Richard Gere puede prometer y promete que a la reencarnación no se aspira, sino que se practica. Él mismo se ha sacudido la gabardina y el cigarro de American Gigolo, el uniforme de Oficial y caballero e incluso -aunque nuestra programación televisiva y nostalgia se empeñen- aquella escena de la bañera en Pretty woman en la que Julia Roberts le abrazaba con las piernas. Ha renunciado a esa estrellita de shérif que le pusieron, la de ser el icono romántico-erótico de un par de generaciones, para descubrirse como un humanista, un hombre que vuelca sus privilegios en el activismo, un tipo que sabe que la conciencia social no deja de rumiar así pesen kilos las cuentas corrientes.
Anda desprovisto de deseos: el budista militante que vive en él ha entendido que ambicionar duele -aunque el templo que quiere alojar en Alcorcón tenga un presupuesto de 200 millones de euros; porque el Nirvana tampoco es gratis, oigan-, y se permite dar tironcitos de orejas a los señores del 1%. Existe como Whitman: creyendo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros.
Es la mano derecha de la Fundación Rais -que apoya en España a las personas sin hogar-, y aborda ese drama en su última película, La cena (Oren Moverman), que sienta en una mesa a dos matrimonios y plantea debates transversales: el estigma de la enfermedad mental, la hipocresía, la xenofobia, el clasismo, los tentáculos del poder político y la impunidad. Atiende a EL ESPAÑOL con pulseras hippies en las muñecas y la paz del gurú impresa en la cara, sonriendo también con los ojos.
¿Somos más racistas o clasistas?
Buena pregunta (risas). Somos más clasistas que racistas. Porque incluso en las sociedades no hay diversidad racial, sigues viendo estos problemas. Las dos son cosas horribles que causan problemas terribles.
¿En 2017 sigue existiendo lucha de clases?
Por supuesto. La lucha de clases sigue: yo estoy esperando al momento a que los ricos, el 1% que está arriba se despierte, como si se despertaran de un sueño… y digan “Dios, ¿qué ha pasado? ¿Por qué nosotros tenemos todo y ellos no tienen nada?". Y empiecen el proceso de levantar a todos los demás, especialmente en cuestiones de salud y educación.
En la película impacta la crueldad de los jóvenes. ¿Cómo se educa a hombres buenos?
Mira, tengo una pareja de amigos… la mujer se quedó embarazada, y eran estudiantes del Dalai Lama. Ellos estaban preocupados y querían consejo. ¿Cómo criar a nuestro hijo para que tenga un corazón cálido, para que sea buena persona? Y el Dalai Lama pensó un momento y les dijo: "Si les puedes enseñar a valorar la vida de un insecto, ése es el principio”. Y ese es el punto de partida, porque es algo insignificante, a lo mejor es feo, pero incluso así: si ellos pueden darse cuenta de que el insecto es algo que siente dolor y siente hambre, que tiene familia, que tiene un pueblo, que forma parte de una sociedad… “Este ser es igual que yo, está intentando buscar felicidad y evitar sufrimiento”. Empiezas un proceso de empatía, y eso se convierte en compasión, y eso se convierte en altruismo.
¿Por qué la enfermedad mental sigue siendo un estigma?
Lo sigue siendo, por supuesto. Tengo un amigo, un conductor que me lleva cuando estoy en Washington D.C. y estábamos hablando… hablábamos de leer, y él me dijo: “No sé leer”. “¿Eres disléxico?”, le pregunté yo. Y dijo: “¿Sabes? A lo mejor sí, pero todo el mundo pensaba que era tonto, simplemente”. Es una historia muy típica, esta. Le dije: “Pues de hecho hay un porcentaje muy alto de dislexia en la gente muy creativa”. Pero, ¿hay un estigma? Sí. En general, todas las enfermedades tienen estigmas. Cualquier cosa que sea diferente lo tiene.
Nos cuentan que vivimos en sociedades cada vez más prósperas, nos hacen acumular más y más cosas… entonces, ¿por qué cada vez estamos más tristes? ¿Por qué la depresión se ha vuelto una plaga en el primer mundo?
