Harvey Weinstein se creía por encima del bien y del mal. Durante décadas sus abusos y acosos estuvieron ocultos para el gran público. Ayudado por su entorno y por una industria que hizo del machismo su bandera, Weinstein fue un depredador sexual en la sombra que atemorizó a decenas de mujeres. Su poder, sus contactos y su dinero le habían salvado ya muchas veces de una denuncia o una historia en un periódico. Nunca pensaba que el encuentro con una joven modelo italiana en el hall de un hotel se convertiría en el punto de inflexión hacia su caída. Ella parecía la más inofensiva, la más influenciable, pero fue la que, tras años de lucha ha conseguido acabar con él.
Lo ha hecho, eso sí, tras haber sido denostada y vilipendiada por los medios y por las autoridades judiciales, porque Ambra Battilana fue tachada de mentirosa o poco creíble por todos cuando el 27 de marzo de 2015 presentó una denuncia por los abusos del todopoderoso productor. Comenzó así la primera investigación contra él, una operación de la que The New York Times y The New Yorker han dado ahora todos los detalles, pero que ha demostrado cómo Weinstein acababa con aquellas que se atrevían a desafiarle. Una red de abogados, influencias y contactos consiguió desacreditar lo que la policía consideraba "un caso fácil" de ganar. Battilana acabó por aceptar un acuerdo de confidencialidad para nunca más contar aquello. Si la justicia no pudo darla la razón, quién lo haría, pensó entonces hasta que ahora su historia se ha convertido en una pieza clave en el puzzle criminal del creador de Miramax.
Aquel 27 de marzo Battilana se reunió con Harvey Weinstein para enseñarle su portfolio como modelo. Ambos se sentaron en un sofá del hotel y ella le mostró sus fotos en una tablet mientras comentaban la posibilidad de lanzarla como modelo de lencería, según contaría horas más tardes en una comisaría cuando denunció que justo después él preguntó si sus pechos parecían operados y puso sus manos sobre ellos. La modelo protestó y le empujó, pero él siguió y metió su mano bajo su falda e intentó besarla.
Tras contar lo ocurrido la Unidad de Víctimas Especiales entró en la operación y mientras le tomaban declaración, el productor llamó de nuevo para invitarla el día siguiente a tomar una copa. La policía pidió que aceptara y que vistiera un micrófono para grabar la conversación, en la que ella tendría que intentar sacar una confesión de lo ocurrido el día anterior. El audio grabado se ha publicado en The New Yorker, y en él acepta haber tocado sus pechos porque es “lo que suele hacer”. Minutos más tarde un policía le dijo a Weinstein que tenían que hablar, una conversación detenida cuando él solicitó la presencia de su abogado. Aquí es donde comienza una red de chantajes y malas artes que prueban la inacción de las autoridades y cómo el dinero y la influencia pueden valer más que la verdad.
Se apresuró en contratar a un equipo de abogados y publicistas para acabar con la credibilidad de la modelo y con su carrera. Consiguió informes judiciales sobre un caso de asalto sexual anterior en el que ella, siendo una adolescente había acusado a un hombre de 70 años de abusos y luego retirado la acusación, además de vincularla con el caso en el que Berlusconi había contratado a menores para orgías privadas. Su ataque llegó a tal punto que incluso publicaron historias en tabloides en las que se decía que ella se había inventado todo por 100.000 dólares.
Todo minó la opinión pública sobre ella, pero también la de los fiscales del distrito de Manhattan Cyrus R. Vance. Jr y su jefa Martha Bashford, que decidieron no presentar el caso por falta de pruebas, ya que el audio conseguido sólo reconocía que él tocara sus pechos, y en el contexto de una conversación sobre una modelo de lencería y si eran operados o no. Bashford se reunió con los abogados de Weinstein en tres ocasiones, y ellos argumentaron que ese toqueteo tenía una “razón legítima” y negaron el resto de acusaciones. Para probar los abusos necesitaban demostrar que había habido humillación, satisfacción sexual o al menos que el productor reconociera que metió las manos en su falda. Al no lograrlo se desestimó un caso que ahora es una bomba de relojería para el Fiscal del Estado que dejó escapar al depredador.
La propia policía se sorprendió, ya que siempre prensaron que las pruebas aportadas serían más que suficientes y que “había un buen caso” para que al menos hubiera un juicio contra Harvey Weinstein. Se equivocaban, el poder y la cultura del silencio a la que se refería Ronnan Farrow en su artículo en New Yorker se impusieron y provocaron otros dos años de impunidad del mayor abusador que haya conocido Hollywood.