia identidad. Esto que parece tan serio y tan terrible, en mi cine no lo es
Una vez más De la Iglesia demuestra su dominio de la puesta en escena, en esta ocasión imponiéndose el reto de la constricción del espacio. El film se desarrolla en apenas tres escenarios: el bar y sus subterráneos. Un puñado de metros cuadrados que el cineasta exprime hasta el extremo, optando por una enorme variedad de ángulos y perspectivas, emprendiendo continuos y complejos movimientos de cámara. La limitación se convierte en una virtud.
Por momentos la atmósfera se torna verdaderamente opresiva y la tensión desbocada, rasgos que recuerdan a clásicos del horror. Sobre las huellas que pueden advertirse en el film, de la Iglesia apuntó: “Sufro de una mentalidad bastante ecléctica. Me influyen más las películas malas que las buenas. A mí me ha influido mucho Buñuel, pero también John Carpentier. La cosa es una obra fascinante, Asalto a la comisaría del distrito 13 me vuelve loco. Todas son películas de gente encerrada... En El bar hay un género de fondo: el descenso a los infiernos. Cuando los problemas se vuelven irresolubles, los personajes caen en una especie de purgatorio. Ahí tienen que limpiar sus pecados, es algo muy arquetípico, un poco como en un cuento medieval. Por eso el final es terrible".
Brillante e imaginativa en su arranque y su desenlace, El bar se vuelve redundante en su desarrollo, ante todo por la utilización de diálogos sostenidos por tópicos que simplifican a los personajes. Cuando lo físico toma protagonismo, el film se libera de una teatralidad que atenaza a la propuesta durante gran parte de su metraje. Se trata de una película más eléctrica que divertida en la que los segmentos de acción superan en inspiración y creatividad a los humorísticos. Producción modélica en la que destaca un extraordinario trabajo de dirección artística, El bar supone otro capítulo coherente en la filmografía de Álex de la Iglesia. El único lamento es que con algo más de esmero y genialidad en la progresión del relato, probablemente estaríamos hablando de un delirante clásico contemporáneo de la fusión de géneros.