En la vida de casi todos los universitarios hay un evento marcado en el calendario: el Erasmus. Ese curso en el extranjero que todos toman como experiencia generacional, de crecimiento y como oportunidad para estar un año fuera de casa. Demostrar que son capaces de sobrevivir sin la ayuda de los padres, mientras además aprovechan para pasárselo bien, conocer a gente de otros lugares y disfrutar de una juventud que saben efímera.
En el Erasmus, además de aprender un idioma y una cultura, uno se lo pasa muy bien. Eso es así. Pero, ¿todos acaban enamorados de la experiencia y llorando porque no quieren volver? No. Aunque se haya generalizado, también hay gente que esa primera salida la vive como un tormento. Todo se torna en drama. Uno no se integra, no se hace a las costumbres del país, al idioma, a las clases y al final acaba encerrado y suplicando porque acabe pronto. Encima si se atreven a decirlo se les mira mal, quién en su sano juicio podría criticar un año de independencia y libertad. Ir en contra de la masa nunca fue fácil.
Ese lado de los Erasmus, el de las personas que se encuentran perdidas y no encuentran su lugar, es el punto de partida de Julia Ist, la ópera prima de Elena Martín que ya triunfó en la sección ZonaZine del Festival de Málaga y que el viernes se estrena en salas. Una mirada amarga, que es más un retrato a un momento de la vida en el que uno cambia y busca un lugar al que pertenecer. Su Julia viaja desde Barcelona a Berlín y se encuentra los problemas habituales: un idioma muy complicado, unas normas diferentes, unos jóvenes que no se encuentran en el mismo periodo vital que ella y una relación a distancia que cada vez hace más aguas.
El cine había comprado esa visión de mundo de piruleta hasta ahora. Elena Martín ofrece un retrato maduro y reposado de la experiencia y coincide en que las películas no habían mirado así al Erasmus. “Es como en el género romántico, hay películas que optan por el cliché y otras cuentan la complejidad. Depende de la aproximación que hagas del tema. Puedes tener un Erasmus de fiesta y locura si te lo tomas como unas vacaciones, pero si intentas integrarte y conocer a la gente a fondo todo el mundo se encuentra con esos problemas”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Puedes tener un erasmus de fiesta y locura si te lo tomas como unas vacaciones, pero si intentas integrarte y conocer a la gente a fondo todo el mundo se encuentra con esos problemas
Martín también se pone delante de la cámara. Ya fue la protagonista de otro relato generacional dirigido por cuatro chicas, Las amigad de Ágata, de la que esta parece una secuela conceptual. Ambas cuentan esa extraña sensación de no pertenecer a ningún lugar, ni siquiera a aquellos donde en otras ocasiones sentía seguridad. Si en Las amigas de Ágata los personajes vivían el paso del instituto a la universidad, en esta ocasión se trata de ir un paso más allá en ese proceso de madurez. Martín entiende la comparación, pero intenta subrayar las diferencias. “Es cierto que ambas tratan un momento de cambio, y de estar desubicado, pero son muy distintas, aunque entiendo que hay cosas en común, como la edad de las directoras y que hemos estudiado en la misma escuela, así que habrá referentes que son los mismos, pero la forma de tratar la puesta en escena y el registro es distinto aunque compartan esa naturalidad”, señala.
Niños de papá
Julia Ist nace de las propias experiencias de Elena Martín y sus compañeros Maria Castellví, una de las guionistas, Marta Cruañas, productora, y Pol Rebaque, director de fotografía. Todos coincidieron en esa melancolía que desprende el filme cuando se fueron de Erasmus y les pareció un buen tema como trabajo fin de carrera de Comunicación Audiovisual en la Pompeu Fabra de Barcelona. “Coincidíamos en que aunque no fue un martirio, sí que tiene sus altos y bajos, porque es la primera vez que te enfrentas de forma evidente a tu inmadurez, a sentirnos de nuevo adolescentes con 21 años”, apunta.
El Erasmus es la primera vez que te enfrentas de forma evidente a tu inmadurez, a sentirnos de nuevo adolescentes con 21 años”
A pesar de que fue duro nunca pensó en volver a casa. “¡No! Tenemos un orgullo, y nadie te saca de ahí”, dice con humor mientras confiesa que la gente tiene una imagen del Erasmus como si fuera “unas vacaciones”. “Yo no tenía esa idea, sino la de vivir una aventura larga y de ahí llega esa frustración, porque la realidad no se ajusta a las expectativas, y algo que aparentemente es sencillo empieza a costarte mucho y te sientes inútil y pequeño. En mi caso fue la primera vez que tomé perspectiva y me di cuenta de que iba a ser diferente en cada contexto en el que estuviera”, dice de su experiencia.
Allí muchos jóvenes también se dan cuenta de una dura realidad: son unos niños de papá y mamá que no saben hacer nada por sí mismos. “Sí, nos damos cuenta de eso. Dabas las cosas por hecho y luego llegas allí y te frustras y te gustaría tener más herramientas”, reconoce la joven realizadora. Con 24 años ya ha dirigido y protagonizado su primer filme, “un follón” del que ha acabado muy contenta y con el que está viajando por cantidad de festivales. Le da igual estar delante o detrás de la cámara, pero tiene claro que repetirá.