Tras ver Inmersión uno se ve obligado a frotarse los ojos, mirar de nuevo la ficha técnica y comprobar que el que ha firmado la película sea Wim Wenders y que es el mismo que hace décadas enamoró a todo el mundo con Paris, Texas. No hay ni rastro del otrora gran director y guionista en este drama romántico con el terrorismo islámico como telón de fondo que ha inuagurado con poco tino la Sección Oficial del Festival de Cine de San Sebastián.
Un título que, a priori, lo tenía todo para dar el pistoletazo de salida del certamen. Un director reconocido, estrellas internacionales para llevarse los flashes (aquí estará Alicia Vikander), y una producción que ha contado con dinero español -entre otros la colaboración de Atresmedia- para realizarse. La pena es que el resultado sea tan flojo y que la Sección Oficial se vea obligada a remontar el vuelo desde el primer día.
Inmersión está basada en la novela de J.M. Ledgard, escritor y corresponsal de The Economist, y a través de una estructura de torpes flashbacks nos cuenta la historia de amor de los dos protagonistas. Alicia Vikander es una matemática que dedica sus estudios a encontrar nuevas especies en el fondo del mar, donde nadie tiene esperanza de que haya vida, y James McAvoy un espía escocés que viaja por países donde se forjan terroristas del Estado Islámico para evitar atentados europeos. Ambos ariscos e independientes se conocerán en un paradisíaco hotel rural y en menos de lo que canta el gallo se enamoran. Lo hacen mediante conversaciones que quieren resultar profundas y llenas de sentimiento, pero que rechinan en el oído según salen de la boca de unos actores que tampoco parece creerse mucho sus frases. Si en pleno siglo XXI alguien se atreve a ligar preguntándole al otro, “¿tú qué océano eres?”, apaga y vámonos. Eso sí, todo se dice medio a oscuras, con fuegos de chimenea y muy bajito para que parezca muy importante. Por si fuera poco, la música del español Fernando Velázquez subraya cada momento para que el espectador sepa que todo es muy trascendente y épico.
En el fondo de Inmersión hay un tema interesante que sobrevuela y que el director desaprovecha, el de una sociedad que se ha insensibilizado al terrorismo, que vive de espaldas a la realidad hasta que le salpica en la cara y que sólo se solidariza cuando los atentados ocurren en su ciudad. Ese cinismo del personaje de Vikander que le reprocha James McAvoy en una escena aislada, que llega tarde y que explota sin sentido en vez de ser una de las tramas a desarrollar.
La segunda parte de la película no levanta el vuelo. En ella vemos la misión del protagonista en Somalia. Su prisión por parte de los terroristas, el uso que hacen estos de los recursos para tener a la población controlada y una lucha de teorías en torno al islamismo y la religión están llenas de tópicos y sin establecer un auténtico debate alrededor. En el otro lado del océano Vikander también se prepara para su tarea, realizar una importante incursión en las profundidades marinas, aunque ella se pase la mitad del metraje mirando el móvil y poniendo cara de pena porque no consigue contactar con su amado. Toca probetas, hace algunos cálculos y vuelve a comprobar si tiene cobertura o si le ha llegado un WhatsApp.
Las dos historias se alternan sin que ninguna emocione o llegue a tocar al espectador lo más mínimo. Inmersión hunde a Wim Wenders y no funciona como drama romántico, ni como thriller ni como reflexión sobre el terrorismo islámico. Un batacazo en toda regla de un director que le ha perdido el pulso a la ficción y que sólo destaca en el género documental, con el que ha estado las últimas veces en el Zinemaldia gracias a Pina -sobre la coreógrafa Pina Bausch, y La sal de la tierra, sobre el trabajo fotográfico de Sebastiao Salgado-. El Zinemaldia ha empezado sumergido, tocado y hundido. Ahora le toca salir a la superficie.