Yo creo que porque la diferencia entre los súper ricos y casi todos los demás nunca ha sido tan grande en la historia del mundo, esta división tan gigantesca… y claro, eso trae caos. Si alguien está trabajando 40, 50, 60, 70 horas a la semana en un trabajo que no le gusta y no puede comprar comida para sus hijos ni pagar el alquiler, y no duerme lo suficiente… empieza a volverse loco. Con ese tipo de locura viene la violencia, y viene el caos.
¿El capitalismo ha fracasado?
(Risas). Bueno, lo que no funciona es lo de cuidarse de uno mismo. No es culpa del sistema. Era lo mismo con el comunismo, porque el motor era la furia o el enfado en vez del amor, en vez de desarrollar un sentimiento genuino de querernos todos. Lo que propuso el antiguo sistema soviético o lo que ocurre en China ahora con el Partido Comunista no funciona. Igual que el capitalismo no funciona: nunca ha habido más gordos en EEUU, nunca hemos tenido una tasa tan alta de obesidad, y, a la vez, tanta gente hambrienta, tanta gente por debajo del umbral de la pobreza. ¿Cómo es posible tener las dos cosas…? Ambos sistemas crean diferencias inmensas entre la gente. La transformación es de cada uno, de cada persona.
¿Cómo se acaba con la pobreza? ¿Sirve de algo la beneficencia o sólo limpia nuestras conciencias particulares?
Yo creo que la beneficencia ayuda a las dos cosas: a los demás y a uno mismo, y eso es bueno. No hay ningún problema. Cuanto más pura sea tu razón de dar, mejor, pero está bien que te sientas bien también por ayudar a alguien.
En la película se habla de impunidad. Y del peso de la mala conciencia.
Primero, hay que saber que no salimos con impunidad de nada. El mundo entero conoce ahora la palabra “karma”. El karma está en los sitios más profundos de nuestra conciencia y no se va, no desaparece. No puedes salir con impunidad sólo porque en esta vida no hayas acabado en la cárcel. Al final, todos pagamos las consecuencias de nuestros actos y de nuestros pensamientos, de lo que decimos y lo que hacemos. Es la ley del universo, y es inmutable. O pagas hoy, o pagas mañana, pero tienes que pagar.
¿Qué problema social de la actualidad le causa mala conciencia como ciudadano, o debería causárnoslo?
Cuando voy a sitios que tienen pocos recursos y me piden el consejo de qué hacer con los recursos que tienen, les digo: educación y salud. Es la base de todo. Si no tienes cuidados sanitarios, crearás traumas físicos y sociales; y si no implantas educación, lo mismo. La gente tiene que pedir préstamos, sacar a los niños del colegio para que trabajen… necesitamos educación también para alimentar la inteligencia emocional, no sólo la convencional. Nada es más importante.
Ahí da igual quién sea rico y quién sea pobre: si tienes salud pública y verdadera educación universal que solvente tu vida emocional además de tu vida intelectual, todo lo demás no importa. Voy a ser más específico: el problema que hay en Europa ahora son los refugiados, los trabajadores emigrantes… la explotación de toda esta gente, que en realidad es gente sin hogar, es el problema más gordo que tiene el planeta ahora mismo.
¿Cómo vive la sucesión de denuncias por acoso sexual a partir del caso Harvey Weinstein?
Bueno, este tema no es parte de una industria. Está en todas partes: está en tu mundo y en mi mundo, en el de todos. Me alegró y me estimuló mucho la portada de Times, y el “me too”. Ese “me too” no era patrimonio de las actrices: había una empleada de un hotel, la secretaria de una oficina en Nueva York, era sobre toda la gente que ha tenido que tratar con estructuras de poder y se han sentido débiles y explotadas en la estructura de poder.
¿Cómo pasa EEUU de Obama a Trump?
Es una pesadilla. Sabes que a veces estás en una pesadilla y dices “sé que es una pesadilla, me quiero despertar”, e intentas despertarte… pues América entera se siente así ahora. Estamos atrapados en una pesadilla y nos queremos despertar.