“Utterson, el notario, era un hombre de cara arrugada, jamás iluminada por una sonrisa”.
Si usted ha reconocido este inicio de novela supongo que va a interpretar esta columna sin demasiado esfuerzo. Hoy escribo de doble, incluso de triple, personalidad. Puede que hasta de personalidad múltiple. Porque sin necesidad de comparar nuestros historiales clínicos podría afirmar que todos somos varios seres humanos y albergamos tantas personalidades en nuestro interior como oportunidades tengamos de demostrarlas. Va más allá del bien y el mal, de los antagonismos. No hay un único reverso tenebroso; hay tantos forros, reveses y dorsos, que podríamos emplear uno cada día de la semana. De hecho, los usamos. Y seguimos pensando que el trastorno disociativo de la identidad lo padecen otros.
Convivimos con nuestras personalidades y las de los demás de una forma mucho menos dramática de la que relató Robert Louis Stevenson en su novela. Nuestra personalidad se desdobla en un ejercicio de habilidad social. No somos los mismos en una reunión familiar que cuando estamos festejando con los amigos más íntimos o en una reunión de la comunidad de vecinos. Y en las redes sociales, lo cronificamos. Toda persona con un perfil en una red social ya asume otra personalidad respecto a su verdadero ser. Algunos renuncian a su nombre real, crean un apodo, ocultan su rostro y, casi sin darse cuenta, asumen otra identidad que en muchos casos es más fiel a su esencia que su yo social. No se puede ser auténtico en las redes porque el propio formato nos incita a la sobreactuación, a la ficción. No somos quienes aparentamos ser en Instagram, ni somos tan contundentes como fingimos en Twitter, ni siquiera tenemos todos los amigos que dice Facebook que tenemos. Son recreaciones de nuestra personalidad.
Ante esa premisa, les voy a confesar algo. Una idea, casi una broma, un chiste privado que me cuento a mí mismo desde hace tiempo. Veo a Johnny Depp y siento que es el reverso tenebroso de Leonardo DiCaprio. Sé que hay una diferencia de más de diez años entre uno y otro pero eso es una nimiedad cuando estamos hablando de otras dimensiones y campos magnéticos. Como si un actor con la actitud de una estrella del Hollywood clásico pudiese convertirse en un ser atípico, casi irreal. Como si Depp hiciese todo lo que DiCaprio desearía hacer si se tomase menos en serio a sí mismo. Como si DiCaprio hiciese todo lo que Depp desearía hacer si se tomase más en serio a sí mismo.
Síganme el juego. El extraño caso del actor Di Caprio y Mr. Depp empezó a principios de los noventa, cuando rodaron juntos ¿A quién ama Gilbert Grape?, la película de Lasse Hallström que lanzó al estrellato a DiCaprio –nominación al Oscar incluida, con solo dieciocho años- y consolidó a Depp, que justo acababa de rodar dos de mis interpretaciones favoritas: Cry Baby y Eduardo Manostijeras. A partir de ese momento, y según mi absurda teoría, Depp se convirtió en el lado oscuro de DiCaprio.
Le hemos visto tantas veces disfrazado que ya no sabemos cómo es realmente. Posiblemente ni él mismo recuerda cómo se interpreta a un ser corriente
El reverso del hombre atractivo que soñaba con ganar un Oscar, activista medioambiental, coleccionista de arte, vulnerable a la belleza femenina de pasarela, es un actor inquietante, con tendencia a ocultar su físico bajo capas de maquillaje, que declaró que él –en relación a los Oscar- no quería ganar nunca “una de esas cosas”, que se sale de la norma establecida, que alimenta un comportamiento errático y que se puede gastar 30.000 dólares al mes en vino. Si DiCaprio y Depp pudiesen clonarse en un solo actor, posiblemente lograríamos la contradicción perfecta, el intérprete por excelencia.
¿Cuál fue la última vez que vio usted a Johnny Depp interpretar a un personaje corriente, sin histrionismos, a cara lavada, sin horas de maquillaje? Tendríamos que viajar tres años atrás para ver a un Johnny Depp que se parece físicamente a Johnny Depp. Fue en Trascendence, donde ni siquiera interpretaba a un ser humano y asumía ser una inteligencia artificial. Le hemos visto tantas veces disfrazado que ya no sabemos cómo es realmente. Posiblemente ni él mismo recuerda cómo se interpreta a un ser corriente, sin vínculos con el género fantástico. Repasen si no The rum diary, una película en la que Depp interpretaba a un periodista con los mismos tics que si fuera el sombrerero loco de Alicia. Hoy estrena la quinta entrega de Piratas del Caribe donde vuelve a meterse en la piel de un desmedido y disfrazado Jack Sparrow, uno de esos personajes que, fundamentalmente, paga facturas.
El maquillaje y el exceso son buenos amigos del reverso, sea tenebroso o no. Son parte del juego, de la pantomima, de la mentira que en ocasiones es más verdadera que nuestra existencia. Sin embargo, ese exceso de maquillaje es incompatible con la verosimilitud que impone la realidad. Viene a mi cabeza el J. Edgard Hoover de DiCaprio. ¡Ese maquillaje! Hasta Eduardo Manostijeras era más creíble. Así son los universos paralelos: lo que en uno es posible, en el otro es inverosímil. Ahora solo espero que Tim Burton o Kevin Smith compren los derechos de esta columna y dirijan la película sobre un actor con dos personalidades estrella. No me dirán que no promete.