Dos jóvenes negros muertos y apaleados por la policía. Otros siete insultados y golpeados por el abuso de unas fuerzas de seguridad que siguen manteniendo un poso racista. Sin aportar más pistas este suceso podría haber ocurrido hace 50 años como hace sólo unos días en los incidentes de Charlottesville. El racismo sigue imperando en todo el mundo, y más en EEUU, donde su presidente ha hecho política del terror y señalando al diferente como el enemigo.
La reciente marcha supremacista parecía sacada de hace 50 años. La xenofobia ha regresado con fuerza y todo lo conseguido durante décadas puede esfumarse de un soplo. Por ello es necesario un arte comprometido y activista, como el que desde hace años desarrolla Kathryn Bigelow. Sus películas se han convertido en murales que ofrecen de forma casi documental la cara B de EEUU. El trauma de los soldados tras la guerra, las torturas a los islamistas para localizar a Bin Laden y ahora, precisamente, el racismo del país.
La realizadora, con su inseparable guionista Mark Boal, no renuncia a esa especia de cinema verité y en Detroit cuenta los sucesos ocurridos en el Motel de Algiers en 1967, donde una revolución de la comunidad negra, la policía aprovechó para cometer varias tropelías, entre ellas matar a dos chavales en este incidente que, como recordaba Bigelow en la presentación del filme en Londres, “fuera de Detroit está silenciado”.
Un filme actual, necesario, valiente, con una exhausta investigación casi periodística y una cámara al hombro vibrante que obliga a mirar donde nadie quiere y a plantearse que, por desgracia, todo sigue igual. Algo que confirmaba a la prensa que acudió a la presentación europea del filme. “Si la película puede generar una discusión sobre el racismo, será positiva, y significará mucho. Ojalá pueda hacer que algo cambie, esa es mi mayor aspiración. La hemos proyectado con gente que estuvo en los sucesos de Detroit y ellos creen que la película lo logrará. Cualquier oportunidad de enfrentarse a este racismo que nos domina es realmente importante. Para mí, personalmente, no hacer nada contra el racismo no era una opción”, cuenta Kathryn Bigelow.
Provocar un cambio
“Si el propósito del arte es agitar para provocar el cambio, si estamos verdaderamente listos para empezar a tratar la desigualdad racial de este país, tenemos que estar dispuestos a escuchar. Espero que esta película anime en parte ese debate y que encontremos una forma de curar las heridas que existen desde hace demasiado tiempo en este país”, añade la realizadora en las notas de producción del filme.
Por eso ella no entiende el cine como un “simple entretenimiento”, sino como un compromiso de mostrar lo que ocurre realmente en nuestras calles, como “una dramatización de la realidad”. “El guion esta casi todo basada en informes, investigación, documentos, testimonios, en personajes que son reales y con los que algunos nos reunimos. Julie estaba en el set conmigo todos los días y era una gran responsabilidad contar cómo fue la historia, teníamos que ser fieles a los hechos”, dice con seguridad.
Unos sucesos con una vigencia tan grande, que trasladarlos a la gran pantalla era una gran responsabilidad, y para ello no tenía que “hacer juicios de valor”, por ello recurrió a los testimonios de primera mano de os supervivientes del motel. “Cuando estás haciendo una historia sobre hechos reales y conoces a los testigos de dichos hechos, quieres asegurarte de que esas experiencias no sucedieron en vano, que puedes transmitir la relevancia de su historia y hacérsela entender a los espectadores”, añade.
Entender la ira
Bigelow, consciente de la importancia del suceso, no se limita a colocar la cámara en el lugar, sino que crea un prólogo basado en la obra del artista afroamericano Jacob Lawrence en la que cuenta las décadas previas a los años 60 para que el espectador entienda todo lo sufrido por la comunidad negra y cómo se llego a ese momento de ira en el que decidieron que había que actuar. “Era el modo de que el espectador pudiera entender mejor la ira y la injusticia que se habían ido acumulando a lo largo de tantas décadas y habían puesto el país en un rumbo de colisión”, analiza la directora en sus notas.
La idea fue siempre hablar de la rebelión de Detroit, pero les costó encontrar el foco, que finalmente estaba en un suceso pequeño, que nadie sabía, “este crimen que ocurrió de verdad allí, en este lienzo y que era muy poco conocido, era casi secreto fuera de Detroit”. “Cuando me lo presentó Mark (Boal), y pensé que cómo era posible que esto hubiera ocurrido allí que esto… me pareció histórico, pero a la vez tan contemporáneo, que eso fue lo que me motivó”, subraya.
Mark Boal opina como su colega, cree que esa historia era “importante”, y que “las ventajas de observar el pasado es que te permite ver el presente desde otro punto de vista y hacerse preguntas como: ‘¿Cuánto han cambiado las cosas?’ o ‘¿Cuánto sigue igual?’”. La pesimista respuesta a Bigelow y Boal está en el auge de líderes como Trump o Marine Le Pen y su apoyo a grupos racistas. A ellos les queda el cine como arma para cambiar las cosas.