Año 1978. Las actrices Olivia de Havilland y Joan Blondell hablan sobre cómo un gran estudio manipuló la enemistad de Joan Crawford y Bette Davis durante el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? En un instante de la conversación, De Havilland apunta que en la actualidad (recuerden, 1978) eso sería inconcebible porque el movimiento para la liberación de la mujer ya es una realidad. Blondell añade: “Da igual la liberación. Las mujeres siempre actuamos igual cuando estamos acorraladas. Devorándonos entre nosotras y limpiándonos los dientes con uno de los huesos”.
Esta escena que les acabo de relatar nunca sucedió. Se la ha inventado un hombre, Ryan Murphy, para narrar el machismo del Hollywood dorado, el mismo que relegaba a sus actrices cuando dejaban de ser jóvenes. Exactamente igual que hoy. Murphy lo cuenta en su nueva miniserie Feud que, por cierto, les recomiendo encarecidamente. Pero no hace falta viajar al siglo pasado para darse cuenta de que lo más peligroso del discurso machista, en todas sus acepciones, es la facilidad con la que se absorbe, se interioriza, incluso en aquellas personas que nos sentimos en las antípodas de semejante conducta.
No hace falta viajar al siglo pasado para darse cuenta de que lo más peligroso del discurso machista, en todas sus acepciones, es la facilidad con la que se absorbe, se interioriza
Cuando la actriz Emma Watson protagonizó, hace dos semanas, una sesión de fotos para Vanity Fair en la que, además de promocionar La bella y la bestia, posaba en actitud sexy y se declaraba feminista, volví a sentir esa sensación que aludí antes. La periodista británica Julia Hartley-Brewer recibió la fotografía afirmando que desacreditaba su lucha, que se quejaba de que las mujeres fuesen vistas como objetos sexuales pero ella se sexualizaba en su propio trabajo e incluso la definió como “mala feminista” e hipócrita. También puedo añadir que Hartley-Brewer era una firme defensora del Brexit, con todo lo que eso significa, pero no quiero mezclar discursos.
Activismo de la diferencia
Watson, que ha sido de las jóvenes actrices que ha empleado sus apariciones mediáticas para luchar contra la brecha salarial entre hombres y mujeres en Hollywood, respondió a la periodista señalando que el feminismo “trata sobre dar oportunidades a las mujeres. No es un palo con el que pegar a otras mujeres. Habla de libertad, de igualdad. No sé qué tiene que ver mi pecho con eso”. Cuando su compañero de reparto en La bella y la bestia, Dan Stevens, reconoció estar perdido en toda esta polémica, Watson se la resumió con esta elocuente frase: “Dicen que no puedo ser feminista y tener tetas”.
El pasado 8 de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, escuché y leí muchas opiniones que hablaban de feminismo, derechos e igualdad. Ya lo comenté en su momento y lo repito aquí. Soy más partidario de un activismo, sea feminista o lgtb, de la diferencia que del activismo de la igualdad. Las premisas de esas dos corrientes del pensamiento feminista de los años 70 siguen vigentes en la actualidad. Desde mi punto de vista, que no estoy en posesión de ninguna verdad absoluta, no se trata de defender que las mujeres deban tener los mismos derechos que los hombres sino que mujeres y hombres tienen los mismos derechos.
Lo contrario de la igualdad no es la diferencia, es la desigualdad. Yo no soy igual que un hombre heterosexual. Por muchos condicionantes. Y quiero mi particularidad, me gusta mi diferencia
Es un matiz muy sutil pero determinante. Lo contrario de la igualdad no es la diferencia, es la desigualdad. Yo no soy igual que un hombre heterosexual. Por muchos condicionantes. Y quiero mi particularidad, me gusta mi diferencia. No soy igual, soy equivalente. Y creo que ese discurso también es válido para las mujeres.
Feminismo sexy
No quieren ser iguales que los hombres. Quieren ser mujeres, con sus particularidades y diferencias. Con sus derechos y libertades. Con sus tetas y sus escotes o su jersey de cuello alto si le da la gana. Ya sé que cuando se habla de igualdad no se habla de biología. Hasta ahí llego. Pero reclamar los mismos derechos que los hombres, los mismos derechos que la población heterosexual, es aceptar quién impone las reglas del juego. Las reglas las escribimos todos, en posición de control, sin abusos ni coacciones. Esa es la revolución que sigue pendiente.
Es cierto que el feminismo, como el activismo lgtb, no es una opción. Es una cuestión de justicia social. Como explicaba la investigadora británica Finn Mackay, no se trata de elegir. “Algunas mujeres eligen trabajar para partidos que les niegan el acceso al aborto, a la salud o al seguro social”, declaró. Pero cuando escucho a una mujer decirle a otra que lo más radical que puede hacer es quedarse con la ropa puesta, me invade una perplejidad que fácilmente se torna en rabia cuando veo al machista disfrutar de la discusión.
Reclamar los mismos derechos que los hombres, los mismos derechos que la población heterosexual, es aceptar quién impone las reglas del juego
Se puede hacer feminismo y posar sexy en la portada de una revista. Faltaría más. Se puede hacer activismo sin tener que habitar en un armario de conductas, gestos y actitudes que, a la vista de algunos, hace más íntegro nuestro discurso. Se puede reclamar derechos y desfilar en un carroza. Claro que se puede. Se debe ser diferente sin que nadie venga a restarle valor a tus palabras por serlo. Serán tus actos los que puedan desacreditarte pero nunca tu diferencia.