La muerte de Bambi dejó claro una cosa: la animación emociona tanto, o más, que la acción real. Los dibujos animados no son un género, sólo la técnica para contar una historia, y con grandes historias y artistas detrás no tiene nada que envidiar a cualquier superproducción llena de estrellas de Hollywood. Es más, se ahorran los problemas de ego de los actores y los caprichos que entorpecen el rodaje.
La animación no es para niños. La gente cada vez lo tiene más claro, y películas como Up, Wall-E o Del revés lo han confirmado una y otra vez. Pixar ha dignificado la técnica y se ha convertido en una marca que ofrece una calidad incuestionable. Detrás de títulos como Buscando a Nemo o la próxima Coco -que se estrena el 1 de diciembre- está el trabajo de cientos de personas. Muchos de ellos españoles. De hecho, en su nuevo filme cinco animadores de nuestro país han trabajado en un filme con mucho acento latino.
Es el caso de Alfonso Caparrini, que dejó Madrid para trabajar en la empresa como iluminador. Al ver el ambiente y conocer por dentro la compañía uno se pregunta si allí se trabaja o sólo se disfruta como un niño. “Se trabaja y mucho”, deja claro Alfonso, que también explica que “se hace a tu ritmo y en un entorno lleno de artistas y creatividad”. “La producción no es una cosa lineal, no hacemos galletas, hay días que estás más inspirado y días menos y tienes la libertad de acomodarte. Te puedes ir al gimnasio, a la piscina...”, cuenta a EL ESPAÑOL desde la sede de la compañía en San Francisco.
Lleva trabajando más de 15 años en la animación, y empezó estudiando diseño gráfico y 3D cuando era sólo un adolescente y aprendía por su cuenta. “Antes no había muchos recursos para estudiar eso en España”, recuerda antes de enumerar la lista de trabajos que realizó antes de llegar al lugar que le catapultó a Pixar, la empresa de animación española Ilion, que produjo la ambiciosa Planet 51.
En Ilion también trabajó Javier Moya, animador que dejó su Alicante natal para irse a Silicon Valley tras una juventud despendolada. “Yo era muy mal estudiante, mi padre estaba amargado conmigo, y él tenía un amigo joyero. Yo estaba haciendo el bachillerato y fui a aprender el oficio, y estuve siete años. Tuve mi propio taller, dos empresitas que se fueron a pique, me fui un año a Londres en plan no sé qué hacer con mi vida pero no quiero ser joyero, y allí me di cuenta de que quería ser algo creativo”, cuenta Javier con una sonrisa nerviosa. Su primer contacto con el arte fue pintar al óleo, pero cuando descubrió el software pirata de un amigo que hacía “movidas en 3D me explotó la cabeza”.
Él trabaja como animador, lo que se resume como aquellos que dan vida a los personajes, o cómo lo define su compañero Juan Carlos Navarro: “hacemos que cobren vida con nuestras manos y el ordenador como herramienta”. La historia de Juan Carlos también es digna de una película, ya que estudió económicas en la Universidad, y hasta se fue a California a estudiar un máster de negocios a un banco tras acabar la carrera. Allí se dio cuenta de que estaba en el lugar indicado en el momento oportuno.
Aquí puedo traer a mis hijos un rato a la oficina o a mi madre, que viene con frecuencia. Hay una estructura de apoyo total y eso hace que te exijas más porque te ves cuidado
“Me encanta Económicas, es una ciencia maravillosa, pero en California me di cuenta de que podía obtener una buena educación en cine y en animación, así que ahorré dinero y volví a la universidad”. Su destino se cruzó con el de Michael Genz, animador en películas como 'El rey león' o 'La sirenita' y que se convirtió en su mentor y le introdujo en Pixar, donde asegura que “se trabaja mucho”, pero con una apertura de mente que no se encuentra en España. “Aquí puedo traer a mis hijos un rato a la oficina o a mi madre, que viene con frecuencia. Ella lo comenta, que hay una estructura de apoyo total y eso hace que te exijas más porque te ves cuidado. Siempre preguntan si necesitas algo para estar lo más cómodo posible”, dice a este periódico.
Un lugar en el que quedarse
Para un animador Pixar es el lugar al que aspirar, pero ¿qué ocurre cuándo ya lo has conseguid?, ¿quedan metas para conseguir? Alfonso Caparrini reconoce que siempre está esa pregunta de ‘y ahora qué’, pero que por suerte allí siempre “hay mucho espacio donde crecer”, aunque hay gente que tiene metas diferentes y acaba saliendo de la compañía, aunque “no a sitios mejores”.
Por ello destaca que en la empresa se fomenten los programas para cambiar de sector o incluso para saltar a la dirección. “En una industria tan creativa como esta siempre hay ganas de inventar y progresar, y por eso se han instaurado programas para desarrollarlos, yo trabajé en un corto independiente, que no era de Pixar, y que estuvo nominado a los Oscar, llamado Borrowed time, y aquí nos ofrecieron una ayuda enorme, sus recursos, su granja de render... sin su ayuda hubiera sido imposible”, recuerda.
Esto es muy frío, es para venir a currar, pero cuando no te queden energías sal, porque es salvaje, es la supervivencia del fuerte. España es un país, esto es un negocio
Para Javier Moya la clave es “el respeto que te tienen desde el día en que te contratan”. Algo que por desgracia no vivió en España, aunque siga echándolo mucho de menos. “Esto es muy frío, es para venir a currar, pero cuando no te queden energías sal, porque es salvaje, es la supervivencia del fuerte. España es un país, esto es un negocio”, zanja con rotundidad.
¿Y España?
Todos ellos salieron de España buscando una oportunidad, y saben que están en el mejor sitio posible, aunque con el rabillo del ojo siguen mirando lo que ocurre en los estudios donde dejaron amigos y buenos profesionales. Niegan que lo suyo sea una fuga de cerebros, sino aspirar a trabajar en el lugar donde uno se puede sentir más realizado, y de momento, "en España no hay industria”. “Tiene que haber pasta, aquí hay una industria y puedes crecer, si allí hubiera industria se trataría mejor al trabajador, al artista y no se irían, es la pescadilla que se muerde la cola”, opina Javier Moya que cree que la calidad del producto español es muy buena y que cada vez hablaremos “menos de fronteras” y la industria de la animación no será local “sino universal”.
A todos nos encanta España, pero las piezas tienen que encajar. No es tanto una fuga de cerebros como artistas buscando proyectos que le sean interesantes
Juan Carlos Navarro coincide en señalar el talento de los animadores españoles y destaca filmes como Tadeo Jones, pero lamenta que no haya continuidad de proyectos, lo que les lleva a ir a otros países. “A todos nos encanta España, pero las piezas tienen que encajar. Si hay proyectos que interesan uno se quedaría, no es tanto una fuga de cerebros como artistas buscando proyectos que le sean interesantes”, añade. Todos ellos se dejan la piel y sacan todo su alma y su creatividad en dar vida durante años lo que luego queda resumido en una hora y media de película. Un trabajo minucioso de cientos de personas que consiguen obras maestras que, aunque la gente no lo sepa, también tienen un toque español.