Pierce Brosnan fue el actor que rescató al agente 007 del ostracismo. Concretamente, de la situación aparentemente sin salida a la que le había llevado la etapa de Timothy Dalton, donde el primer intento de mostrar a un James Bond preso de contradicciones y torturas personales había dejado a la franquicia irreconocible, hasta tal punto que durante seis años no solo no se hizo ninguna nueva entrega de las aventuras del agente secreto de Su Majestad, sino que había serias dudas de que alguna vez las volviese a haber. En ese momento llegó Pierce Brosnan (nacido en Drogheda, Irlanda, en 1953) y protagonizó Golden Eye (Martin Campbell, 1995), considerada como una de las mejores de la saga, y los fans respiraron.
En realidad, el aterrizaje de Brosnan no fue fácil. Como le ocurriera a Bruce Willis, que desembarcó en la gran pantalla tras su exitoso paso por la televisión, el irlandés trasladado a California se había convertido en toda una celebridad con su papel protagonista en la serie Remington Steele, y ya había sido elegido para encarnar a Bond tras el fin de la etapa de Roger Moore. Pero el alargamiento por sorpresa de la serie en una temporada obligó a los productores a recurrir a Dalton. Brosnan, cuya primera película vista en el cine fue James Bond contra Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), y que ya era saludado públicamente como la mezcla perfecta entre Sean Connery y Moore, vio cómo se le escapaba el ansiado papel.
Sin embargo, el desastre Dalton le terminó dando una nueva oportunidad, que se tradujo en cuatro películas de calidad descendente, hasta que la última, Muere otro día (Lee Tamahori, 2002), dejó claro a la productora Barbara Broccoli que había que reiniciar la serie. El éxito de El caso Bourne (Doug Liman, 2002) había demostrado que ahora sí que había llegado el momento de mostrar héroes más realistas, capaces de emplear una violencia más sucia y menos estilizada.
Estaba previsto que la despedida de Brosnan de la saga sería la adaptación de la primera novela de Ian Fleming, Casino Royale, lo que habría supuesto su primer trabajo en un argumento salido de la pluma del creador literario del personaje, pero el guión ya elaborado fue reconvertido para servir de presentación a un nuevo Bond más acorde con los tiempos del momento, Daniel Craig. Y así, paradójicamente, el que había sido el 007 más deseado de la historia se convirtió en el único, hasta el momento, que abandonó la saga sin acuerdo, un caso que seguramente despertaría la solidaridad de muchos entrenadores de fútbol.
Desde entonces, Brosnan ha mantenido una correcta carrera, a pesar de que por las exigencias del contrato firmado durante su etapa como Bond no podrá lucir un smoking en ninguna otra cinta (algo que supuso un verdadero dolor de cabeza cuando apareció en El secreto de Thomas Crown, dirigida por John McTiernan en 1999, donde interpretaba a un elegante ladrón de guante blanco). Pero para lo que sí le ha servido liberarse del corsé de Bond es para lanzar una mirada bastante más cínica sobre los recovecos del poder. Si en Matador (Richard Shepard, 2005) interpretaba a un asesino a sueldo, en El escritor (Roman Polanski, 2010) encarnaba a un ex primer ministro británico lleno de recovecos y sombras en su actuación política, un personaje que no habría dudado en enviar a Bond a ejecutar alguna acción poco edificante en cualquier lugar del mundo.
Ahora vuelve de la mano de quien le hizo debutar en el mundo Bond, Martin Campbell, a aparecer en una intriga política marcada por el terrorismo, El extranjero, donde comparte cartel con Jackie Chan. Brosnan interpreta a Liam Hennesy, un alto cargo del Gobierno irlandés sobre el que se cierne su pasado como miembro del IRA. Las aventuras livianas del seductor agente, con sus cócteles, mujeres despampanantes y armas imposibles dejan paso ahora a historias donde el peso de la culpa y las consecuencias de la violencia y las decisiones no desaparecen con el paso del tiempo y llegan a hipotecar el futuro.
Claro que Brosnan tampoco deja de lado su lado más luminoso, que próximamente volverá a mostrar en la secuela del exitoso musical Mamma Mia! (Mamma Mia! Una y otra vez, Ol Parker, 2018), donde no lució precisamente por sus dotes musicales. Y continúa con su labor reivindicativa en favor del ecologismo y el matrimonio gay, que en parte financia a través de la subasta benéfica de las obras que él mismo pinta, lo que le ha llevado a reconocimientos tan únicos como el de ser elegido en el 2004 como Conservacionista Mejor Vestido por la Fundación de Estilo Sostenible. A ver quién supera eso.