Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer. El refranero español lo tiene claro, y la historia ha dado constantes muestras de ello. Sin una Gala que creyera en Dalí, el genio del artista español probablemente se hubiera apagado, sin una Jackie Kennedy que creara la ilusión de Camelot para los americanos, el recuerdo de JFK sería completamente distinto, y así con casi todas las personalidades del siglo XX. Ellos eran a los que la sociedad les permitía destacar, mientras que ellas estaban condenadas al segundo plano. Puede que fueran más validas que sus parejas, pero no podían destacar por encima de ellos. Tenían que ser su bastón, su paño de lágrimas y su inspiración, pero nunca intentar sobrepasarles.
En el caso de Winston Churchill no fue una mujer la que estuvo en su sombra ayudándole en los momentos más difíciles, sino que fueron dos. Una, de sobra conocida, fue su mujer, Clementine Hozier, aquella señora estirada que posaba en las fotos a su lado, pero que era quién le ponía firme y la que le hacía bajar a la realidad cuando los humos del presidente británico se subían demasiado. La otra ha sido aún más olvidada por la historia. Se trata de la secretaria personal del político, Elizabeth Layton, que años después de compartir horas de trabajo, escribía sus propias memorias contando lo que era trabajar al lado de una de las figuras más importantes.
Ellas son una parte muy importante de El instante más oscuro (que se estrena el 12 de enero con Gary Oldman como Churchill y gran favorito al Oscar), la película que cuenta la historia de Churchill en los momentos en los que tuvo que tomar su decisión más difícil, la estrategia británica en la Segunda Guerra Mundial cuando todos daban por hecha la victoria nazi. Muchos le aconsejaban reunirse con Mussollini y negociar una rendición, pero él tenía claro que con el fascismo no se podía negociar, prefería la derrota con honor que caer de rodillas frente a Hitler. A su lado en estas decisiones, siempre estuvieron Clementine y Elizabeth, esta última una de las artífices de sus discursos, que escribía junto al presidente en los búnkers donde se tomaban todas las decisiones.
“A veces su voz se volvía gruesa de la emoción, y ocasionalmente le caía una lágrima por su mejilla. Cuando le venía la inspiración, gesticulaba con las manos, justo como sabía que haría cuando diera el discurso, y las frases comenzaban a rodar con tanto sentimiento que uno sentía que moría con los soldados, trabajaba duro con los obreros y odiaba al enemigo… Aquel gran hombre, que en cualquier momento podía ser impaciente, amable, irritante, aplastante, generoso, inspirador, difícil, alarmante, divertido, impredecible, considerado, aparentemente imposible de complacer, encantador, exigente, desconsiderado, rápido para odiar y rápido para perdonar, fue inolvidable. Uno lo amaba con una profunda devoción. Era difícil trabajar con él, sí, casi siempre; pero siempre era adorable y divertido”, escribía Layton en su libro.
Una obra que tomó como biblia para su personaje Lily James, la actriz que la ha interpretado en la película de Joe Wright, y que asegura que fue precisamente esta visión de la importancia de las mujeres detrás de Churchill lo que más le gustó del guion. “Ella estaba justo detrás de él. Es la energía, el apoyo y la fuerza que Churchill necesitaba. Eran como un equipo. Creo que lo que se ve de Churchill gracias a Elizabeth en la película, es que ella está presente en sus momentos más débiles. Pasaban mucho tiempo juntos escribiendo los discursos, y él tomo de ella su coraje, su capacidad de resistencia y su determinación”, cuenta la actriz -que se aprendió sus palabras de memoria y aprendió mecanografía durante meses- a EL ESPAÑOL. Ella era la musa que le ayudaba a escribir esos discursos que levantaban el espíritu de los británicos cuando parecía que no había esperanza. Relatos que se escribieron en estrechos pasillos debajo de tierra donde sólo unos cuantos elegidos podían entrar, y Elizabeth era una de ellos.
Cuando dejaba el búnker y llegaba a su casa, allí estaba la otra mujer que le ayudó a pasar a la historia, su mujer Clementine, sin la que “no tendríamos la misma historia”, tal como cuenta a este periódico Kristin Scott Thomas, la actriz que da vida a su esposa en la ficción. “La historia sería muy diferente si Winston Churchill no se hubiera casado con esa mujer, hubiera sido un hombre muy diferente, ella influyó mucho en su vida. Era parte de él, y muy útil para él. Era su caja de resonancia, su compañera de pelea. Ella estaba ahí para él, y a veces no estaba ahí para él, porque se enfadaba mucho con él y se iba de viaje. Tenían una relación muy tormentosa e intensa”, cuenta la británica.
Lo complicado del carácter de Churchill queda claro en la película de Wright, que si bien sirve como elogio del político, deja sombras sobre el carácter de la persona. Para Scott Thomas, Clementine estuvo a su lado siempre por “amor”, paro también por “ambición y creo que por cabezonería, ella no se iba a dar por vencida con él”, zanja. Una visión femenina de un político que siempre parecía invencible, pero que sin ellas no hubiera logrado ocupar el hueco que le reservaba a historia y que ahora recuerda el cine.