Durante años un hombre nos enseñó que existía todo un mundo debajo del mar, que las playas eran mucho más que el lugar para huir del calor del verano, y que los exploradores podían ir ataviados con un neopreno y no con un gorro y un machete por la selva. Jacques Cousteau se convirtió en una leyenda. Su gorro rojo, su nariz respingona y su camisa azul eran inconfundibles. Tenía algo, además, que pocos mitos tenían, un carisma que hacía que todos los espectadores quisieran ser un pasajero más del mítico Calypso.
Cousteau consiguió ser una estrella con una legión de seguidores sin ser actor o músico, sino alguien dedicado a la ciencia, a la oceonagrafía. Hizo interesante algo que antes era considerado un aburrimiento por el 99% de la sociedad. Pero él creo un fenómeno alrededor de su nave, su tripulación e inventó, en cierto modo, el primer programa de telerrealidad de la historia. Él lo sabía, y muchas veces fue capaz de alterar esa verdad que vendía para seguir enganchado a los espectadores de los que dependía. Tal fue su leyenda, que hasta ganó una Palma de Oro en Cannes por dirigir -junto a Louis Malle- el documental El mundo del silencio.
Han querido hacerle daño, incluso generaciones que ni siquiera le conocieron, menores de 30 años, pseudo intelectuales parisinos que les encanta hundir el mito
Pero como muchos de los mitos, sus pies eran de barro. En cuanto el fenómeno se desinfló comenzaron a salir las críticas. Le acusaron de antisemita, de mal padre, de machista y de maltratar a las especies animales que decía proteger. Un personaje con tantas aristas como personas se han intentado aprovechar de su fama después de su muerte, empezando por una familia peleada entre sí por su legado. Era raro, por tanto, que hasta ahora el cine no se hubiera aproximado hacia su figura. Había demasiado pudor y miedo a tocar a la leyenda. El cine francés se ha atrevido con Jacques, el biopic dirigido por Jerome Salle que se centra en la complicada relación entre Cousteau y su hijo Philippe, que murió en un accidente de aviación.
Si bien la película no aborda en profundidad acusaciones como el colaboracionismo con los nazis o el maltrato a los animales, sí se atreve a dibujar por primera vez las sombras de lo que hasta ahora era un genio intocable. Vemos a alguien capaz de meter a su hijo en un internado porque no quería viajar, obsesionado con sus misiones, capaz de modelar la realidad a gusto del telespectador y, sobre todo, un marido que no dudó en ser infiel a la mujer que dio su vida y su dinero por poner en pie el Calypso.
Fue esa dualidad la que atrajo a Lambert Wilson para aceptar el papel de Jacques Cousteau. La leyenda del cine francés se mostraba encantado de presentar la película en España, porque piensa que en Francia ha habido una tendencia a querer emborronar el recuerdo del explorador marino. “Han querido hacerle daño, incluso generaciones que ni siquiera le conocieron, menores de 30 años, pseudo intelectuales parisinos que les encanta hundir el mito. Las críticas se basan en cosas falsas, así que prefiero hablar del personaje en lugares que no han sido contaminados por informaciones falsas. Las grandes acusaciones que se decían es que era antisemita, y eso es falso, porque era su hermano el que abiertamente lo era, escribió libros y colaboró con los nazis, pero no era él, pero en Francia les gusta decir ya, pero él también”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Wilson también rechaza de lleno que fuera un “falso ecologista”. “En el momento en el que rodó la El mundo del silencio, con la que ganó la Palma de Oro, se dijo que se comportaba mal con los animales, que hizo una masacre a los tiburones y a las ballenas, pero él mismo lo reconoció, era la actitud de los hombres a finales de los 40, era una especie de cazador. Pero desde finales de los 60 cuando filma episodios para una serie sobre el estado de los peces en el Mediterráneo, y ya ahí constata la desaparición del reino animal por la contaminación y la sobrepesca, hay una toma de conciencia que va acompañado de un mea culpa y de una autocrítica. Él, después de eso, dedica toda su vida a la protección del mar, y consiguió la extensión en la moratoria para conservar la Antártida. Gastó muchísima energía, se entrevistó con mucha gente, con jefes de estado para firmar este documento que la protege hasta 2048”, añade Wilson.
Su primera esposa fue la mayor víctima de su poder de seducción. Ella fue traicionada por él, pero también gracias a él vivió la vida que quería tener
Contra lo que no puede luchar es contra la difícil relación con su familia, empezando por su hijo Philippe. Lambert Wilson también vivió unos lazos problemáticos con su padre, por lo que la película ha sido una especie de expiación para él. “No he querido taparme los oídos sobre las cosas negativas, pero no quería conformarme con informaciones superficiales. He tenido que hacer un trabajo de comprensión y compasión. Sí, es criticable su actitud hacia sus hijos cuando eran jóvenes, pero les dio lo esencial cuando eran niños. Fue egocéntrico y duro, y sus hijos tuvieron que hacerse su camino y perdonar. Es muy difícil educar a los hijos y yo creo que fui muy duro con mi padre y creo que Philippe lo fue con Jacques Cousteau”, explica.
Quien se llevó la peor parte fue Simone, la esposa abnegada que dio su fortuna y su vida por un hombre que la traicionaba con otras en cada puerto en el que atracaba al Calypso. A ellas llegó a subir a un barco en el que ella vivía recluida sin querer dar la cara a la realidad. Como recuerda Wilson, “ella fue la mayor víctima del poder de seducción de Cousteau”, que llegó a tener dos hijos con otra mujer mientras ella era “la capitana del barco”, como el marinero la definía. “Ella fue traicionada por él, pero también gracias a él vivió la vida que quería tener. Ella quería huir de la humanidad. Era de una generación de mujeres que, además, eran pasivas hacia este tipo de hombres y que encima admiraba y estaba enamorada de él. Podía haber huido, pero no lo hizo y no fue feliz”, apunta el actor que se reunión con familiares y conocidos para interpretar un papel complejo y que abre la caja de Pandora para seguir desentrañando el misterio que ni las cámaras pudieron descubrir.