A Hollywood le encanta encontrar nuevos talentos. Jovencitos que destaquen pronto y a los que arropar para que crezcan dentro de su industria. Los que más le gustan son aquellos que no se pasan de personales, que se adapten a la historia que quieren contar y que sean capaces de enfrentarse a un thriller y a un drama con la misma efectividad. Versátiles, virtuosos y si pueden arrasar en taquilla mejor que mejor. Muchas veces los traen de fuera (Bayona ha sido fichado por Spielberg para dirigir Jurassic World 2) y otras los encuentran en esa cantera que es el cine 'indie' de EEUU.
El último en llegar, pero el que más focos ha concentrado, es Damien Chazelle. Ya le tenían echado el ojo gracias a Whiplash, una película que nadie conocía pero que tras presentarse en Sundance se convirtió en todo un fenómeno que arrasó en la crítica y logró cinco nominaciones a los Oscar de los que ganó tres -ninguno de ellos para Chazelle, que perdió el de guion adaptado frente a The imitation game.
Semejante entrada era un ticket hacia el estrellato. Las ofertas se amontonaron en su oficina, pero Chazelle tuvo claro que era el momento perfecto para convertir su sueño en realidad, realizar un musical clásico que devolviera al género el esplendor que logró en los años 50 de la mano de Vincente Minelli y con Fred Astaire y Gene Kelly. Chazelle siempre tuvo claro que quería dirigir, pero en el instituto comenzó a cultivar otra de sus pasiones: el jazz, así que aprendió a tocar la batería. En todas sus películas ha juntado las dos artes y ha sido con La La Land con la que ha puesto al mundo a sus pies.
Hacía décadas que no se veía algo así. Música y canciones originales, números de claqué, coreografías con decenas de bailarines y una historia de amor clásica para su carta de amor al cine y a la música. Podría parecer que esta es el único vínculo entre sus dos obras, además de un estilo frenético y rabioso para dirigir al ritmo de la melodía, pero sólo hay que rascar para darse cuenta de que Damien Chazelle es un director obsesionado con el éxito y los sacrificios que hay que realizar para conseguirlo.
La visión del director es pesimista, y en sus dos obras se desprende el mismo mensaje: no se puede tener todo
La visión del director es pesimista, y en sus dos obras se desprende el mismo mensaje: no se puede tener todo. En Whiplash la perfección era la llave al éxito profesional como músico de jazz. Para ello había que sacrificar el tiempo libre, las relaciones personales y hasta la salud. Sólo entregando hasta tu propia sangre el baterista del filme conseguía encontrar ese tempo perfecto que le marcaba el profesor tirano que interpretaba J.K. Simmons.
Lo que propone La La Land no es mucho más halagüeño, en el mundo del arte no cabe el amor. Si quieres triunfar hay que renunciar a los sueños, y el de encontrar una pareja para estar con ella toda la vida parece inalcanzable en ese mundo. Mia y Sebastian están hechos el uno para el otro, pero el poso agridulce del filme deja claro que la vida está hecha de elecciones y que la felicidad plena no existe. Dos formas de contarlo. Una como un drama con ritmo de thriller y otra en un envoltorio delicioso que es también una carta de amor a Hollywood, pero el mismo mensaje: triunfar cuesta, y mucho. Si no estás dispuesto a darlo todo por ello no eres merecedor.
Es el mensaje de un chaval de 31 años -puede convertirse en el director más joven en ganar el Oscar al Mejor realizador- que ha tenido que luchar para que le den una oportunidad después de haber escrito guiones para otros y levantado algún cortometraje. Una visión pesimista que habrá que ver si se mantiene en su ya anunciado nuevo proyecto First man, la primera vez que no escribe el guion de su obra, cuya labor ha recaído en Josh Singer, que ganó el Oscar por el libreto de Spotlight.
De momento la trama sí que comparte un denominador en común con toda la obra de Chazelle: la búsqueda del éxito. En esta ocasión en la figura de Neil A. Armstrong, el primer hombre que pisó la luna y la biografía en la que contó cómo consiguió semejante hazaña y su labor antes como piloto en la Guerra de Corea. Lo que está claro es que él es el ejemplo de su propia teoría y Hollywood quiere premiárselo. Él va a por todas, y está dispuesto a disputarle el récord de premios Oscar a películas con mucho más presupuesto como Titanic o El retorno del rey. A La La Land la rechazaron en muchos estudios, pero él lo consiguió, como el batería de Whiplash, como la Mia de La La Land, a Damien Chazelle no le para nadie.