Enfrentarse a Aki Kaurismaki impone. La fama le precede. Sus maneras, su voz ronca y sus frases cortas y tajantes no tienen nada que ver con ese cine humanista y solidario que reivindica a la gente de la calle, pero al finés le da igual. Su estilo como director es tan único como su forma de comportarse. Una mezcla entre bordería y timidez asoma en cada una de sus respuestas, que paladea entre sorbos de albariño y caladas a su cigarrillo electrónico.
Acompañado de sus perros y su mujer acudió a Vigo a presentar su nueva película, El otro lado de la esperanza, por la que ganó el premio al mejor director en el pasado Festival de Berlín, la segunda entrega de esa trilogía portuaria que ahora amenaza con no concluir y que ahora incluye el tema de los refugiados.
Sus películas tienen mucho de él, que antes de llegar a director de cine pasó años trabajando de albañil, lavaplatos y en una empresa papelera donde se sentía “como Charles Chaplin en Tiempos Modernos”. La universidad le duró tres meses, hasta que se dio cuenta de que se aburría y que no “descubría la verdad”. Tampoco fue a la escuela de cine, se considera “demasiado cínico” para ella. Cuando volvió a Finlandia con todo lo ahorrado le duró dos semanas. Se gastó todo en dar 100 marcos a “todo el mundo que le pedía por la calle”. Una experiencia con el capitalismo más salvaje que asentó las reglas de su cine. Él siempre afrontaba esas situaciones con una sonrisa, por eso en sus obras siempre llega el humor, aunque sea en los lugares y formas más insospechadas.
Usted menciona todo el rato a Chaplin, pero sus películas tienen mucho de ese cine humanista de Ozu, Renoir o Ford.
En la vida tienes que decidir si eres de Ford o de Hawks, y yo soy de Hawks. Ozu es un caso diferente, porque Ozu es humanismo y arte, yo no quiero insultar a Ozu, él era un gran artista, pero no quiero decir que todo el cine sea arte. Perdone, pero su reflejo en el cristal de esta mesa me recuerda a Nazarín.
¿El mío?
Sí, al fotograma con la piña, el último fotograma de la película con la música de los tambores de Calanda, sólo falta eso. Ha sido ese estúpido reflejo, que me ha recordado al plano de Nazarín y me he ido de la entrevista.
Espero no resultar vanidoso al decir esto, pero alguien tenía que ser el heredero de Ozu. Es que no se puede perder una herencia así
Volvemos no pasa nada, le preguntábamos por la herencia de Ozu o Renoir.
Espero no resultar vanidoso al decir esto, pero alguien tenía que ser su heredero. Es que no se puede perder una herencia así. Mucha gente ha visto sus películas, pero no tanta gente parece trasladar ese humanismo a su cine. El humanismo tiene que existir incluso en las malas películas, y por suerte no soy el único que las ha visto y hay más que lo hacen.
Como no fui a la escuela de cine, porque era demasiado cínico, mi escuela fue el cine en sí. Vi todo. Todo Renoir, todo Lubitsch, todo Ozu, todo Ford, todo Hawks... todo. Una mujer en París (Charles Chaplin, 1923) se proyectó por primera vez 50 años más tarde en Múnich y me fui hasta allí a verla, era un apasionado del cine.
En El otro lado de la esperanza la solidaridad llega de la gente de la calle, de los barrios, mientras que el Estado, las autoridades no tienen compasión.
Es que la maquinaria es fría, y desgraciadamente sin solidaridad no hay nada. La solidaridad es nuestra última esperanza como seres humanos. Por desgracia cada vez hay menos, pero siempre nos quedará la esperanza, el mañana, aunque seguramente sea peor que hoy. Nunca hay que rendirse.
Es que la maquinaria es fría, y desgraciadamente sin solidaridad no hay nada. La solidaridad es nuestra última esperanza como seres humanos
Sus personajes, como la mujer del centro de refugiados, llegan a cometer actos ilegales para ayudar a otras personas. ¿Su película llama a la desobediencia a rebelarse contra la autoridad?
No hay nada sorprendente en hacer lo correcto. Durante un momento, esa mujer en el centro de refugiados que deja la puerta abierta es un ser humano. Cualquier acto contra el sistema es legítimo, porque el sistema es ilegal. Eso esta basado en El capital, de Karl Marx. Porque el capital nunca llega legalmente, el dinero crece gracias a la ilegalidad, a actos ilegales, así que estar en contra del capital es moralmente legal. Digamos que así se equilibra la cosa.
El protagonista, cuando pide asilo en la primera entrevista dice que es optimista con Finlandia porque es un país cuya gente tuvo que huir del país por una guerra y entienden la situación, algo que también ocurrió en España. Sin embargo, ambos han demostrado ser egoístas con los refugiados, ¿tan corta es la memoria de un país?
Bueno, Finlandia no es peor que otros países europeos. Al menos finge aceptarlos, pero los peores son Polonia, Hungría y República Checa, que no acogen nadie. Finlandia finge aceptarlos para luego volver a echarles a su país.
Hemos perdido la partida contra el capitalismo. Soy un hombre muy sensible, aunque no lo parezca, y me horroriza que el capital sea el dueño del mundo
En la película también se muestra el auge de los partidos de ultraderecha y la violencia en las calles por bandas nazis. ¿Puede hacer algo Europa al respecto?
Debería haber otra forma de hacer las cosas, porque mientras respetemos a un gobierno que no tiene derecho moral a gobernarnos estamos perdidos, y si no alzamos la voz como europeos estamos perdidos. La idea de Europa está perdida, y es por culpa del capital. Karl Marx nunca ha tenido tanta razón como hoy. Puede que su idea del comunismo en la actualidad era demasiado utópica, pero la teoría del capital hoy en día da en el clavo. Sea como sea, hemos perdido la partida. Soy un hombre muy sensible, aunque no lo parezca, y me horroriza que el capital sea el dueño del mundo.
Desde que presentó la película en Berlín ha declarado que esta sería su última película, ¿todo esto que ha comentado no es motivo para seguir adelante y seguir haciendo cine humanista?
Ha sido una buena razón durante los últimos 40 años, empecé en el 78 cuando era un joven y la mitad de nosotros no había nacido todavía. Hay un momento para todo, y me apetece vivir la vida, aunque no sé cómo, porque siempre he trabajado. Está en mis venas.