"La ley de esta película es que todo el que trabaja en ella se vuelve loco”. Eso fue lo primero que le dijo Francis Ford Coppola a su amigo y colaborador Walter Murch cuando le contrató como responsable del sonido y del montaje de Apocalypse Now, un filme cuyo rodaje fue un verdadero infierno. El propio director dijo al presentarla en Cannes que la película no hablaba sobre Vietnam, sino que fue como Vietnam. Cambios de protagonista con la película ya comenzada, tifones, picaduras de mosquito, alcohol, drogas, egos inflados y Marlon Brando, un cóctel explosivo que le costó la salud al realizador, que estuvo a punto de dar la obra por perdida.
Si la filmación fue difícil, quedaba la segunda parte, dar forma a ese caos. Coger lo mejor del ingente material rodado y acumulado para sacar la gran película que había dentro. Fue un proceso de reciclaje en el que gran parte del mérito fue del trío de montadores que ayudaron a Coppola a que pudiera estrenar un filme cuyo primer corte era veneno para las salas comerciales. Todo ello lo ha contado Walter Murch, ganador de tres premios Oscar y uno de esos salvadores, en la Master Class que ha dado en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM) y en la que ha contado un sinfín de anécdotas y consejos para los futuros profesionales, muchos de los cuales tienen enmarcadas sus seis normas de montaje en su cuarto.
Murch se mantuvo alejado del infernal rodaje, sólo fue dos días -justo cuando a Martin Sheen le dio su ataque al corazón-. “La posproducción fue muy larga, pero no diría que fuera un infierno. Fueron dos años trabajando en ella y había mucha incertidumbre, y eso siempre conlleva bastante ansiedad. Principalmente por la duración. El primer montaje duraba seis horas, evidentemente era muy largo, no se podía distribuir. Así que la pregunta era, ¿podemos cortarla y contarla en un 40% del tiempo? Teníamos que buscar esa vía y era un reto muy difícil. Luego estaba el final de la película. Las charlas sobre el final entre Francis y Marlon Brando habían llevado a que nos desviáramos mucho del final previsto. Era una improvisación, prácticamente, así que buscaba hacer que el final funcionase como parte de la arquitectura completa de la película”, cuenta Walter Murch a EL ESPAÑOL.
Había mucha incertidumbre, y eso siempre conlleva bastante ansiedad. Principalmente por la duración. El primer montaje duraba seis horas, evidentemente era muy largo, no se podía distribuir
Murch no sólo fue ese arquitecto que dio sentido al apocalipsis, sino que también fue el responsable de su innovador sonido. “Eran cosas que no se habían hecho antes, como el sonido 5.1, y tuvimos que construir un estudio de mezclas sólo para ello. La pregunta que nos hacíamos era, ¿cómo vamos a hacerlo a nivel técnico y artístico? era todo una gran incertidumbre, pero al final estos retos son fantásticos. Hubo muy buena voluntad a lo largo de esos dos años, al menos no hubo tifones ni ataques al corazón”, dice con humor.
Emocionar con el montaje
La primera regla de oro del montaje de Walter Murch usa un juego de palabras en el que dice que las películas (motion pictures) deben emocionar (e-motion pictures), “una broma que digo en serio porque el ADN del cine es la emoción humana”. “Es la sangre que hace palpitar del cine, es la cuestión fundamental. El objetivo es aprender a acceder a la emoción humana y aprenderla. Pero no existe una receta, si se pudiese inventar esa fórmula los estudios de cine harían enormes cantidades de dinero una y otra vez, y sin embargo sólo el 5% de las películas que hacen son exitosas”, explica el montador sobre sus enseñanzas.
Sin embargo, durante las últimas décadas el mundo ha cambiado, Hollywood lo ha hecho, y el montaje también. “Claro que el dialecto ha cambiado, pero la estructura profunda del lenguaje no ha cambiado, si ves Casablanca a día de hoy, sigues sintiendo emoción. Igual que pasa con un novela escrita hace 150 años, si es buena esos símbolos en la página se transforman en emociones. La película es un pretexto para el verdadero motor, que es la emoción del espectador. John Huston dijo exactamente eso, que los verdaderos proyectores son los oídos y los ojos del espectador. En el cine hay un haz de luz y pequeñas variaciones en la presión del sonido que están ahí sólo para organizar y potenciar una emoción que ya existía en el público, pero que era caótica. En esas dos horas ese público se reúne y disfrutan juntos, y si la película es buena, cuando salgan de la sala serán otras personas diferentes, habrán cambiado”, añade Murch.
El montaje del director
En un tiempo en el que los directores han perdido peso en las decisiones de sus propias películas, y en el que los productores llegan a decidir el montaje final de un filme, un término se ha instaurado entre los cinéfilos, eso que llaman director's cut, o el montaje del director, que muchas veces llega años después en forma de DVD y que enseña la verdadera visión de un autor al que le cortaron las alas. Es lo que le ocurrió a Ridley Scott con El reino de los cielos.
El ADN del cine es la emoción humana. Es la sangre que hace palpitar del cine, es la cuestión fundamental. El objetivo es aprender a acceder a la emoción humana y aprenderla
Walter Murch no sólo ha trabajado como montador, sino también ha participado en uno de esos montajes del director que querían rescatar la memoria de un cineasta. La primera vez fue con Sed de Mal, de Orson Welles. “Universal, el estudio, había apartado a Welles y había contratado a un nuevo guionista, a un nuevo director, remontaron toda la película e incluso añadieron escenas. Esa es la película que se distribuyó en 1958, que es una buena película, pero la visión de Welles se vio perdida, así que decidimos que podíamos coger las notas que había tomado el propio Welles y, en la medida de lo posible, volver a montarla. Creo que la decisión tenía un gran calado moral, era respetar la visión moral de Welles”, cuenta Murch que reconoce que su otro remontaje, el de Apocalupse Now Redux no tenía ese componente de justicia moral, sino que se añadieron unas escenas para una versión extendida que pedían desde Francia para un homenaje al actor Crhistian Marquand.
A pesar de ver lo que había pasado Coppola con Apocalypse now, Murch probó suerte como realizador en otro proyecto imposible, la secuela de El mago de Oz que aquí se estrenó con el nombre de Oz, un mundo fantástico (1985). Un fracaso que hizo que se le quitaran las ganas de volver a dirigir. “No fue un infierno, pero fue muy difícil. Disney, no estaba contento con lo que se llevaba rodado. Además, los directores del estudio se habían ido y había nuevos gestores. Esta película fue una herencia que les tocó, era como un hijo adoptivo. Después, cuando estábamos en posproducción volvió a cambiar de dueños, así que la película era como un hijo que había quedado huérfano dos veces. Sabíamos que la película original no sólo era un gran éxito, sino que es como un mito fundacional de EEUU, es más que una película y de cara a hacer una secuela es como enfrentarse a reescribir el viejo testamento después de escribir el nuevo testamento. A pesar de todo estoy orgulloso de ella”, cuenta Walter Murch, historia del cine, y el hombre que consiguió que a todo el mundo le encantara el olor a Napalm por las mañanas.