Abrir un libro de historia del arte es darse de bruces con el machismo que ha imperado en la sociedad durante siglos. Las mujeres fueron apartadas de estos campos desde el comienzo, y cuando por fin llegaron, no se las tuvo en cuenta. Era una especie de capricho, un jueguecito con el que dejarlas jugar mientras preparaban la cena caliente para sus parejas. Así, entre Monet, Picasso y compañía no aparece ninguna artista, y no porque no estuvieran a la altura, sino porque fueron condenadas al ostracismo.
Había una cuenta pendiente con ellas, con esas mujeres que se enfrentaron a todo para pintar, esculpir y dar su visión de un mundo que se les prohibía. El propio arte contemporáneo ha comenzado una operación de memoria histórica con ellas. Si hace unas semanas llegaba a las salas de cine Paula, el biopic sobre la pintora alemana, ahora es el turno de Maudie, el color de la vida, la película que rescata la vida y obra de Maud Lewis, a la que pocos conocen más allá de EEUU y Canadá, aunque su obra acabó siendo tan popular que el propio Richard Nixon acabó rendido ante ella y comprando dos cuadros para la Casa Blanca.
La vida de Maud Lewis no fue fácil, desde pequeña sufría una artrosis que le hacía moverse con dificultad y estar marginada socialmente. Vivía sobreprotegida por su hermano y su tía, sin margen para tener una vida propia. Sólo la pintura le hacía escapar. Cogía sus pinceles y pintaba cualquier cartón que pillaba a mano convirtiendo esos retales en pequeñas postales a las que daba luz con su estilo naif y colorido. Sólo voló cuando se casó con el arisco pescador Everett Lewis, que primero la acogió en su casa como criada y acabó siendo su apoyo artístico.
Fue la casa de este la que se convirtió en un estudio improvisado para la pintora, que comenzó a utilizar las paredes de la casa como lienzos y la acabó convirtiendo en una obra de arte que se conserva en el museo el la Galería de Arte de Nueva Escocia en Halifax. Los cristales, el suelo, las escaleras, todo acabó con su sello. El azar quiso que una marchante de arte de Nueva York se cruzara en su camino y se enamorara de sus pequeñas postales.
"Muchas mujeres están en casa y es su prisión, están encerradas y pintan para sentirse mejor, pintan en el suelo porque no se pueden permitir lienzos"
Sin embargo la obra de Maud Lewis no ha tenido el reconocimiento que muchos artistas (hombres) de su generación tuvieron, así que la cineasta Aisling Walsh se puso manos a la obra para dirigir una película que llevaba parada 13 años. Nadie apostaba por un filme protagonizado por una mujer artrítica que pinta metida en una casa, pero al final las cosas cuadraron y Maudie, el color de la vida ha llegado a las salas españolas. Para dar vida al matrimonio encontró a una pareja de altura, Ethan Hawke y Sally Hawkins, perfecta como la frágil Maudie, una interpretación compleja que ella hace suya.
La directora confiesa que en cuanto leyó la primera página de guion pensó en ella. Habían coincidido en una serie para televisión y se quedaron con ganas de trabajar juntos. Sabía además que le encantaba el arte y rápidamente llamó a su agente para exigir que Hawkins fuera la Maudie Lewis cinematográfica. A pesar de haber vivido en Canadá y de tener muchos amigos allí, la realizadora confiesa que no conocía la historia de la pintora. “Había visto a veces sus pinturas, en calendarios, en la casa de alguien y me encantaban esos colores y esas imágenes, pero no eran familiares para mí, sabía acerca de su casa pintada, pero no conocía su historia hasta que leí el guion”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Walsh se formó primero como pintora, por lo que sabe del olvido histórico hacia las mujeres. “Hay pintoras excelentes y conocemos a poquísimas, están toda la vida pintando y durante su vida no se las conoce. Nadie habla de esas maravillosas mujeres, y por ello me gusta hacer cine sobre ellas. Pero es que además su vida personal también es fascinante, porque normalmente tienen que luchar contra el machismo, y con la sociedad. Estoy segura de que hay muchas mujeres pintoras que todavía hoy tienen que ser descubiertas. Mira Maud, comenzó decorando y pintando su casa. Muchas mujeres están en casa y es su prisión, están encerradas y pintan para sentirse mejor, pintan en el suelo porque no se pueden permitir lienzos, y es una forma fascinante de aprender el arte de forma práctica. Y su mayor obra de arte es su propia casa”, explica por teléfono desde EEUU.
Cree sin dudar ni un segundo en el poder del arte, y en que estos filmes que muestran a mujeres empoderadas sirvan para “redescubrirlas”. “Creo que es importante recordar a las mujeres que vinieron antes en el mundo del arte porque son ejemplo para las nuevas generaciones”, añade. Sabe también que “los cambios son lentos”, y pide a las mujeres que “luchen y tengan confianza en que pueden hacer lo que quieran”. “No podemos esperar a que nadie nos de la oportunidad”, zanja.
Aisling Walsh vivió durante el rodaje la misma fascinación que antes vivió Richard Nixon. Una atracción hacía esas pinturas “encantadoras” que apostaron por “el color en vez de por la sombra, aunque su vida fuera oscura”.