Se llama Stefani Joanne Angelina Germanotta, mide poco más de metro y medio y aunque nació en Nueva York se considera tan italiana como americana. Todos la conocen con el nombre de su alter ego Lady Gaga, con el que en 2009 comenzó a reventar las listas de éxitos de medio mundo con temazos como Just Dance o Poker Face. Gaga entró como un terremoto en la industria musical. No era la niña buena, la princesa del pop que gustaba a todo el mundo. Se presentaba a las fiestas con gafas de cigarros, vestidos de chuletas y con una actitud gamberra y provocadora que no gustaba a los más conservadores.
Sin embargo fue eso lo que caló entre la gente. Por primera vez la cantante de moda, la que llenaba los estadios, no era alguien construido para gustar a padres e hijos por igual. Lo dejaba claro la propia cantante en su siguiente álbum Born this way, un grito en favor de la diferencia, de hacer lo que quieras, amar a quien te diera la gana y vestirte como te apeteciera, aunque fuera como una mamarracha, aunque la gente señalara con el dedo. Y de repente Lady Gaga desapareció. La estrella se difuminó, su siguiente álbum fue un ligero fracaso y ella vivió una crisis existencial que queda reflejada en el documental de Netflix, Lady Gaga, five foot two, título que hace referencia a su pequeña estatura.
La película es un retrato de la intimidad de la cantante mientras prepara su regreso con Joanne, su último álbum y quizás el más personal, así como los preparativos de su épica actuación en el descanso de la Super Bowl. Uno ve a una artista que sufre las consecuencias de una fama precoz y difícil de digerir. Con una lesión de cadera fruto de su anterior gira, Gaga aparece como un animal herido que se recupera para regresar por todo lo alto.
Pero Five foot two también es un viaje por las bambalinas de una industria machista, egoísta e insolidaria que quema a sus ídolos con la misma facilidad que levanta uno nuevo. Una industria en la que Lady Gaga se niega a participar. Aunque forme parte de ella lo hace a su manera, con sus normas que la hacen dormir por las noches. Una cantante que explica a cámara con sinceridad que en la música “siempre estás rodeada de hombres, y parecía que lo que hacía sola no merecía la pena”. “Los productores te hacen creer que no serías nadie sin ellos. Tienen tanto poder que pueden someter a las mujeres de un modo que nadie más puede. Tienen lo que quieran, cuando quieran: cocaína, dinero, champán, chicas, las tías más buenas que hayas visto”, dice con franqueza.
Los productores te hacen creer que no serías nadie sin ellos. Tienen tanto poder que pueden someter a las mujeres de un modo que nadie más puede
“Muchos esperan eso de mí, pero yo no he venido para eso. No soy un receptáculo de su dolor. A mí me pedían que fuera más sexy o más pop, pero yo le daba un giro para pensar que tenía el control”, comenta en su documental que acaba siendo un alegato feminista que destapa todas las miserias y los abusos de poder de la música. “Cuanto más poder tiene una mujer, más oposición encuentra. Antes ser mujer significaba ser propiedad de alguien, y todavía lo son en muchos sentidos”, zanja la artista que se encuentra en plena discusión con su pareja -con la que acabaría rompiendo- y que tiene claro que se ha acabado su “límite para aguantar chorradas de los hombres”.
Enemigas para siempre
Uno de los cotilleos que siempre ha estado alrededor de Lady Gaga es su supuesta enemistad con Madonna. Las dos de ascendencia italiana, las dos cantantes y las dos irreverentes, dos gallos en el mismo corral: el de la música. Muchos han acusado a Gaga de copiar éxitos como Express yourself en su mítico Born this way, pero ella lo niego y deja claro que son homenajes que salen de forma inconsciente, y que en ningún momento pretende apropiarse de lo que no es suyo.
Quiero que Madonna me empotre contra una pared, me bese y me diga que soy una mierda
También deja un mensajito muy claro para Madonna. “Yo siempre la he admirado y todavía lo hago, sin importarme lo que piensa de mí. Lo que me molesta de ella es que yo, si tengo un problema con alguien, se lo digo a la puta cara. No importa lo mucho que la respete como artista, porque nunca podré entender que no me mirara a la cara y que me dijera que soy reduccionista. Decirme que crees que soy una mierda a través de la prensa es como si un chico me pasara una nota mediante un amigo para decirme que le gusto. Que te jodan, ¿dónde está tu amigo para empotrarme en la pared y que me bese. Quiero que Madonna me empotre contra una pared, me bese y me diga que soy una mierda”, zanja antes de pedir que no pongan esas imágenes entre risas.
Uno de los momentos más hilarantes del documental es la visita de la artista a un centro comercial el día de salida de su nuevo disco. Acude para ver si está puesto en el primer lugar de las estanterías y se pone nerviosa al no encontrarlo, tanto que pide hablar con un responsable del centro. Por supuesto la descubren y acaba comprando un par de álbumes mientras coloca los suyos por delante de los de la competencia: “son horas bajas para la música”, se justifica mientras se hace foto con sus fans. Un documental que se centra en idealizar a la artista, pero también en radiografiar todo lo que ocurre a su alrededor en un mundo que escapa a su control.