Incluso en las películas más discretas de Woody Allen, incluso en las que dan vueltas con pasos más torpes o pesados alrededor de sus personajes, temas y situaciones de cabecera, hay destellos de brillo. La última etapa de su filmografía, también la más cuestionada, va surtida de películas así. Pero en esta última etapa también hay varias cimas, también hay varios filmes que son mucho más que propuestas con aciertos y resplandores ocasionales.
No hay sombra de pereza o de rutina –y sí hay cosas extraordinarias– en Midnight in Paris (2011), Blue Jasmine (2013), Irrational Man (2015) o Café Society (2016). A esta colección de greatest hits de la última etapa del cineasta se suma ahora Wonder Wheel, una película que es puro Woody Allen y al mismo tiempo, por su deliberada teatralidad y su misteriosa aura fantasmal, tiene algo de rareza, de obra insólita, en este tramo de su filmografía.
s puro Woody Allen y al mismo tiempo, por su deliberada teatralidad y su misteriosa aura fantasmal, tiene algo de rareza, de obra insólita, en este tramo de su filmografía
Ambientada en Coney Island, Nueva York, en la década de los 50, Wonder Wheel es la historia de cuatro personajes. El principal es Ginny (Kate Winslet), una antigua actriz, a punto de cumplir los 40, que trabaja como camarera en el mítico parque de atracciones y está casada con un hombre al que no quiere. El hombre al que no quiere es Humpty (Jim Belushi), el operador de la noria, un tipo rudo de pasado triste, aficionado a la bebida y con las manos largas. El otro personaje masculino es Mickey, el único que habla a cámara y nos interpela y hace partícipes de sus dilemas vitales y, sobre todo, románticos.
La debilidad del ser humano
Encarnado por Justin Timberlake, es el joven con el que Ginny tiene una aventura, un estudiante que trabaja temporalmente en el parque y sueña con triunfar como dramaturgo. Y la cuarta es Carolina (Juno Temple), la hija de Humpty, una veinteañera perseguida por la mafia que se esconde en el parque y busca el perdón de un padre que renegó de ella. A partir de estos cuatro personajes y de las relaciones que establecen –también de las rompieron o se rompieron, de las que desean y de las que descubren que nunca tendrán–, Woody Allen pinta un doloroso fresco sobre la debilidad y la mezquindad del ser humano.
A partir de estos cuatro personajes y de las relaciones que establecen, Woody Allen pinta un doloroso fresco sobre la debilidad y la mezquindad del ser humano
En Wonder Wheel hay tímidos alivios cómicos, sobre todo en la primera parte. Y, desde su hermosa llegada al parque de Coney Island con las maletas y el rímel corrido, Carolina desprende una inocencia que inunda cada plano en el que sale. Pero ni la luz de ese personaje ni esos elementos deliberadamente cómicos pueden frenar la debilidad, el egoísmo y la ruindad, reflejada en un tercer acto absolutamente demoledor, de esos cuatro infelices abocados, por distintas razones de las que son culpables y víctimas a la vez, al peor de los destinos. Por su arrolladora presencia –y porque en ella se proyectan las flaquezas y las faltas de todos los que la rodean–, Ginny parece ser el centro de todo.
En ella resuenan todos los personajes de la película, también otros personajes de Allen. Como la protagonista de La rosa púrpura del Cairo (1985), Ginny se siente asfixiada en la vida que lleva. Y gestiona los recuerdos, los estragos de la edad y el sentimiento amoroso con una pasión tan dañina (siendo ella la más damnificada) como la protagonista de Blue Jasmine (2013). Interpretada por una inmensa Kate Winslet, Ginny es un personaje extraordinario, complejísimo, lleno de capas, valioso en su contradicción y humano en su espiral de locura.
Luz y dolor
Pero Wonder Wheel no es la expresión de las sombras y el relato de su fracaso, es el espejo de las sombras y el relato del fracaso de todos los personajes, de ellas y de ellos. No se salva ninguno. Por distintas razones, todos exhiben su mezquindad en algún momento, algo que convierte la nueva película de Allen en una obra profundamente pesimista e inclemente con el ser humano.
Wonder Wheel, como antes decía, tiene algo fantasmal, tiene algo de recuerdo febril y de recreación artificiosa de una tragedia del pasado. Claramente inspirada por Tennessee Williams, una referencia tan obvia que incluso da corte mencionarla, la película de Allen tiene una concepción teatral de la escena (como también se vuelve cada vez más teatral el registro de los actores, con la esplendorosa escena final como cumbre) y una iluminación, a cargo del maestro Vittorio Storaro, deliberadamente artificial.
Qué cosa tan bella es el interior del apartamento de Ginny y Humpty, escondido a los pies de la Wonder Wheel, un decorado que no oculta lo que es mientras se deja iluminar por una luz improbable que finge brotar de la noria. Es una jugada interesante. En esta ocasión, Woody Allen explora la tragedia desde el simulacro embellecido, una decisión que subraya dos cosas igual de tremendas. Una, que hasta los entornos idílicos esconden cosas horribles. Otra, que el cine puede mostrárnoslas de una forma menos cruda pero igual de lúcida y dolorosa.