El ambiente está caldeado. Donald Trump lleva un mes como presidente de EEUU y su lista de enemigos es interminable: la prensa, las mujeres, los emigrantes, los latinos… y por supuesto los actores. Hollywood se mostró en contra del republicano desde el primer momento, una oposición que se recrudeció tras el discurso de Meryl Streep en los Globos de Oro en contra de Trump y la respuesta de este diciendo que era “una actriz sobrevalorada”. Desde entonces se han sucedido las manifestaciones en su contra y todo el mundo espera una gala de los Oscar el próximo domingo de lo más política y beligerante.
De momento Donald Trump puede estar tranquilo, la Academia de Hollywood y sus ceremonias no suelen ser el sitio desde donde gritar nada. Da lo mismo la injusticia que se haya cometido en su país, nunca la gala se torna política y sólo en contadas ocasiones y con personas concretas se ha saltado esa norma. Si Jimmy Kimmel y los ganadores decidieran usar su minuto de gloria para criticar al presidente sería casi una excepción. El año pasado, que todo el mundo podía haber criticado el racismo de la Academia, sólo fue el presentador Chris Rock el que lo hizo en su monólogo inicial, ni rastro en el resto de discursos.
Habría que remontarse a 2003, cuando la Guerra de Irak removió los cimientos de todo el mundo. George Bush había llevado a EEUU a un conflicto por motivos ficticios y los Oscar eran el escenario perfecto para protestar -como se hizo en los Goya en una ceremonia cuyas consecuencias se arrastran todavía-. Sin embargo, y aunque fue una de las ceremonias más políticas de su historia fueron contadas personas las que protestaron. Andy Serkis lo hizo en la alfombra roja.
Gael García Bernal se jugó su carrera en Hollywood saltándose el guion y Almodóvar -Mejor guion original por Hable con ella- dedicó su premio “a todos aquellos que alzaban la voz por la paz”. El momento incendiario lo protagonizó Michael Moore, que al ganar el premio al Mejor documental por Bowling for Columbine acabó gritando un 'Shame Mr. Bush' (avergüéncese, Sr. Bush), que ya es historia de los premios.
El momento incendiario lo protagonizó Michael Moore, que al ganar el premio al Mejor documental por Bowling for Columbine acabó gritando un 'Shame Mr. Bush' (avergüéncese, Sr. Bush), que ya es historia de los premios
El resto de momentos políticos de los Oscar son excepciones. Marlon Brando renunció a su premio en directo y mandó a una india nativa a dar los motivos: el trato que la industria del cine y la televisión daba a los indios. Pero en momentos donde la sociedad norteamericana y Hollywood tenían que haber hablado callaron. Nadie tuvo la necesidad de apoyar a Rosa Parks, cuando en 1955 desafió la ley de segregación por no sentarse en la parte destinada a los negros en un autobús. Una actividad por la que acabó en la cárcel. Tampoco el asesinato de Martin Luther King en 1968 provocó un estallido en la ceremonia del año siguiente para pedir igualdad entre las personas de color.
El racismo es una de las situaciones que peor ha afrontado la Academia y la industria. El año pasado, sin ir más lejos, no sólo la institución fue acusada de xenofobia, la brutalidad policial volvía a las calles con varias personas de color muertas. Mientras que gente de la industria musical como Beyoncé se convertían en símbolos de las protestas, Hollywood calló.
Ni siquiera contra el Macartismo
La poca beligerancia de Hollywood quedó demostrada en dos eventos de vital importancia para el país que no tuvieron respuesta en los Oscar. El primero de ellos les involucraba directamente: la caza de brujas. Durante los años en los que el senador McCarthy buscaba a los miembros de la industria que se declararan comunistas para incluirles en sus infames listas negras y excluirles de la industria no hubo una protesta organizada de Hollywood. Era el momento perfecto. El cine atacado por los poderes y ellos guardaron silencio para no jugarse su trabajo. Las opciones se limitaron a dos: chivarse de sus compañeros o mirar para otro lado.
Por ello uno de los momentos más polémicos de la historia de los galardones es el Oscar Honorífico que recibió Elia Kazan en 1999. El director de La ley del silencio fue uno de los que delató a sus compañeros al comité de actividades antiamericanas. En un momento en el que todo el patio de butacas suele ponerse en pie, una gran parte de los asistentes no se levantó de su sala e incluso se abucheó por no haber pedido nunca perdón. La única protesta contra el Macartismo llegó 40 años tarde. Las miradas de Ed Harris o Nick Nolte desde su asiento, impasibles, son historia del cine reciente.
El otro momento en el que se esperaba una respuesta contundente de la Academia y sus premios, pero que nunca llegó, fue la Guerra de Vietnam. Durante los veinte años de conflicto sólo hubo una mención en los Oscar, cuando en 1975 (a punto de terminar), el director del documental Hears and minds, Bert Schneider, leyó un comunicado de agradecimiento remitido por el gobierno de Vietnam.
Los presentadores, Frank Sinatra y Bob Hope, se excusaron después aclarando que la opinión del realizador no tenía que ver con la Academia y que este no era el lugar para “proclamas políticas”. Minutos después subía al escenario el incorruptible Warren Beatty para dejar las cosas claras, lo primero que dijo al entregar el premio que le tocaba fue: “Muchas gracias, Frank, carcamal republicano”.
Así que viendo los precedentes Donald Trump puede descansar tranquilo. No parece que vaya a tener mucha tarea en su cuenta de Twitter para responder a los ataques de Hollywood, aunque nunca un presidente y sus declaraciones habían creado un malestar tan grande en la industria. Puede que el discurso de Meryl Streep sólo fuera el calentamiento de la gala de los Oscar más política de la historia del cine.
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