It, la nueva adaptación de la novela homónima de Stephen King, es una película extraña. Y es más extraña aún si se tienen en cuenta su naturaleza y su voluntad comerciales. Es así de rara porque fondo y forma se rechazan mutuamente. Las dos cosas funcionan (una más que otra) por separado, pero la relación entre un fondo oscuro y desolador y una ejecución propia de un divertimento de terror es complicada.
Dirigida por Andy Muschietti, It es, como la novela de Stephen King, una obra sobre el miedo, sobre sus mecanismos para paralizarnos, impedirnos crecer y hacer que nos rindamos. En concreto, gira en torno a los miedos en la infancia y en la pubertad. Ni los guionistas (Gary Dauberman, Chase Palmer y Cary Fukunaga) ni el director se andan con remilgos para mostrar las razones del terror que acecha a los personajes, un grupo de chavales vecinos de Derry, una ciudad inventada en el corazón de Maine.
It expone con una claridad y una dureza que desarman la violencia y el horror que marcan el día a día de esos chicos, víctimas de las cosas más horribles: violencia doméstica, acoso escolar, abuso de menores, racismo
It expone con una claridad y una dureza que desarman la violencia y el horror que marcan el día a día de esos chicos, víctimas de las cosas más horribles (violencia doméstica, acoso escolar, abuso de menores, racismo). Se detienen en los personajes, perfectamente definidos, y en sus historias; y muestran sin tapujos, cayendo a ratos en el exceso, sus dramas y los episodios de violencia y agresión a los que están expuestos.
Un juego incómodo
Todo lo que tiene que ver con el día a día de los chicos (salvo cuando están juntos, porque juntos se hacen fuertes) está cubierto de un manto de tristeza, de dureza y de violencia insólito en un filme de su naturaleza. Precisamente por eso, cuando It convierte esos terrores reales en una gozosa pesadilla fantástica, algo chirría. Todo adopta un tono raro. Es muy difícil, incluso incómodo, entregarse al juego (macabro, pero un juego) que propone Muschietti con toda esa aflicción a las espaldas.
Su casa del terror está llena de cosas fascinantes, pero con esa congoja es difícil disfrutar de la visita. Es como subirse a una montaña rusa alucinante sintiéndose muy triste: aprecias la atracción, pero no la disfrutas como te gustaría.
Pero sí, la montaña rusa sigue siendo alucinante. Es innegable la buena mano de Andy Muschietti y la productora Barbara Muschietti para confeccionar malos sueños, algo que ya demostraron en Mamá (2013), una película menos arrebatadora en lo visual pero más equilibrada. Ambientada en los ochenta (la primera mitad del libro, la que adapta el filme, sucedía en la década de los cincuenta), It es otro ejercicio de nostalgia. No es tan excesivo como Stranger Things, serie con la que, obviamente, tiene muchos paralelismos, pero juega a esa carta sin complejos.
Flaquea, pero funciona
La estética, los escenarios, los niños, cómo está rodada, la estructura del tercer acto… Todo remite a las películas clave del fantástico y del terror mainstream de los ochenta. Pero, salvo por algún detalle excesivo, la cosa fluye sin dar la sensación de falsete. Es una película hermosa cuando está en calma y, aunque cueste entrar en ellas, turbadora en sus alucinaciones.
A ratos tiene un deje digital más bien feo y algunos sobresaltos solo se aguantan por el factor sonoro, pero suma varias escenas de terror extraordinariamente bien diseñadas (la de la biblioteca es magnífica), tiene un aire de leyenda muy atractivo, se nota el esfuerzo por generar sustos originales y, muy importante, le da un buen meneo a Pennywise y a la iconografía que activa. El Pennywise de Muschietti es un buen sucesor del que nos dejó sin dormir a unos cuantos. A muchos.