“Las mujeres, aunque extremadamente visibles como seres sexuales, permanecen invisibles como seres sociales”, escribe Monique Witting.
Hace ya algún tiempo que me pregunto dónde están en el cine las chicas loser, frikys, intensitas, con inquietudes filosóficas, más allá de conocer los grados a los que hay que calentar la plancha del pelo para que no te queme la punta. Me pregunto dónde están las ninjas tipo Napoleon Dynamite (2004), las adictas a todo tipo de sustancias como Mark Renton, el grupito que decide emborracharse y perder la virginidad con algún maromo de pectorales firmes y pene descomunal como en Porky’s (1981).
La realidad es que la sociedad ha enseñado a las mujeres que si quieren ser escuchadas deben acatar unas normas estéticas
Las nerds que se revelan ante el resto de hermandades que sólo buscan ser portada de la FHM, la escritora bloqueada que construye un hombre a su medida como en Ruby Sparks (2012), las outsiders que organizan una fiesta que se les va de las manos como en Project X (2012), ¿DÓNDE? Porque quiero verlas, y cada vez que me siento a buscar títulos con personajes femeninos perdedores, adolescentes con las que pueda identificarme o recordar mis veinte, me cuesta encontrarlas Dios y ayuda y más de una hora de mi tiempo libre.
En las comedias adolescentes protagonizadas por mujeres, estas figuras están construidas sobre arcos de transformación que implican un cambio físico que adopte los cánones de belleza heteropatriarcales o, lo que es lo mismo, que las haga deseables a los ojos de los hombres. En la serie Por 13 razones (de Netflix), uno de los personajes le dice a otro “no sé por qué se viste así si es guapa”, y señalan a una gótica que está sentada en la mesa de al lado en la biblioteca.
Tacones y poco más
Luego nos echamos las manos a la cabeza cuando Cristina Cifuentes dice que tiene amigas feministas que van arregladas, pero la realidad es que la sociedad ha enseñado a las mujeres que si quieren ser escuchadas deben acatar unas normas estéticas y así se ha trasladado al discurso cultural y, por ser el caso que nos compete, cinematográfico.
La trama de la protagonista dista mucho de la búsqueda de esta apariencia física perfecta
Hay cientos de ejemplos: Fuera de onda (1995), Grease (1978), Princesa por sorpresa (2001), Plegde this! (2006), Chicas malas (2004)... en todas ellas hay un personaje femenino que alcanza el éxito al embutirse en licra, pintarse los morros y calzarse unos buenos tacones. El colofón, como no podía ser de otra manera, es que encuentra un hombre con el que compartir su vida. Nuestro objetivo en la ficción es siempre el mismo: estar guapas y/para conseguir novio/marido. Qué coñazo.
Esta falta de papeles femeninos interesantes está ligada a la escasa producción de películas dirigidas por mujeres, al fin y al cabo el arte se nutre, principalmente, de las experiencias del creador. En los últimos años, cuando las féminas han tomado la batuta para abordar la adolescencia, la trama de la protagonista dista mucho de la búsqueda de esta apariencia física perfecta, más bien son una queja de la presión que supone para una chica tener que claudicar con las demandas sociales sobre su aspecto.
Este viernes se estrena La chica dormida, la ópera prima de la directora australiana Rosemary Myers. Greta, la protagonista, aunque sólo tiene 14 años, debe enfrentarse al empeño de todos los que la rodean de que es hora de hacerse mayor. Además, madurar para su familia, compañeras de clase y amigos significa llevar falda, maquillarse y ponerse tacones. Los mensajes que recibe de su entorno son para colmo contradictorios, mientras escucha atónita como su madre recrimina a su hermana mayor que va vestida como una puta, sus compañeras de clase se mofan de ella porque no tiene tetas y ningún chico querrá tocarla.
La protagonista, aunque sólo tiene 14 años, debe enfrentarse al empeño de todos los que la rodean de que es hora de hacerse mayor
Por otro lado, su amigo Elliot, que tiene la misma edad que ella, sigue jugando con animalitos de plástico y, sin embargo, a nadie parece molestarle ni parecerle inapropiado. Para escapar de toda esta sinrazón, Greta viaja en sueños al bosque en donde habita una mujer indomable que será una mentora excelente.
Exigencias de mujer
Rosemary Myers ahonda en su debut en uno de los temas más populares de la literatura feminista desde Simone de Beauvoir a Caitlin Moran: ¿cómo ser mujer? “No se nace mujer: llega una a serlo”, escribía la filósofa en 1949 y casi 70 años después seguimos en las mismas. Al menos, parece que son varias las directoras que se han propuesto denunciar esta situación.
No es normal que la moda imperante en depilación genital femenina consista en dejarte el chichi de una Barbie
El conflicto de muchos personajes adolescentes, creados por mentes femeninas, está ligado a la construcción social de los roles de género. Como Greta, tienen la necesidad de escapar a un sistema que las obliga a adoptar comportamientos exigidos únicamente a la mujer e incorporar a sus rutinas diarias sesiones de belleza que, si lo pensamos fríamente, rozan el esperpento. No es normal que la moda imperante en depilación genital femenina consista en dejarte el chichi de una Barbie, pero de eso hablaremos en otro momento.
Jamie Babbit dirigió con mucha retranca y descaro la historia de Megan, una chica aparentemente heterosexual, en But I'm a cheerleader (1999). Cuando sus padres descubren que su hija podría ser lesbiana la internan en una institución de reorientación sexual –desmentimos que Ignacio Arsuaga tuviera algo que ver en el guion-, en la que instruyen a los chavales en las tareas correspondientes a su género. Tanto en Girlhood (2014), de Celine Sciamma, como en Girl Lost (2015), de Alexandra– Therese Keining, la liberación pasa por tener que transformarse en hombres.
En el primer caso, la protagonista decide cambiar su aspecto para aparentar ser un chaval. En Girl Lost es un hechizo lo que convierte en chicos a tres amigas que sufren bullying en el instituto. Experimentarán en sus carnes los privilegios masculinos, esos que todavía hoy algunos se empeñan en negar.
Que la tradición te martirice
Ser casta y pura, vencer el deseo sexual –cosa bastante complicada en la adolescencia-, no ser una cualquiera o una zorra a ojos de los compañeros de clase es también un motivo de conflicto bastante común en estos personajes. En Turn Me On, Goddammit (2011), de Jannicke Systad Jacobsen, la pobre Alma tiene que convencer a su madre de que no es ninguna pervertida por masturbarse. Aunque, bien es cierto, debió escoger un método de calentamiento más barato y discreto que las líneas eróticas.
Además, todo el instituto se divierte a su costa desde que un chico de clase dijo que ella le había agarrado el pene en una fiesta, cuando en realidad fue él quien se lo saco y lo acercó a su mano. En el debut de Julia Ducournau, Crudo (2016), la joven Justine canaliza su deseo sexual con hambre caníbal. Tengo debilidad por estas dos películas, lo confieso.
Pienso en todas las veces que he escuchado decir que las niñas son más maduras que los niños, que les dan mil vueltas. ¿Estamos seguros de que ellas crecen antes? ¿No será que las estamos obligando a ello? Si escuchamos lo que estas directoras nos están diciendo, yo diría que sí. No tenemos adolescentes loser, porque las tenemos entretenidas con trapitos, pintauñas, guardando castidad y buscando marido.