Planea sobre esta película la obligación, casi la imposición, de analizar cómo cambia la historia que explicó Don Siegel en El seductor (1971) al haber sido contada ahora por una directora. No puedo evitar sentir la presión de tener que escribir sobre enfoques, miradas y sensibilidades masculinas y femeninas. Pero no lo voy a hacer. Primero, porque empieza a ser preocupante la obsesión por analizarlo todo desde un mismo ángulo. Segundo, porque, de algún modo, estaría subestimando a Don Siegel y a Sofia Coppola, dos de mis directores favoritos. Inmensos cada uno en su estilo, su tiempo y sus circunstancias, no firman dos películas diferentes solo por no ser del mismo sexo, sino porque los dos son autores extraordinarios; personales, importantes y con voces distintas pero igual de fuertes.
El seductor de Siegel y La seducción de Coppola son dos versiones muy distintas de la novela gótica de Thomas P. Cullinan. Las dos suceden durante la Guerra de Secesión y explican la historia de un soldado malherido (Clint Eastwood en la primera, Colin Farrell en la de Coppola) que es acogido en una residencia de señoritas del bando contrario. Los dos coinciden en sus temas clave: la amputación de la virilidad, la gestión del deseo sexual (despertar, represión, estallido), los mecanismos de la seducción. También la traición, el impulso de venganza y el reflejo en los personajes del odio, el dolor, el fango y el sentimiento de pérdida en el campo de batalla. Y, aun teniendo unas señas de autor muy fuertes, tanto El seductor como La seducción se mueven claramente en los parámetros del cine de género.
Pero Siegel y Coppola cuentan la historia de una manera muy distinta. El seductor es gótico americano a la yugular. Es directa, salvaje, macabramente clara incluso cuando se adentra en el delirio. Es una pesadilla sin subterfugios (las metáforas son nítidas, los misterios no son tan misteriosos), terrenal, física, libidinosa, obscena. El nuevo filme de la autora de Lost in Translation (2003), más psicológico que físico, es lo contrario.
La seducción es gótico en suspensión. Si la de Siegel es pura claridad, esta es puro concepto y evasiva. Es un filme de fantasmas, una abstracción delicada, etérea y espectral sobre el arte y, sobre todo, las malas artes del cortejo. Coppola firma una película de una exquisitez formal incontestable. Coreografía con maestría el deambular de los personajes por las estancias de la residencia, explora sus rostros hasta hallar las muecas que delatan sus emociones reprimidas y convierte la amalgama de deseos concentrados en ese espacio en una especie de neblina, cada vez más espesa (la escena final), que lo cubre todo.
Tiene La seducción ecos de la magistral Picnic en Hanging Rock (1975) de Peter Weir, no solo en los vestidos de las chicas. La referencia no es exclusivamente estilística. Ambas películas se aferran al fantástico para explicar la historia de personajes femeninos en tránsito que, por distintas circunstancias, acaban desvaneciéndose, evaporándose. Las estudiantes de Weir, en las rocosas, las señoritas de Coppola, en esa residencia purgatorio.
Personajes femeninos en tránsito. Como en todas las películas de Sofia Coppola. La seducción no puede ser más coherente con la filmografía anterior de la autora. Vuelve a hacer lo que ha hecho siempre: poner a prueba a sus personajes femeninos en un espacio extraño, impersonal o del que no pueden huir. Las obliga a crecer, a sentir y a descubrir lo que quieren en un entorno que no han elegido, donde se sienten extrañas, presas o a disgusto. Las aísla para enfrentarlas a quiénes son, y habla a través de ellas del despertar a lo adulto, del descubrimiento del sexo, del fracaso sentimental y familiar, de la sensación de no pertenencia y de la aceptación de un vacío prematuro. Habitaciones de hotel, ciudades ajenas, las estancias de un palacio y, ahora, una residencia para chicas en el corazón de una guerra. La seducción es, junto a la infravalorada Somewhere (2010), la película más concisa de Coppola, pero no la más superficial. Solo una autora inmensa puede contar tantas cosas y crear personajes tan complejos de una forma tan lacónica.