Ahora la etiqueta de cineasta de autor se coloca a la ligera, a cualquier persona que arriesga un poco o se sale de los límites establecidos por una industria tradicional y que prefiere la rentabilidad a la personalidad. Pero antes, en el cine español, había directores que se jugaban todo, a veces incluso la vida, por sacar sus proyectos adelante. Es el caso de Basilio Martín Patino, el cineasta salmantino que hoy ha fallecido a los 86 años tras una larga enfermedad degenerativa. A Martín Patino esa etiqueta de autor se le queda pequeña, porque en su filmografía, corta pero intensa, experimentó y avanzó técnicas e ideas que otros descubrirían muchos años después.
Lo hizo, además, en una época en lo que dominaba era el miedo y la represión. Basilio Matín Patino se convirtió con su obra en uno de los azotes del franquismo y en un experto en burlar la censura. Nadie lo diría de aquel chaval que nació en un pueblo de Salamanca y fue educado por dos padres conservadores y católicos. Sus dos hermanos, de hecho, acabaron siendo religiosos. Pero él tenía claro que quería ser cineasta. Estudió en la Universidad de Filosofía y Letras de su ciudad, y ya desde allí comenzó a revolucionar a todo el mundo con sus cinefórums y sus Conversaciones Cinematográficas Nacionales. Pero no es hasta 1955 cuando empieza a mamar de verdad el cine como profesión en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC), en el que realizó como prácticas los cortometrajes El descanso (1957), El parque (1958) y Tarde de domingo (1960).
Ya con su cortometraje Torerillos (1963) empieza a tener problemas con la censura, pero estos se acrecientan con su ópera prima Nueve cartas a Berta, en la que el franquismo mete tijera y recorta escenas que les parecían ofensivas al régimen o a la religión. Patino comenzó a rodar el filme el 14 de abril de 1965, y no sería una casualidad. La película, que cuenta la historia de un joven que vuelve a España enamorado de una mujer extranjera hija de un exiliado y se enfrenta a su novia de toda la vida, fue vista como un canto a una juventud que tenía que dejar atrás un régimen totalitarista y apostar por la libertad. La película se estrenó con éxito en el Festival de Cine de San Sebastián, donde ganó la Concha de Plata, y se estrenó con éxito el año siguiente.
Sus siguientes pasos lo llevaron fuera de la industria del cine español. La crítica a Franco y su dictadura que se intuía en su ópera prima se convirtió en el centro de su obra en tres documentales que suponen la mayor radiografía al régimen hecha desde sus entrañas. Ninguna de ellas se estrenaría hasta la muerte del dictador, pero los documentales Canciones para después de una guerra (1971), en el que usaba imágenes del NO-DO y canciones de la época para recorrer la posguerra española; Queridísimos verdugos (1973), con entrevistas a varios verdugos de la época y a familiares de ajusticiados; y Caudillo (1974), fueron una auténtica revolución y uno de los cantos antifranquistas más poderosos de la historia del cine español. Estos dos últimos, como otras de sus obras, tuvieron que ser realizados de forma clandestina. La dictadura hasta pidió la destrucción de sus obras.
En Caudillo, se valió de material documental ya rodado para retratar a Franco. Al estar vetado tuvo que recurrir a archivos extranjeros. Martín Patino trabajaba en una segunda parte de la película, que abandonó al entender que ya no tenía sentido continuar su trabajo. Se estrenó en octubre de 1977, tras ser denostada por la censura y con intentos de boicot por sectores franquistas. "¿Dónde iba a encontrar un actor que se pareciera a Franco? Encontré algo mejor. He tenido la fortuna de tener a Franco haciendo de Franco. Esto es algo impagable. Tiene una fuerza brutal. Ningún guionista hubiera imaginado una historia mejor que lo que de verdad fue la guerra civil, a través de sus documentos orales y gráficos. Para mí es un ejercicio de sinceridad, de liberación; parece pedante, pero es así. No se me puede acusar de insincero. Con estas tres películas, estrenadas sucesivamente, yo he pretendido dar mi visión. Tengo derecho a equivocarme. Respeto a los demás y quiero que los demás respeten mi mirada particular sobre nuestro pasado inmediato”, decía el director cuando consiguió estrenar sus obras.
Tras este trío documental pasó a la experimentación cinematográfico. Se dedicó a jugar con técnicas como las tres dimensiones antes de que se volvieran a poner de moda y también a firmar el acta fundacional de la Academia de Cine. Desde entonces sus incursiones en el largometraje eran cada vez más contadas, como en Octavia (2002). Aunque en los últimos años su enfermedad fue apartándole de la vida cinematográfica, un hecho como el 15M le hizo volver a coger la cámara en Libre te quiero, en el que retrató “la alegría” que reflejaba el movimiento ciudadano establecido en la Puerta del Sol madrileña. Con la música de Amancio Prada y sobre el poema de García Calvo, el director volvió a cantar a la libertad por la que tanto luchó cuando menos existía.