Así como los pintores dibujaron mundos que no conocían, los Javis han demostrado la existencia de dios. O de algo bonito que hace cantar, bailar y reír. Quizá sea dios. Quizá sea el buen rollo en medio de la tormenta. Quizá Javier Ambrossi y Javier Calvo hayan filmado el único mundo habitable. Antes lo habían puesto sobre un escenario -desde el Teatro Lara de Madrid a Moscú- y de ahí lo han pasado a la gran pantalla, logrando lo que parecía imposible: que un musical español no sea un error. La llamada es eso, un cine sin conflictos, un Pedro Almodóvar sin drama y con el mejor de sus oídos, un ejercicio de naturalidad redonda, un homenaje a la mujer. Un adiós a la adolescencia.
Para que nos entendamos: dos amigas – interpretadas por Macarena García y Anna Castillo- encuentran la luz en un campamento de monjas. Un verano, en los montes de pinos de El Espinar, protagonizan la transición hacia la edad adulta. En el rito de paso, a María (Macarena García) se le presenta un dios de lentejuelas con sonrisas (es Richard Collins-Moore), que le canta temazos de Whitney Houston. Si le rezas, se ríe de ti y desaparece. Si no le haces los coros, no le importas. Si no brilla, no existe. Si no te declara su amor para siempre, no es. “And i will always love you”. Susana es Anna Castillo -el descubrimiento-, la mejor amiga de María. Su llamada es distinta: se ha enamorado de una monja, sor Milagros (Belén Cuesta).
Y así se inician en el mundo adulto. Bienvenidos al espectáculo. No muere nadie, no hay sacrificios, nadie se come a nadie, ni rastro de mutilaciones. La iniciación de las dos amigas deja cicatrices, pero todo es natural. Hasta la Iglesia católica parece otra cosa en la película, ni es homófoba, ni intolerante, ni soberbia. Gracias al papel de Gracia Olaya. El único mundo habitable, lo dicho, es un musical. Por eso es imposible. Y en esa ciencia ficción social, los personajes viven y respiran como personas, sin rastro de ataduras ni pretensiones impostadas.
Los Javis nacieron en el Teatro Lara, luego dieron a luz Paquita Salas y ahora esto: la imagen de dios que le gusta a Francisco. No se les ve el límite porque están pasados de revoluciones. Imparables, déjenles paso, sólo quieren un lugar en sus corazones. Están dopados con ternura, buscan la verdad y quieren emocionar. Es la fórmula de quien quiere que lo pases bien, que no pienses en nada más, en lo de afuera. Esta es la fe, esta es la llamada. Joder. A oscuras, ellos te cambian los titulares y pintan un mundo que no existe y que es más parecido a “un plan”, llamado Felicidad. Y dura hora y media.